JURÍDICO ARGENTINA
Doctrina
Título:Los sujetos jurídicos, sujetos a los sujetos de Jorge Luis Borges
Autor:Ana Dobratinich, Gonzalo
País:
Argentina
Publicación:Revista Ficción y Derecho (FICDER) - Número 2 - Junio 2019
Fecha:03-06-2019 Cita:IJ-DCCXLII-954
Voces Ultimos Artículos
Sumarios

Los sujetos jurídicos, sujetos a los sujetos de Jorge Luis Borges [1]

H. Gonzalo Ana Dobratinich [2]

¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió-
La casa de Asterión

A lo largo de su obra Borges ha experimentado el fenómeno de la identidad y las subjetividades en sus personajes, construidos desde las libertades que permite la ficción. En este sentido, Carlos M. Cárcova expone que ficción y realidad; identidad y subjetividad, juegan esquivos papeles en la construcción racional del derecho[3].

El Asterión de Borges es abordado de una forma diferente. Su figura no responde a las mismas que habían sido sostenidas por otras construcciones y ello hace tambalear los cimientos de la verdad en el relato. Alguna vez hubo un minotauro abominable y execrable, un héroe necesario por la tragedia y capaz de movilizar la acción, una dama disciplinada y fiel. La identidad del personaje permite una relectura diferente a la que se viene dando. Los cimientos literarios ven movilizado su canon y dan cuentas de la fuerza que la ficcionalización tiene en la formación de subjetividades, contrario a la frase de Tlön Uqbar, Orbis Tertius que indica que en los hábitos literarios es todopoderosa la idea de un sujeto único[4].

Pero Borges no solo experimenta con los protagonistas directos e indirectos de sus obras, sino también con él mismo[5]. Su persona será un proceso en construcción constante y él será el principal hacedor de dicha tarea, tema recurrente en gran número de sus textos. Borges se construye desde lo ajeno que al mismo tiempo es él mismo. Muchas de sus producciones literarias se inician evocando un narrador anterior, presente o desconocido, al cual algo le dijeron o algo le contaron. La transcripción se adueña de los relatos y les hace perder su oralidad. El habla es robada; robada a la lengua, robada pues, al mismo tiempo, a ella misma, es decir, al ladrón que perdido ya desde siempre su propiedad y su iniciativa[6] dirá Derrida.

Bajo estos términos, y siempre lindando en los límites de la contradicción, Jorge Luis Borges se instala por momentos del otro lado del espejo, dando una imagen revesada e invertida de su arte, lo que permite decir que es el otro, el mismo.

La sugestión de la otredad de Borges también ha tenido se contracara desde el otro Borges. La construcción de la identidad y la alteridad en su obra están muy presentes y estrechamente vinculadas a las categorías de espacio y de tiempo, no hay nada fuera del texto[7]. Necesario pensar en la idea de cronotopo de Mijaíl Bajtín en la formación de identidades situadas en contextos individualizados y eliminando lo que el antropólogo francés Marc Augé resalta al expresar hemos aprendido a dudar de las identidades absolutas, simples y sustanciales, tanto en el plano colectivo como en el individual[8].

La imposibilidad por establecer una identidad absoluta, nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy[9].

Como expresan Víctor Silva y José Gutiérrez en La construcción de la identidad y la alteridad en Jorge Luis Borges y Nathaniel Hawthorne:

La identidad y la alteridad son construcciones intelectuales que se confirman en su carácter relacional; se afirman en la singularidad y la diferencia. La singularidad reclama necesariamente un exterior de confrontación que mida la identidad en cuanto construcción que inaugura el campo de lo humanamente posible. La diferencia, presencia fantasmagórica de la singularidad, necesita poseer un “locus” que también habilite y permita su existencia[10].

Nacidas desde la escritura, las identidades se van construyendo y adquiriendo nuevos aspectos. Borges le dará al personaje del libro, que Leopoldo Lugones llamará “el libro nacional de los argentinos”, una moldura no solo estética sino sobre todo ética. En varias ocasiones ha destacado las formaciones artísticas en las que se compone la poseía gauchesca:

Si no condenamos a Martín Fierro, es porque sabemos que los actos suelen calumniar a los hombres. Alguien puede robar y no ser ladrón, matar y no ser asesino. El pobre Martín Fierro no está en las confusas muertes que obró ni en los excesos de protesta y bravata que entorpecen la crónica de sus desdichas. Está en la entonación y en la respiración de los versos; en la inocencia que rememora modestas y perdidas felicidades y en el coraje que no ignora que el hombre ha nacido para sufrir. Así, me parece, lo sentimos instintivamente los argentinos. Las vicisitudes de Fierro nos importan menos que la persona que las vivió. Expresar hombres que las futuras generaciones no querrán olvidar es uno de los fines del arte; José Hernández lo ha logrado con plenitud[11].

