JURÍDICO ARGENTINA
Doctrina
Título:Comprendiendo los cuidados desde la perspectiva de niños y niñas institucionalizados
Autor:Gueglio, Constanza
País:
Argentina
Publicación:Revista Argentina de Violencia Familiar y de Género - Número 1 - Diciembre 2018
Fecha:12-12-2018 Cita:IJ-DXLII-708
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Sumarios

El presente artículo se propone acercar parte del trabajo de investigación de una tesis de Maestría en Psicología Social-Comunitaria (Facultad de Psicología – UBA), cuyo objetivo general fue indagar las representaciones sociales de cuidado que construyen niños y niñas víctimas de maltrato infantil. El trabajo de campo de dicha tesis fue desarrollado en tres hogares convivenciales de la Ciudad de Buenos Aires, con una población de niños y niñas de entre 6 y 12 años de edad. El abordaje fue de tipo cualitativo, con un diseño exploratorio y descriptivo. Se expondrán en este artículo algunos de los resultados principales, aunque se profundizará y discutirá solamente uno de ellos: el del amor maternal como representación hegemónica del cuidado infantil. El énfasis estará puesto en el modo en que esta representación afecta el trabajo con las familias, y el efecto que posee en la constitución de identidades sociales que se fundan en lógicas no familiares. Se propondrán en las conclusiones lecturas críticas de dichas representaciones, que contemplen su deconstrucción y configuren acercamientos contextualizados a los cuidados para el desarrollo de las intervenciones con familias.


Aclaración
I. Introducción
II. Algunas cuestiones acerca del método
III. Resultados
IV. Discusión
V. Conclusiones
Referencias bibliográficas

Comprendiendo los cuidados desde la perspectiva de niños y niñas institucionalizados

Por Constanza Gueglio*

Aclaración [arriba] 

Se ha procurado en el presente artículo evitar el lenguaje sexista. Sin embargo, a fin de facilitar la lectura, no se incluyen recursos como la “x” o “e”, y se intentó limitar el uso de barras “as/os” y formas dobles. En aquellos casos en que no se ha podido evitar pluralizar el masculino (forma que toma el español para nombrar el plural) para referirse a niños y niñas en su conjunto, deseamos que se tenga en cuenta la intención no sexista de la autora.

I. Introducción [arriba] 

El cuidado es una actividad social inherente al ser humano, ya que de ella depende nuestra supervivencia como especie. Todas las personas necesitamos de los cuidados de otros y seremos cuidadores en algún momento de nuestras vidas. Como práctica social, es un proceso que pone en el centro los problemas de la interrelación entre las personas: dependencia, autonomía, individualización, entre otros (Llobet, 2006).

A pesar de ser una actividad básica y fundamental en el desarrollo humano, el cuidado comenzó a ser estudiado de forma exhaustiva hace menos de un siglo. Fueron los desarrollos teóricos de las académicas provenientes del feminismo europeo y estadounidense alrededor de 1970, quienes empezaron a interesarse por la temática al vislumbrar que su alcance excedía el ámbito de lo privado, y se trataba de un problema de relevancia pública. En ese momento, diversas disciplinas comenzaron a centrar sus estudios en la complejidad del concepto y sus múltiples implicaciones en la organización de las sociedades modernas. Entre otros motivos, porque esta “nueva” categoría permitía vislumbrar que una de las aristas centrales a la hora de comprender las desigualdades de género, es el modo en que nuestras sociedades organizan las tareas de cuidado (Folbre y Bittman, 2004). Es decir, que el cuidado implica tanto “las actividades y relaciones orientadas a alcanzar los requerimientos físicos y emocionales de niños y adultos dependientes, como los marcos normativos, económicos y sociales dentro de los cuales éstas son asignadas y llevadas a cabo” (Daly y Lewis, 2000, pág. 284).