Pero como se lee también ha resaltado una moral del sujeto interviniente. Los cambios terminológicos irán de gaucho a matón, orillero, malevo hasta desertor de la justicia. Sus cuentos Biografía de Tadeo Cruz o el cierre paradójico no solo literario sino también metafísico que marca El fin así lo harán.

Era un paisano decente, respetado de todos y respetuoso, ahora es un vagabundo y un desertor. Para la sociedad, es un delincuente, y ese juicio general hace que lo sea, porque todos propendemos a parecernos a lo que piensan de nosotros[12].

La figura que se construye del hombre también encuentra su contrapunto en el de la mujer en figuras que van aparecer de la forma más disímil en Hombre de la esquina rosada, La intrusa, Ulrica o Emma Zunz. Una Juliana inculta y primitiva encuentra su contracara en una Ulrica intelectual, independiente y feminista. -Soy feminista -dijo ella-. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.

A la parda Arredondo emparentada a sus quehaceres “exclusivos” de una mujer o la Lujanera tratada como un trofeo, un objeto que pasa a las manos del valiente sin tener ningún protagonismo posible, se le opone una activa Emma Zunz[13], que moviliza y replantea toda una idea de justicia. No solo desde un debate epistemológico sino también la relación más general entre género femenino y justicia, lo que constituye una categoría aparte. Lo que Josefina Ludmer indica como el relato de las mujeres que matan hombres para ejercer una justicia que está por encima del Estado, y que parece condensar todas las justicias[14].

La narrativa pone a la luz estereotipos femeninos que invitan a repensar las formas en que se sostienen y pueden ser construidos en la sociedad.[15] Jorgelina Corbatta entiende que el mismo Borges es consciente de esa brutalidad irredenta en el tratamiento de la mujer. Quizá por ello indica en El muerto que la mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir[16] y resalta en El duelo que como la sociedad les otorga determinados roles y les niega otros:

Las columnas de los diarios le consagraron largas necrología, de la que todavía son de rigor en nuestro país, donde la mujer es un ejemplar de la especie, no un individuo. Fuera de alguna apresurada mención de sus aficiones pictóricas y de su refinado buen gusto, se ponderó su fe, su bondad, su casi anónima y constante filantropía, su linaje patricio – el general Glencairn había militado en la campaña del Brasil- y su destacado lugar en os más altos círculos[17].

Vera Karam de Chueiri expresa que la literatura, la filosofía y el derecho en sus narraciones y en las relaciones entre sus narraciones problematizan sus identidades así como la identidad de sus sujetos.[18]

En este sentido la categoría de análisis que proponemos se aparta de las visiones esencialistas que pretender ver en el sujeto principios inamovibles y esencialista, y reconoce un carácter institucional.

(Nuestra) identidad es intermediada por recursos institucionales de reconocimiento. (…) El estado y el derecho tienen la autoridad para definir la identidad de alguien (la nuestra) y también por qué el estatus de su (nuestra) identidad, una vez establecida por las autoridades, nunca permite una identidad separada por guiones[19].

El núcleo pulveriza el pensamiento, obliga a indagar en creaciones potenciales y humanas. No hay nada universal, solo nombres, recortes que hacemos sin la necesidad de responder a entidades trascendentales. La idea del nombre como creador y capaz de modelizar la realidad desde las palabras no solo fija una concepción en términos de libertad sino también una forma de comprender la realidad que percibimos, entre el hecho y las letras encadenas. Al igual que el Borges ficcional de El Aleph recostado con sus ojos cerrados capaz de ver lo inabarcable y exponer: Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten[20].

En este orden de ideas, los autores Peter Berger y Thomas Luckmann[21] sostienen que la sociología del conocimiento tiene como objetivo el análisis de la construcción social de la realidad o dicho en otras palabras se intenta ocupar de todo lo que se considere “conocimiento”, que puede darse de múltiples y diferentes maneras. Esa posibilidad de formar y entender “lo que es”, como una construcción, nos invita a reflexionar en el modo en que modelizamos nuestro entorno no solo desde un plano exclusivamente social sino también jurídico.