Ahora bien, lo que entendemos por cuidados, dependerá del contexto histórico, geográfico y social en el que nos situemos. Y son las significaciones compartidas por una misma sociedad las que sentarán las bases para las normativas que regulen y organicen los trabajos de cuidado. Es a partir de éstas, que se definirán quiénes deben ser los actores sociales implicados, sobre quiénes recaerán las responsabilidades de cuidar y cuáles son las formas correctas e incorrectas de desarrollar la tarea. Asimismo, a nivel microsocial, los individuos compartirán representaciones dependiendo de los entornos cotidianos de crianza y de las experiencias subjetivas que hayan atravesado. Tiempo, contexto y experiencia vivida, se conjugan para dar lugar a las diversas concepciones sobre lo que implica cuidar.Es así, que los niños y niñas que se encuentran alojados en instituciones convivenciales, poseen un saber particular sobre los cuidados, que responderá a esta triple determinación: macrosocial o transubjetiva (representaciones compartidas por el conjunto de la sociedad), intersubjetiva (discursos que circulan en los ámbitos en los que se encuentran) y subjetivas (experiencias concretas de cuidado y malos tratos efectivamente vividos).

Considerar a los niños y niñas como sujetos de derecho, implica la valoración de estos conocimientos y experiencias, en especial de las infancias que han sido históricamente silenciadas, aquellas que se desarrollan en marcos de mayores vulneraciones sociales. Es por esto, que la investigación que se expondrá en este artículo tuvo como objetivo describir las representaciones de cuidado que construyen niños y niñas institucionalizados por motivos de maltrato, intentando comprenderlas en el marco de las relaciones de género presentes en nuestra sociedad.

II. Algunas cuestiones acerca del método [arriba] 

La investigación mencionada tomó una perspectiva cualitativa, con un diseño de tipo exploratorio y descriptivo. El enfoque utilizado fue el de las Representaciones Sociales (Moscovici, 1979) entendiendo las mismas como formas de conocimientos de sentido común que emergen en contextos interactivos. En este caso, el énfasis estuvo puesto en la recuperación de los saberes de los/as niños/as como actores sociales relevantes.

El trabajo de campo se realizó a lo largo de 15 meses, durante todo el año 2015 y principios de 2016 en tres hogares convivenciales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los hogares son establecimientos que usualmente se organizan en grandes casas, en las que viven entre 10 y 30 niños y niñas que han sido transitoriamente separados de sus familias, a partir de una medida excepcional de protección de derechos. En cuanto a su organización interna, los hogares poseen un coordinador general y un equipo técnico que se compone de un/a psicólogo/a y un/a trabajador/a social y operadores/as sociales. Es junto a estos/as últimos/as que los niños y las niñas conviven diariamente. Se trabajó aproximadamente 6 meses en cada hogar, con una frecuencia de visitas de 2 veces por semana promedio.

La muestra poblacional con la que se trabajó estuvo conformada por 30 niños y niñas de entre 6 y 12 años de edad, institucionalizados por motivos de maltrato infantil intrafamiliar. La media de edad fue de 8,6 años, y la distribución por género fue de 19 mujeres y 11 varones. La muestra fue de tipo intencional, no probabilístico. Debido a que se trata de una investigación cualitativa, no se busca representatividad estadística, sino que la elección de ésta debe poder dar cuenta de los sentidos que atribuye cierto grupo social al objeto que se quiere estudiar.

En relación con las técnicas de recolección de datos, su uso fue amplio y diverso debido a la complejidad fenoménica de las representaciones sociales que requiere generalmente de un abordaje a través de distintos instrumentos. Más aún cuando el trabajo es con niños y niñas, donde el lenguaje oral se presenta solamente como un medio más de expresión entre otros tantos, como el juego y el dibujo. Se utilizaron por ello observaciones participantes, entrevistas en profundidad, dibujos de cuidado y sesiones de retroalimentación de resultados en las que se solicitaba, además de la discusión de los resultados, realizar una escena actuada sobre el tema. El corpus final de datos quedó conformado por 30 entrevistas, 65 dibujos de cuidado, 20 observaciones participantes, 3 grupos de discusión de resultados.

La perspectiva ética que asumió la investigación implicó el respeto a los niños/as como sujetos de derecho, lo que se traduce en determinadas acciones concordantes con este principio. El trabajo fue sometido a un Comité de Ética que aprobó la modalidad de investigación y los resguardos éticos de la misma. Se trabajó con un doble consentimiento informado: uno escrito, firmado por los representantes legales de los niños/as y un consentimiento informado oral con los niños y niñas. Para el segundo, se les brindó la siguiente información, adaptada a un lenguaje y modo comprensible según la edad: propósito de la investigación, grabación de la entrevista, resguardo de su identidad, confidencialidad de la información, posibilidad de retirarse o abandonar en cualquier momento la investigación.

El análisis de estos datos se realizó con el soporte del software ATLAS TI 7.0 que permitió la generación de una Unidad Hermenéutica que reunió la totalidad del corpus (118 documentos primarios), permitiendo realizar el análisis tanto sobre texto como sobre dibujos. Se utilizaron para el análisis herramientas provenientes de la Teoría Fundamentada en los Datos, partiendo de una primera categorización abierta través del sistema de codificación denominado bottom-up. A este tipo de análisis se lo denomina también “textual” ya que implica un trabajo sobre la totalidad del material en bruto, la codificación de citas y generación de códigos. La técnica del análisis bottom-up, prevé la elaboración de códigos abiertos, para luego generar un reagrupamiento de dichos códigos en una cantidad menor, que permita sintetizar los conceptos que emergen de los datos.

III. Resultados  [arriba] 

La información obtenida a partir del trabajo con los datos fue organizada de forma tal de poder facilitar su acercamiento y su posterior análisis. Luego de los diversos reagrupamientos, los datos quedaron ordenados en 4 categorías principales:

a) los agentes de cuidado (¿quiénes cuidan?)

b) la motivación para el cuidado (¿por qué cuidan?)

c) las acciones calificadas como cuidado (¿qué es cuidar?)

d) las consecuencias del cuidado (¿qué pasa si me cuidan / si no me cuidan?)

A continuación, se expondrá una breve síntesis de lo contenido en cada una de estas categorías.

a) Los agentes del cuidado

En relación con los agentes del cuidado, los/as niños/as identifican en primer lugar a la familia como el agente central en el cuidado. Sin embargo, también mencionan como actores importantes a maestro/s, operadores/as sociales, referentes afectivos/as, y otros/as niños/as. En relación al género, al indagar explícitamente, consideran que varones y mujeres pueden cuidar bien. Asimismo, consideran que una mayor cantidad de actores en el cuidado es mejor para el desarrollo de la tarea. Parecen comprender que el cuidado es una tarea para realizar entre muchos:

Investigadora: ¿Y vos pensás que es mejor que lo cuide el papá, que lo cuide la mamá o que lo cuiden los dos o quién? 

Niña: Los dos. Viste que Darío y Renata tienen trabajos. Darío y Renata van a la defensoría y entonces el abuelo y la abuela lo cuidan a Diego. Y después lo cuida Darío y están los abuelos también, y después vuelve la mamá.

(Clara_9 años).

Sin embargo, al analizar los dibujos y escenas teatrales, es la mujer-madre la figura que emerge como central en los cuidados. Esto responde al proceso de objetivación de la representación social que reemplaza una imagen por el concepto, lo que permite utilizarlo en la vida cotidiana sin necesidades de traer a la conciencia la totalidad de información comprendida en el objeto. Cuando analizamos cuál es la imagen que reemplaza al concepto cuidado, es la de la mujer-madre. El cuidado se presente objetivado en la figura de una madre que ama. El foco del presente artículo estará puesto en el análisis de este punto.

b) La motivación para el cuidad

Los niños identifican dos dimensiones en juego en el cuidado adulto: la dimensión afectiva y la dimensión moral. La dimensión moral implica el conjunto de derechos y obligaciones que poseen niños y adultos en el vínculo de cuidado, es decir, tanto el derecho del niño a ser cuidado, como la obligación del adulto de cuidar. La dimensión afectiva, implica que el cuidado parte de la idea del amor hacia el niño, del cariño, de un vínculo afectivo existente. Según entienden los niños, ambos motivos se ponen en juego a la hora de cuidar a otros, aunque es la motivación afectiva la que ellos identifican como central. Esto resulta interesante a la hora de abordar el cuidado institucionalizado, que en términos de políticas públicas se encuentra asentado en el aspecto moral y material de los cuidados, y muchas veces deja por fuera o invisibiliza el aspecto afectivo, por otorgársele en muchos casos un estatus inferior. Para los niños, el amor es una parte indisociable del cuidado, está implicado en la tarea en sí misma. De ahí, la tensión que muchas veces expresa la institucionalización, y que puede resumir en la pregunta de una niña a una operadora:

“¿A ustedes les pagan por querernos?”