Historias hay, muchas y de todo tipo, que no necesariamente responden a hechos diferentes en tiempo y espacio, sino que pueden corresponderse sobre un fenómeno muy pequeño. Ya nuestra oración anterior aduce varios problemas y en entre ellos, el último. Llamar de pequeño un fenómeno es el claro ejemplo de cómo nosotros construimos, y cuando decimos hacerlo. No solo es juntar partes para formar un conjunto coherente y acabado, sino también implica cagarlo de nuestros intereses, percepciones, emociones, motivaciones y elecciones personales. El adjetivo calificativo “pequeño” ya me está limitando a un modo de pensar y entender el hecho que se está proponiendo. En principio parece ser un adjetivo calificativo explicativo, como dando a entender que tal o cual fenómeno “muy pequeño” es de ese modo y no hay duda de ello. Sin embargo, dicho calificativo debería pensarse como un especificativo, en tanto que limita la extensión del sustantivo a un determinado espacio de propiedades que posee.

La caída de una manzana en la cabeza de cualquier persona en su día de camping no será más que un hecho menor, no pasa más que de un susto y una risa entre los presentes, sin ánimos de ir a contarle a todo el mundo lo sucedido. La manzana para Isaac Newton no fue un hecho menor y pequeño, sino por el contrario marcó un hecho importantísimo para él como para todo el mundo. Le permitirá establecer la ley de gravitación universal con su enorme importancia en los avances del futuro. También debemos pensar que bañarse era un hecho muy común y desinteresado para todos los individuos, menos para el matemático griego que dijo: Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja[22].

La forma en que vamos a modelar nuestro conocimiento está marcada por intereses personales, y por ende es selectiva. Lo que para algunos es un acontecimiento banal e insignificante, para otros puede detentar una enorme importancia. Es por ello que debemos indagar si somos capaces de conocer la totalidad de las cosas o si en realidad realizamos una construcción que parte de una selección sesgada de evidencias y pruebas. Los sujetos que deben unir todas esas partes, aún con un trabajo exhaustivo no podrían llegar a contener todos los elementos del hecho a estudiar, y en el caso de que ello fuera posible, éstas (las pruebas) a su vez pasan por otra selección, ya que tendrán la calidad de pruebas si el sujeto que las mide le da la calidad de tales[23]. Verbi gratia, al observar una mesa no vemos la totalidad de sus partes, sino un segmento determinado, ello no obsta que podemos decir que es una mesa. Lo mismo sucede si quisiéramos hablar de un personaje como José de San Martín. Es imposible conocer la totalidad de características que hicieron de su vida, sin embargo hemos recolectado un cúmulo de información que nos permite reconstruir una imagen del prócer. Parecería que existió desde siempre como hechos dados[24], ya objetivado, es decir, antes de que el individuo apareciera. Donde el individuo no lo hace de modo aislado sino que al interactuar, observa que los demás individuos comparten y aceptan las mismas objetivaciones, un sentido común en torno a la figura del héroe.

Al igual que la narración, los sujetos intervinientes son pasibles de construcción en todo momento, de cada acontecimiento anteriormente relatado. Hay un sinfín de posiciones y construcciones argumentativas que de un modo u otro inciden en el modo en que las conocemos, concebimos y formamos al “sujeto”.

En El tintorero enmascarado Hákim De Merv[25] de Borges, el relato necesita de pruebas, que el autor da cita como fuentes originales, a los fines de darle la veracidad al relato. El narrador se siente exigido a dar muestras desde que instrumentos se ha constituido la fama de su personaje. Muchos ejemplos son capaces de ilustrar esta formación del relato. En épocas de la conquista varios españoles fueron observadores participantes de estas prácticas de sacrificios, sin embargo un solo hombre asegura haber sido el único testigo, Bernal Díaz del Castillo, conquistador y escritor de la Historia verdadera de la Nueva España[26]. El solo es capaz de producir y expresar la verdad de las prácticas del sacrificio. En torno a ello, la discusión está clausurada, hay toda una interesante forma de entender y conceptualizar esas prácticas aztecas-mexicas. El proceso que ha experimentado el fenómeno del sacrificio a lo largo de la historia también responde a sus formas de confección. Desde representaciones con formas diabólicas en épocas medievales hasta la difamación caricaturesca entre los siglos XVII y XIX, en todo momento no se ha podido llegar a un unívoco acuerdo sobre el papel de dichas prácticas.

Una lucha por ocupar el lugar del relato y desde allí justificar prácticas que pueden ser tan criticables como las que se objetan. En este contexto la disputa que tuvo lugar en la Junta de Valladolid es un gran aporte no solo histórico sino de insumos epistemológicos en torno a la idea de sujeto jurídico. Las perspectivas cuya mayor representación se resalta en las figuras de Juan Ginés Sepúlveda[27] y Fray Bartolomé de las Casas[28], dan cuenta esa pugna por consolidar dicha institución.