(Observación 1_hogar 1).

c) Las acciones de cuidado

Para entender las acciones que los niños califican como cuidado, se consideraron tres posiciones del mismo en una relación de cuidado: el niño como receptor del cuidado adulto, el niño como cuidador de otro par y el autocuidado.

Se categorizó el material tomando en cuenta la función de ese cuidado, intentando evitar caer en la diferenciación clásica entre cuidados materiales (concretos, físicos) y cuidado no materiales (afectivos, emocionales), al ver que los niños no realizan esta distinción, y consideran que siempre están en juego aspectos de uno y de otra, de forma variada. Se obtuvieron así cuatro categorías.

- Cuidar es sostener

o Sostén de la vida cotidiana

o Sostén emocional

- Cuidar es proteger

o Proteger de los peligros del entorno

o Proteger de los daños otras personas

- Cuidar es enseñar

o Garantizar la educación formal

o Educar en límites

- Cuidar es compartir

o Juego y tiempo libre como forma de cuidado

Cada una de ellas fue profundizada en función de las diferentes posiciones del niño en el cuidado. Se observó así que ellos consideran que existen cuidados que corresponden exclusivamente a los adultos, otros que pueden y deben existir entre pares y hacia sí mismos. Dado que la profundización de todas estas categorías excede el sentido y propósito de este trabajo, se presenta a continuación un cuadro a modo de síntesis:

Tabla: “¿Qué es cuidar?” en la RS de cuidado en niños y niñas maltratados. Elaboración propia.

d) Las consecuencias del cuidado

Por último, se agruparon todos aquellos dichos de los niños sobre las consecuencias del cuidado: qué pasa, si a un niño lo cuidaron y las diferencias cuando ello no sucedió. Se agrupó el material tomando en cuenta si estas “consecuencias” eran sobre el presente del niño o sobre el niño en el futuro, es decir, en su adultez. 


Tabla II: Consecuencias del cuidado y del no cuidado en la RS de cuidado en niños y niñas maltratados. Elaboración propia.

IV. Discusión [arriba] 

A los fines del presente trabajo se expondrá uno de los resultados principales con su consecuente problematización: el cuidado representado en el amor familiar y maternal.

Como se mencionó previamente, si bien existen una variedad de agentes que los niños reconocen como cuidadores (maestros, referentes afectivos, operadores), es la familia nuclear la que es reconocida como el actor principal en su cuidado, y son esencialmente las mujeres, a quienes se atribuye la responsabilidad de la tarea. Como se indicó en los resultados, la imagen que reemplaza al concepto cuidado, es la de la mujer-madre.

(Dibujo adulto cuidando a niño_mujer_11 años)

Es decir, que estos niños y niñas atribuyen las tareas de cuidado a la familia como gente central y a las mujeres como responsables principales de las mismas. Como estudiaron Batthyány, Perrotta y Genta, N. (2014) la fuerza del mandato de género en el rol cuidador de la identidad femenina aparece muy arraigada en las representaciones sociales de cuidado de las mujeres de distintas posiciones sociales, y, como vemos en este trabajo, también lo está en los niños, a pesar de las múltiples vulneraciones sufridas en el seno familiar. Las madres, las mujeres, son las que cuidan. ¿Por qué?

La idealización de la familia

Aunque se trata de un modo de organización presente en la mayoría de las sociedades, definir a “la familia” como concepto resulta una tarea infructuosa. Debido a las diferentes formas de organización y presentación que se pueden encontrar a lo largo de la historia y la geografía del mundo, se puede arribar a la conclusión de que la familia es también una construcción social. Como sabemos, el tipo de familia prevaleciente en el mundo occidental moderno ha sido la denominada “familia nuclear”: un hombre, padre y proveedor, una mujer, madre y ama de casa, e hijos producto de dicha unión, que viven bajo un mismo techo. Esta es la familia que se considerará “normal” e “ideal” durante los siglos XIX y XX, y es la representación que permanece hasta nuestros días. A esta familia, se la concibe como el ideal, el templo santo de nuestra cultura (Bustelo, 2007). Aunque hoy se encuentra en cuestión, el mito de la serena normalidad familiar, ideal, sin estrés, y santuario de los vínculos más profundos y sólidos se constituye en una de las ficciones más profundas del último siglo.