La historia, esa forma de estudio que creemos mirar desde afuera y de modo acrítico y autoevidente no está libre de los procesos de formación subjetiva, Borges ironizará posteriormente sobre este episodio al indicar en El atroz redentor Lazarus Morell:

En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas[29].

En el espacio interno, los personajes que actúan tampoco lo están. Mi relato será fiel a la realidad, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo[30]. Los individuos somos “obreros en potencia”, constantemente estamos construyendo una imagen de nosotros mismos y una imagen de los demás. Dos planos que necesitan diferenciarse necesariamente. El plano individual[31] y el social. El primero, también puede ser llamado subjetivo, desde el cual el sujeto se forma a sí mismo y desde el cual pretende que los demás lo consideren. Aspecto importante en tanto trata de proteger su imagen, cuidando de que no haya intervenciones externas que pretendan cambiarlo. No quiere que se hable, se piense y se escuche de él ideas distintas a la de su imagen ideal. El segundo, es el plano en el que el sujeto “construye al otro”, el objetivo. Le agrega calificaciones que van a crear una imagen desde su perspectiva. Una constante pugna entre el sujeto que se construye y es construido. Esa tensión por establecer la representación correcta, y ante ello se hará todo lo posible por evitar todo intento por cambiar el modelo, rechazando aquellas opiniones que afecten nuestra formar de mostrarnos al mundo, nuestra dignidad, nuestra estética social, en resumen, nuestro honor.

La forma en que se construye un personaje a través del discurso es pasible de un interesante análisis. Véase por ejemplo que los relatos previos a la prisión de Moctezuma en manos de Hernán Cortés, tendrán una vital importancia para poder llevar adelante la empresa de conquista española. El hecho cardinal será la batalla en las llanuras de Nautla (México) a propósito del cobro de impuesto por parte de Cuauhpopoca con expresas órdenes del Imperio azteca. El acontecimiento bélico desatado obliga a Cortés exigir una respuesta a Moctezuma, quien deslindándose de toda responsabilidad y vinculación, accedió al pedido de capturarlo. Comparecido ante su juzgador (Hernán Cortés), Cuauhpopoca en un principio niega, pero luego cuando las llamas ardían “confiesa” haber actuado por expresas indicaciones del tlatoani mexica. La confesión, ese solo acto, valió como prueba suficiente para que los grilletes retengan por un tiempo al máximo gobernante de la ciudad mexica de Tenochtitlán entre 1502 y 1520, y la infamia en la que cae le va costar muy caro. No solo porque ha infamado a uno de los suyos (Cuauhpopoca), ha construido una imagen del “otro” de un modo totalmente diferente sino que el mismo ha sido infamado. En ambos casos, la pérdida del honor, de la dignidad que le revestía, lleva consigo otro elemento fatal e imperioso, la cobardía y con ella de modo imperioso, la traición. Ese efecto cascada que hace germinar un aspecto sobre otro. Cada uno lleva en su núcleo la fuerza que hará brotar al otro estadio. Erigirlo como cobarde al otro es traicionarlo, erigirse cobarde uno mismo es traicionarse. Lapidaria será la respuesta de su pueblo, lapidaria será su muerte[32]. De modo implícito el anteúltimo emperador pedirá de su muerte, de modo expreso lo hará el último de ellos. Encontrado en su canoa mientras escapaba con su familia, y puesto ante Cortés le rogará que le de muerte, que no encontrará sino después de fuertes y prolongadas torturas. Lo interesante de todo ello, es que a contrario sensu de lo que sucedió con Moctezuma, Cuauhtémoc no sufrió la infamia por el hecho de escaparse cuando su pueblo era asediado por las fuerzas españolas, por el contrario le fue otorgado el aspecto antitético y más preciado, el honor[33].

Al igual que lo sucedido en épocas del imperio azteca, misma suerte correrá Tom Castro (o Roger Charles Tichborne)[34], quien deberá estar sujeto a noventa días de proceso y escuchar el relato de alrededor cien testigos, a los fines de dar cuenta que no es un impostor, sino que es verdaderamente quien dice ser. El personaje se construye desde las palabras de los sujetos y en este caso la justicia será la encargada de establecer la verdad del mismo.

Los individuos son pasibles de construcción constantemente, los cuales deben erigir o en todo caso dar los planos para que se lleve a cabo correctamente, en pos de proteger su honor. Este concepto, no solamente implica fama, respeto, dignidad o estima sino algo mucho más cardinal, la pertenencia a un grupo social, el sentirse “parte de”, evitar el ostracismo social. Perder el honor, es perder identidad, el nombre, la forma en que nos conocen y nos tratan.

Y cuando de construcciones del sujeto hablamos es imposible no implicar a la obra de Jorge Luis Borges. Si hay dos temas que aparecen muy latentes y serán grandes movilizadores de varias de sus producciones serán el honor y la infamia. En el mundo borgeano estos dos tópicos tendrán fuerte vinculación con otras temáticas, a saber, el coraje, la cobardía, la delación y la traición[35]. Abjuré de mi honor, traicioné a quienes me creyeron su amigo, compré conciencias, abominé del nombre de la patria. Me resigno a la infamia[36].

El enfrentamiento entre el honor y la infamia será lo que va a permitir que la acción avance en la mayoría de los cuentos de Historia universal de la infamia[37]. Los motores que impulsan a los textos son esos dos aspectos, atribuibles solamente a los individuos, y figúrese sino no es central el tema de la delación[38]. Nadie quiere que se lo nombre sin previo control de lo que se está diciendo, nadie quiere ser traicionado y quedar como “algo que no es” para con la sociedad. Como el peor delito que la infamia soporta, será caracterizada en Tres versiones de Judas.

Para ello se hará uso de cualquier medio para cuidar de que no cambien el estado de las cosas, sin importar las implicancias, moviéndose en las fronteras del relato oficial y unívoco.

Malamud Goti entiende que contario al honor en donde el sacrificio que otros realizan por nosotros justifican nuestro ser en el mundo, la traición socava la posibilidad de la existencia misma. Por ello indica que:

La traición nos conecta con la vacuidad de la existencia: con la noción de que nuestra comunidad carece de sentido o justificación; es contingente. Que estamos solos y aislados sin ninguna entidad que nos ampare. A lo mejor, nos muestra que no supimos encontrar sentido a nuestra existencia.[39] (…) El traidor es desleal sin ninguna razón valedera que explique esta deslealtad (…) La cuestión empeora cuan la traición es pública porque desafía los motivos que tenemos para creer que nuestra existencia colectiva es valedera.

Esa vida sin sentido, la que Borges ilustra en laberintos, desiertos y juegos de espejo. Los cuentos permiten ver cómo ello genera la necesidad de introducir nuevas normas (para-derecho, derecho no oficial-estatal, alternativo). No es de sorprenderse que la fuerza física sea la ley general que pretende imponerse sobre la ley estatal. La institucionalización de la violencia prevalece sobre la norma positiva y sus formas de aplicación. Se hace imperioso dado que los personajes no se ven plasmados en las normas. No están comprendidos dentro del relato oficial que maneja una determinada sociedad. La fuerza implica la valentía. El fuerte, el más guapo del baile, el niño rebelde[40], son quienes harán valerse sobre los demás y dar cuentas de quienes son, sin que ningún relato externo los quiera cambiar. Pero debe entenderse que la valentía no está representa como el derecho personalísimo a estar con la más linda del baile, de la que Francisco Real va a ser dueño y señor (¡Vayan abriendo cancha señores, que la llevo dormida![41]). Esa situación no es determinante para el valiente, dado que el amor aparece como un elemento secundario y accesorio. El aspecto romántico se maneja en los contornos, pero lo que no se puede pasar por alto ni manipular es el honor, la idea de mantener una imagen de entereza, lo que implica demostrar quien detenta el poder.

En Historia universal de la infamia, los textos no encuentran una vinculación primordial entre el amor y la valentía (como en otros textos literarios). Tal es el caso de Hombre de la esquina rosada, el único relato del libro que prescinde de los subtítulos. Allí el duelo es la acción que resalta, porque en ella se bate no ya la vida y la muerte, circunstancias también subsidiarias, sino el coraje y la cobardía, la necesidad de imponerse sobre el otro y evitar todo tipo de fisuras y comentarios no controlados. Al igual que estos hombres de pueblo, en El proveedor de iniquidades Monk Eastman, la justicia tendrá solamente un papel de contralor, viéndose superados en sus fuerzas por las bandas que actuaban fuera de la ley, el gobierno estatal (los políticos eran más aptos que todos los revólveres Colt para entorpecer la acción policial[42]) instan a los jefes vandálicos que lo resuelvan con un match de boxeo. La fuerza mediando entre ellos dos, sin ninguna participación del estado (policía), es la que decide y se impone. Lo que esconde, lo que subyace en ellos es un acto hombría y valentía que no es otra cosa que mantener el honor y ser alguien en términos de sociedad, la búsqueda de la identidad, al igual que:

Esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural grito que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro (Borges, 1952, pág. 22)[43].