La idealización de la familia nuclear que encontramos en la representación de cuidado de los niños maltratados, es a nivel transubjetivo, producto de la socialización que promueve nuestra cultura, común a todos los sujetos que formamos parte de ella. Forma parte del sentido común, de los acuerdos tácitos que sostenemos en la forma de entender nuestro mundo social. Sin embargo, la familia como “ideal”, es un concepto cargado de ideología, que establece modelos, legitima roles y regula comportamientos (Di Marco, 2005) y en este mismo sentido, da el marco a las relaciones de cuidado. ¿Cuáles son esas relaciones de cuidado?

La feminización de los cuidados

Además de la idealización de la familia, existe una atribución establecida que confina sistemáticamente los trabajos de los cuidados de las personas más dependientes a las mujeres. El cuidado de los niños, los enfermos, los ancianos recae como un mandato, que forma parte del estereotipo de lo que implica ser mujer. Esta feminización de las tareas de cuidado encuentra su origen en la idea naturalizada de la mujer como proveedora natural, empática, genéticamente dispuesta a entrar en sintonía y responder las necesidades de los demás (Izquierdo, 2003). Esta consideración de la mujer como naturalmente preparada para el cuidado, ha producido grandes desigualdades entre varones y mujeres a lo largo de la historia: en términos de organización de las sociedades, a las mujeres se les ha atribuido históricamente un trabajo que no es considerado ni reconocido como tal ni en términos económicos, ni en términos sociales. Ello conlleva una invisibilidad civil y social que obtura el acceso a derechos (Rodríguez Enríquez, 2005).Y, aunque la introducción de las mujeres en el mercado laboral permitió una ampliación en términos de ciudadanía para una porción de las mujeres, la necesidad de relegar las tareas de cuidado a otras personas para poder trabajar, generó otras desigualdades sociales, esta vez en la interseccionalidad que se produce entre clase y género: la privatización del cuidado solo fue y es posible para aquellas que tienen acceso a los recursos económicos para pagarlo, recayendo el trabajo de cuidado en otras mujeres, solo que ahora pertenecientes a sectores de menores recursos económicos(Rodríguez Enríquez, 2005).

Asimismo, la construcción de la mujer como cuidadora innata, posee vastos efectos negativos en términos psicosociales para aquellas que no logran alcanzar dicho ideal que se percibe como natural, propio de la “esencia femenina”, sensible, dispuesta, orientada a las demandas ajenas. Al erigirse como “deber-ser” en la configuración estereotípica de la subjetividad femenina, cuando no se cumple ese mandato es vivido como una falla individual que va en contra de la naturaleza que el género impone, y es socialmente repudiada:

Hay una madre con su hija y otra madre con sus hijas. Las madres son hermanas entre sí. Una de las madres “manda a sus hijos a cocinar, a limpiar, a lavar y ella no hace nada”. Entonces llega la otra madre y defiende a los niños diciéndole: “no puede ser, vos tenés que cocinarle a tus hijas, tenés que cuidarlas y no mandarlas a hacer todo a ellas”. Cuando termina la escena, los niños me explican: “Ella tiene que cocinar, porque es la mamá, es la mayor, es la responsable ella. La otra mamá trata bien a sus hijos”.

(Escena de cuidado creada y actuada por lxs niñxs – Grupo Focal – Hogar 2).

En el ejemplo anterior, se puede observar la construcción que niños y niñas privados de cuidados parentales realizan sobre lo que entienden por cuidar al pedir que elaboren una escena teatral sobre la temática del cuidado de niños. La potencia de la representación hegemónica socialmente compartida se conjuga con la propia experiencia vivida, para dar como resultado este tipo de elaboraciones.

Además del daño simbólico, económico, físico, psíquico que estas significaciones producen en las mujeres, también generan efectos negativos en términos de la calidad del cuidado. La consideración de la mujer como portadora de un saber y una capacidad innata para cuidar, conlleva a un silencio sobre las prácticas de crianza al interior de las familias. Fomenta y refuerza la idea de que, por el solo hecho de ser mujer, la tarea de cuidado será bien realizada (Izquierdo, 2003). Así, muchas mujeres callan sus inquietudes asociadas al trabajo de cuidar, criar, educar, porque suponen que deberían desempeñarse naturalmente bien, y temen el repudio social que implicaría hacer luz sobre estos no-saberes. Por supuesto, esto tiene su efecto concreto en las prácticas de cuidado de otros. Si debiera hacerlo bien, pedir ayuda se convierte en un peligro, en la puerta de entrada hacia ser juzgada, estigmatizada, calificada como “mala madre”, entonces, es preferible callar. Así, la conjugación de la idealización de la familia y de los cuidados en manos de las mujeres genera que se invisibilicen las desigualdades y abusos que se producen en el seno familiar y en el desarrollo de la tarea de cuidado de los más pequeños (Esquivel, Faur y Jelin, 2012).

¿Qué pasa cuando las familias “no pueden cuidar”?

Como sabemos, en nuestras sociedades, la ley establece que son las familias quienes deben cuidar a los niños. En nuestro país, la Ley N° 26.061 establece que “la familia es responsable en forma prioritaria de asegurar a las niñas, niños y adolescentes el disfrute pleno y el efectivo ejercicio de sus derechos y garantías” y atribuye al Estado la obligación de garantizar políticas públicas apropiadas para que la familia pueda asumir dicha responsabilidad. Cuando la familia no cumple con el deber de cuidado, el Estado interviene dictaminando la separación del niño de su medio familiar a través de una medida excepcional, “emanada del órgano administrativo competente local ante la amenaza o violación de los derechos o garantías de uno o varias niñas, niños o adolescentes individualmente considerados, con el objeto de preservarlos, restituirlos o reparar sus consecuencias” (Art. 33, Ley N° 26.061). De este modo, el Estado opera reconociendo las necesidades y derechos de los sujetos-niños, y actúa en pos de revertir dichas situaciones. Sin embargo, la alternativa más frecuente al cuidado familiar en la Ciudad de Buenos Aires, es la institucionalización, es decir el alojamiento en hogares. Lo que implica una solución compleja en términos de acceso a derechos, ya que a la vez que se busca garantizar los cuidados que el niño requiere, se vulnera su derecho a la convivencia familiar, contemplado en la Convención Internacional de los Derechos del Niño (CIDN). Como postula Di Iorio (2013) en su intento por protegerlos las instituciones estatales los inscriben en una lógica asilar que los priva de su libertad y que deja huellas en su constitución subjetiva en términos de valoración negativa y autoestima, a pesar de los esfuerzos de quienes trabajan en las mismas.

En términos macro, la institucionalización de niños y niñas visibiliza que la idea de familia como unidad orgánica y funcional sobre la que se depositan las tareas de cuidado y sus costos, resulta inadecuada. Pero lejos de ser el sistema de organización de los cuidados el que entra en cuestión, son los elementos que lo conforman, las familias, las mujeres y los niños, quienes constituyen el foco de la atención, y sobre quienes recaen los juicios, los estigmas y las valoraciones negativas. El discurso institucional que es en la mayoría de los casos reproducido por los niños y que justifica el hecho de “vivir en un hogar”, se centra en la idea de que hubo una familia “que no pudo cuidar”. De este modo, se establece esta diferenciación entre el poder y el no poder cuidar, entre aquellas familias que pudieron cumplir su función social central y las que “fallaron” en su misión. Existiría así, en términos de lógicas institucionales, una distinción entre “buenas” y “malas” familias. Las buenas familias, las familias que se acercan al ideal cumpliendo con su deber de cuidado. Por otro lado, las familias que “no pudieron” cumplir con dicho deber, y se constituyen en malas familias, que deben ser penalizadas.

Investigadora: ¿Por qué la llevaron presa a la mamá?

Niña: Porque no sabía cuidar a los hijos.

(Ludmila_9 años).

¿Qué sucede con los niños? Vivir en contextos de múltiples vulneraciones, entendidas en términos de acceso a derechos, genera en sí mismo identidades sociales particulares. En el caso de estos niños, se suman las situaciones abuso y malos tratos vividos, que agravan el panorama al dejar huellas en su autovaloración y también en términos identitarios: ser un niño maltratado. En este sentido, podemos considerar que las medidas excepcionales de separación de la familia funcionan como una legitimación normativa de dicho rasgo. Aunque la identidad siempre está multideterminada, es en este punto que adquiere una cierta fijeza: son niños maltratados que el Estado debe proteger, para eso vivirán en instituciones convivenciales, en donde sí serán cuidados. Esto queda plasmado en la narrativa más común que despliegan los niños al explicar su institucionalización: “estoy acá porque mi familia no me pudo cuidar”. La narrativa y vivencias de malos tratos que comparten muchos de estos niños, que ahora viven juntos en un mismo lugar, generan identidades sociales particulares, que quedan al margen de aquellas que se construyen en las míticas normalidades familiares, ¿qué somos quienes no fuimos cuidados? ¿Quiénes somos aquellos que tuvimos “malas familias”?