Una idea tan fuerte y celada desde tiempos remotos hasta la actualidad a quién protege desde sus herramientas positivas sea en el Título II desde el artículo 109 a 117 bis.[44], Título XI desde el artículo 205 al 216[45], The right to privacy[46] o el artículo primero de una declaración aplicable a todos los individuos[47]. Ello da cuentas del carácter jurídico que adquieren las categorías de honor e infamia. En La verdad y las formas jurídicas[48], Michael Foucault da cuentas que en el Derecho Germánico no hay acción pública, no hay existe el monopolio del poder o la representación de la justicia en un solo órgano al cual se deben presentar las controversias, los problemas se resuelven solo entre los individuos en disputa. Pero con una salvedad, había dos casos en que debía hacerse partícipe la acción pública, una es la homosexualidad y la otra la traición. La traición exigía la participación de la comunidad, una reparación colectiva del individuo. Vemos como una acción pública se hace necesaria para sanear un mal privado y al mismo tiempo público. La idea de la participación comunitaria no se dará en todos los tiempos y espacios, pero lo que sí es interesante de observar es esa doble ofensa a los dos espacios internos y externos de los individuos. Así como es una herramienta pública también será en otro espacio una herramienta privada para reclamar el lugar y la participación que a cada uno le corresponde en la vida pública. Nadie quede quedar afuera del discurso de “lo normal y lo social”.

Es por ello que el honor estará estrechamente vinculado a la delación y su consideración como un acto de total traición. El delator no es otra cosa que un sujeto haciendo cumplir las normas de una determinada sociedad. El que denuncia está indicando que alguien no está siguiendo el relato oficial y que debe ser encauzado. Es el instrumento por excelencia del cual se vale el poder para controlar a los sujetos de modo indirecto. La dificultad de controlar particularmente a cada individuo hace que le otorgue tanta importancia al acto declarativo de los sujetos, observadores participantes de una determinada situación. El sujeto delatado se siente traicionado porque se lo introduce en otro mundo discurso del cual estaba ajeno, pero que ahora debe empezar a hablar. Se pone sobre el tapete la discusión la concepción de lo legal y lo ilegal para cada sujeto.

Virgil Stewart delata a Morell[49], hecho que obliga a la justicia a cercar su casa. Desde allí tendrá que dar cuentas de sus formas de vida y saldar todas sus iniquidades. La justicia se vale del modelo de la inquisitio, la indagación para poder establecer la verdad jurídica.  Se le pregunta al sujeto observante, previo a que jure decir la verdad, que es lo ha visto y oído, para luego llegar a la solución del problema.

Los sujetos encargados de impartir justicia le dan el carácter de certero a las palabras de los testigos, esa ficción que les permite decidir como si ellos mismos hubiesen presenciado el hecho.

La indagación será el sustituto del delito flagrante. Si se consigue reunir efectivamente a las personas que pueden garantizar bajo juramento que vieron, si es posible establecer por medio de ellas que algo sucedió realmente, podrá obtenerse indirectamente a través de la indagación y por intermedio de las personas que saben, el equivalente del delito flagrante[50].

Ello hace que se logre:

Una nueva manera de prorrogar la actualidad, de transferirla de una época a otra y ofrecerla a la mirada, al saber, como si aún estuviese presente[51].

La delación es una opción muy fuerte dado que a través de ella los sujetos deciden participar o no participar de ese relato oficial que los nombra e instituye de una forma determinada y exclusiva. Jugar el juego que les propone la ley, dándole las categorías por ella establecidas. La confidencia hecha pública nos introduce en ese nuevo espacio, que se pretendía evitar, el jurídico.

El derecho establece su verdad jurídica a través del relato. El encargado de establecerla debe escuchar y establecer la verdad. La mayoría de los relatos de Historia universal de la infamia plasman claramente esta forma de actuar. En Lazarus Morell, la Viuda Ching o los dos que se soñaron se hace necesaria la participación de un tercero que dilucide el grado de verdad de lo que se ha dicho. Cierta persona que ha dicho la verdad tiene razón; otra que ha dicho una mentira, no tiene razón.