La idealización de la familia con su consecuente división en buenas y malas familias, sumado al estigma histórico atribuido a los niños institucionalizados implica que “quien no tenga una familia que se ocupe de él o de ella, además de dependiente es un fracaso, una anomalía, algo sospechoso, peligroso, a controlar, a esconder, y como tal se sitúa bajo la tutela y control del Estado” (Izquierdo, 2003, pág. 22). Como postula Di Iorio (2013) la identidad subjetiva que construyen los niños institucionalizados se constituye en una “normal-anormalidad”. Pero, además, se pudo observar que, así como sucede con las mujeres que no han podido alcanzar el ideal de cuidado, los niños “cuyas familias no pudieron cuidar” se autoperciben como fallados, como niños a ser re-encaminados y corregidos:

Investigadora: ¿Por qué te cuidan?

Niña: A veces me ponen en penitencia porque, o sea, grito y a veces hago cosas que no tengo que hacer, igual eso es para corregirme.

(Romina_12 años).

La idea de ser un niño que está “fallado” por no haber sido bien cuidado, implica la percepción subjetiva de necesitar ser corregido, mejorado, por no haber recibido el cuidado necesario y hegemónicamente legitimado, es decir, el cuidado de una familia. Al preguntar por las consecuencias de no ser cuidado, los niños mencionan el sentirse mal, no tener esperanza, decir malas palabras, odiar a los padres, fugarse y “estar dañado”. Sabemos que el maltrato infantil conlleva efectos muy perjudiciales en la autoestima de quienes lo sufren, dejando marcas en la construcción de la autopercepción y la autovaloración. La idealización del cuidado familiar y de las mujeres como cuidadoras innatas, contribuye de algún modo a sostener y reforzar esta idea de falla individual: si las familias siempre cuidan, si las madres son naturalmente siembre buenas y a mí me maltratan, es porque debo estar fallado, debe haber algo en mí que no está bien. Como postula Horkheimer (2001), parte del funcionamiento de la autoridad sobre los niños, radica en la formación del carácter autocrítico de los mismos: es necesario que aprendan a buscar el error en sí mismos, no en causas sociales, familiares, culturales, sino en sus personalidades, sus comportamientos, su ser. Además de ello, resulta necesario recordar que las instituciones de niños en sí mismas fueron construidas alrededor del discurso de la corrección. Como se mencionó, los hogares de niños fueron concebidos en primer lugar como “depósitos” de la infancia abandonada en la edad media. Con el advenimiento de la modernidad, el encierro se establece como la forma predilecta de control social con el objetivo de “normalizar” a los sujetos encerrados. Los niños que vivían en instituciones eran considerados peligrosos para la sociedad, y era el deber de la institución corregirlos. Si bien este paradigma para abordar la infancia fue reemplazado por el paradigma de derechos a partir de la segunda mitad del siglo XX, los resabios de este continúan formando parte del acervo social de conocimiento y las prácticas instituidas en los hogares. Como postula Lenta (2014) las huellas de estos paradigmas conviven en los distintos discursos sobre la infancia en situación de vulnerabilidad social. De este modo, al trasfondo transubjetivo de división en buenas y malas familias, se suman los discursos de normalización y corrección que continúan circulando en los hogares, y anclan las experiencias vividas en una identidad social particular: ser un niño fallado a quien deben corregir.

V. Conclusiones [arriba] 

Acercarnos a los modos en que los niños elaboran conocimientos sociales, nos permite entender la manera en la que muchas construcciones sociales se encuentran cristalizadas y naturalizadas en nuestra cultura, y los efectos que las mismas poseen en términos subjetivos. Asimismo, nos permite obtener saberes particulares y concretos que pueden habilitar otras formas de comprender estos problemas. Deconstruir implica correr el velo de las naturalizaciones en las que sustentamos nuestras prácticas; implica considerar los objetos sociales en toda su complejidad, entendiéndolos como producciones humanas y no como elementos ya dados.