Las decisiones no se establecen en un plano de igualdad entre dos sujetos que tienen un problema. Ahora hay un tercero implicado que no solo controla sino que también indica lo que corresponde. La fuerza monopolizada en un órgano poseedor de la verdad. Ahora se instituyen los medios de prueba, se les otorga la calidad de validas o inválidas a los fines de establecer la solución correcta del caso. Es una sola y unívoca forma de solucionar. La norma estatal imponiéndose a todos los espacios, justificando el uso de la fuerza en sus más variados aspectos. Sea con la cárcel (Arthur Orton (alias) Tom Castro fue condenado a catorce años de trabajos forzados[52]) o sea la pena de muerte, veredicto del sheriff comisario Garret, que saca su revólver y le descerraja un balazo en el vientre al asesino desinteresado Bill Harrigan[53]. La delegación de la justicia en manos de una institución corta transversalmente muchos cuentos del primer libro de Borges, desde un estado imperial omnipotente hasta o el castigo expresado en el verdugo con la espada de la justicia[54]. Todos aquellos que han sido delatados, traicionados o infamados terminan siendo oprimidos por el relato estatal y ello gracias a la confidencia de uno o varios sujetos dispuestos a confesarlo todo.  El poder otorgado a la palabra es enorme, un solo comentario permite constituir como “delincuente” a un sujeto.

El silencio, el respeto por el sujeto y su honor, corren por otro camino distinto. Ello no nace de la nada, sino que hay que ganárselo y la valentía expresada en términos de fuerza es el instrumento por excelencia. Un sujeto que irrumpe se impone, hace valer su persona y no deja menoscabarse es capaz de mantener a todos silenciados y al mismo tiempo constituirse como un redentor, sin necesidad de exigir un órgano distinto, como el estado.

 Tal es el caso de Hombre la esquina rosada, que va por fuera del relato, no solo porque es el único cuento sin subtítulos sino porque propone otra perspectiva. No es necesaria la institucionalización, no se quiere la participación del Estado sino que la solución solo se consigue con la intervención de los implicados. Foucault indica que esta forma del:

derecho es una forma singular y reglamentada de conducir a la guerra entre los individuos y de encadenar los actos de venganza; (…) Entrar en el dominio del derecho significa matar al asesino, para matarlo de acuerdo con ciertas reglas cumpliendo ciertas formas[55].

Y continúa:

La prueba termina por una victoria o un fracaso. Siempre hay alguien que gana y alguien que pierde, el más fuerte o el más débil, un resultado (…); (…) La sentencia no existe; la separación de la verdad y el error entre los individuos no desempeña papel alguno, existe simplemente la victoria o el fracaso[56].

La verdad establecida de modo inmediato, la verdad del más fuerte, como única regla exigida, ejemplificado en ese match de boxeo entre Monk Eastman y Kelly para dirimir sus disputas y funcionando como veredicto final[57]. Ese quiebre lo hace hombre de la esquina rosada. Los testimonios silenciados, la fuerza de la palabra compartida, las pruebas comunes son los instrumentos para arribar a lo que debe ser. Nadie osa cuestionar la incitación a duelo por parte Francisco Real. Está institucionalizado tanto su actitud e invitación como sus posteriores consecuencias, no dispuestas a compartir con la ley. No es necesaria la presencia de un tercero. Un espacio que no tiene intenciones ni ánimos de querer formar parte y emparentar con la ley oficial. La dualidad temática vuelve aparecer en esa tensión entre fuerzas y corajes, donde se resuelve lo que el grupo decide.

Era la policía. Quien más, quien menos, todo tendrían su razón para no buscar ese trato, porque determinaron que lo mejor era traspasar el muerto al arroyo[58].

Ninguno quiere la participación de otro, el miedo latente de perder su identidad bajo otro discurso, de no sentirse igual al otro. Sujetos que han sido “sujetados” a una forma de verse y participar en su entorno. La ideología así unida indefectiblemente a los límites de lo cognoscible. Los significados ocultos y el poder forman una estructura cerrada, que se autoabastece y se transforma sobre sí misma.

El “núcleo” preideológico de la ideología consiste, entonces, en la aparición espectral que llena el hueco de lo real. Esto es lo que no tienen en cuenta todos los intentos de trazar una línea clara de separación entre la ´verdadera´ realidad y la ilusión (o de fundamentar la ilusión de la realidad): si (lo que experimentamos como) la ´realidad´ debe emerger, algo debe ser excluido de ella; es decir, la ´realidad´, como la verdad, por definición, nunca está ´completa´[59].