En el presente trabajo se presentó una síntesis de los resultados de un trabajo de investigación sobre las representaciones de cuidado que construyen niños y niñas institucionalizados por motivos de maltrato. Se presentó el análisis de uno de los resultados principales: la idealización del cuidado familiar y maternal. El énfasis estuvo puesto en las significaciones transubjetivas en las que dichos significados se anclan: la sacralización de la familia, la feminización de los cuidados, la romantización de la crianza y la maternidad. Se trabajó sobre los aportes teóricos que nos permiten entender cómo estas construcciones particulares influyen negativamente en la forma de entender y organizar los cuidados en nuestras sociedades, generando fuertes desigualdades de género y clase y un deterioro en la calidad de estos. Asimismo, se observó cómo estas construcciones impactan de forma negativa en los modos de comprender a las familias que poseen dificultades en el desarrollo de sus tareas de cuidado de niños y niñas, buscando “fallas” al interior de estas, descontextualizando las tareas de cuidado y sus implicancias sociales y subjetivas. Finalmente, se puntualizó la forma en que estas visiones de las familias en los procesos de institucionalización dejan huellas concretas en los niños. Huellas que se transforman en estigmas al constituirse sus identidades sociales por fuera de los espacios familiares: niños que se autoperciben como fallados, niños que sienten que deben ser corregidos. Se observó también cómo esta asunción subjetiva de la falla individual, que se imbrica en las lógicas de las instituciones, en las cuales aún persisten resabios del paradigma tutelar según el cual se consideraba a los niños objetos de tutela a ser normalizados y corregidos.

Por todo ello, resulta central sumar en el trabajo con estas familias y niños, lecturas contextualizadas de las tareas de cuidado, que intenten comprender los múltiples aspectos que se ponen en juego al momento de cuidar. En este sentido, vale la pena tomar la perspectiva de estos niños quienes comprenden que la tarea de cuidado no es ni solamente un deber (visión normativa) ni solo un producto del amor (visión romantizada), sino que ambas aristas se ponen en juego en la práctica de cuidar, siendo la afectividad el factor más importante para ellos. Asimismo, su modo amplio de comprender qué implica la tarea de cuidar: sostén material y afectivo en la vida cotidiana, protección de los peligros, enseñanza y educación en límites, y juego y tiempo libre en igual importancia. También resulta esencial tomar la idea del “ser muchos en el cuidado” que los niños reconocen como necesidad. Si desnaturalizamos la idea de la mujer como madre y cuidadora innata, podremos comenzar a socializar de forma más equitativa en el cuidado, como una tarea “de muchos”, centrándonos en las condiciones que se brindan para que la tarea pueda desarrollarse. En lugar de detectar “fallas familiares”, “fallas en la función materna”, buscaremos ampliar las redes de cuidado sumando distintos agentes y organizaciones en las tareas de cuidado, que puedan ser sostén para todos aquellos desarrollan la labor: sean familias de origen, familias extensas, familias adoptivas y hasta familias de acogimiento e instituciones convivenciales, cuando todos los recursos de apoyo al cuidado se encuentren agotados. Buscaremos trabajar desde la potencia, desde los recursos, su fortalecimiento y ampliación.

Para garantizar que el cuidado familiar pueda ser ejercido como derecho, el horizonte debe ser en entender los cuidados como un problema público y una responsabilidad de la comunidad en su conjunto, y no solamente de las familias, Para que una familia pueda cuidar, debe haber muchos otros cuidando también.

Referencias bibliográficas [arriba] 

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* Constanza Gueglio es Licenciada en Psicología (UBA). Realizó la Maestría en Psicología Social Comunitaria (tesis en evaluación). Fue becaria estímulo y becaria de Maestría (UBACyT). Es exfellow de Salud Mental Pediátrica del Hospital Alemán de Buenos Aires y posee diversos cursos de posgrado orientados a la temática de niñez, trauma y maltrato infantil.
Trabajó en organizaciones de la sociedad civil con temáticas de infancia y fue asesora en la Dirección General de Niñez y Adolescencia. Es docente en la materia Psicología Social (Fac. de Psicología – UBA), psicóloga clínica de niños/as y adolescentes en forma privada, terapeuta EMDR acreditada y consultora técnica en la Dirección General de Niñez y Adolescencia (GCBA).