La ideología va a convertir al sujeto en parte de una estructura, su estructura (con límites, reglas, obligaciones, derechos) desde una maquinaria sutil que lo constituye como parte propia de “su reflexión práctica”. El individuo siente al tipo “sujeto” natural a la sociedad, necesario y único. Sin embargo la noción conceptual es prescindible e intercambiable. Los mecanismos que serán comunes y normales como las leyes que acepta y cumple con la creencia de que lo hace “libremente”. Las relaciones imaginarias forjadoras de subjetividades comprenden imágenes, prácticas, conceptos, construcciones y estructuras adoptadas a nivel inconsciente. Dentro de este campo la ideología funciona como el marco de representación sobre el que se construyen los sujetos en sus condiciones reales de existencia. Lo ideológico sobrevuela fantasmal, no se la percibe al mismo tiempo que distorsiona. Crea el mapa imaginario que comprende la totalidad dentro de la cual desarrolla sus mecanismos e indica el derrotero que cada uno debe seguir. Pone nombres, da derechos, permite la libre expresión pero todo ello es previsto por el aparato, tiene las respuestas a las preguntas del sujeto que se formó dentro del sistema. En fin, cada uno nace en donde puede[60].

En este sentido, Göran Therborn sostiene que de modo tajante y taxativo la ideología constituye la subjetividad humana[61]. La ideología constituye los individuos como sujetos, los reconoce como tales, pero al mismo modo los excluye porque dicha subjetividad es construida desde dimensiones imaginarias que lo hacen desconocer y eluden sus reales condiciones de vida. En ello radica la nueva dimensión atribuida a este fenómeno, en que no se trata solamente de una visión deformada de la realidad ni de un instrumento necesario en las relaciones de producción sino también de la producción, construcción y conservación de subjetividades. El individuo accede a una estructura que le permite participar en su constitución como sujeto pero dicha participación lo sujeta y lo estereotipa, es decir, la función de la ideología es otorgarle participación al mismo tiempo que se la niega. La estructura ideológica establece una determinada producción de sujetos humanos. Establece los límites de identificación, formación y construcción social de la subjetividad.

El derecho solo posee un aspecto formal. La ley (policía), es testigo pasivo de que se cumple con la aparente regularidad del buen desarrollo y cumplimiento de la normativa. Las únicas pruebas son las que quedan entre ellos, lo que entre ellos se dijeron y lo que entre ellos quedará:

- Yo soy Francisco Real, un hombre del Norte. Yo soy Francisco Real, que le dicen el Corralero[62].

El rechazo a las normas por medio de ese silencio latente, el común acuerdo: cuando los de la ley entraron vieron que al baile estaba más o menos animado[63]. Ese mutismo que se mantendrá hasta en el mismo finado momentos antes morir, conservando y manteniendo en todo momento lo que fue a buscar al baile, su honor. Nunca delata, aún pudiéndolo hacer (el hombre no estaba para explicar[64]) y sabiendo que su muerte se acercaba (-Un muerto, amigo -dijo entonces el Corralero[65]), solo se limita a dar una muerte espectacular y digna de un hombre. El duelo no es vida o muerte, porque el honor los sobrevive a ambos espacios. Lo que importa es lo que vendrá después, lo que se deja en la memoria y pocos van a poder olvidar. 

Esa lucha por el discurso en términos de cómo se me constituye (honor, dignidad) esta interesantemente traducido en varios aspectos, pero hay uno que funciona como sinónimo del honor, sobre el cual Borges pretende exponer a través de sus personajes y su imperiosa necesidad de mantenerse incólumes, a saber, el nombre. Enfrentado a la delación y la vez como el mejor vehículo de ésta para poder desplegarse. Ello que las diferentes legislaciones del mundo se han encargado de proteger y considerar elemento inevitable y necesario. Tan necesario que Borges se encarga de ponerlo en casi todos los títulos de su libro sobre la historia de la infamia, ese dato aparentemente menor pero que de un modo u otro nos indica que uno se co-implica con el otro. Donde aparece uno (infamia) el otro deja de existir (nombre). El mismo juego que enfrenta a los diferentes y al mismo tiempo los mismos Villari en La espera.

Pero a contrario sensu de lo que se piensa como algo con lo cual no podríamos vivir, lo interesante es que varios de los personajes, van a querer lo contrario, que no se los instituya desde el nombre, y si pudieran no tenerlo mucho mejor. Lo que unos verían como un derecho necesario e inviolable otro lo verían como un obstáculo para poder actuar libremente en sus espacios.

Esas fintas graduales (penosas como un juego de caretas que no se sabe bien cuál es cuál) omiten su verdadero nombre -si es que nos atrevemos a pensar que hay tal cosa en el mundo[66].

La revelación de un tercero apunta directamente al nombre, elemento cardinal para poder identificar al culpable. Por ello es que la actitud adoptada frente al nombre variará en tanto que haya un común acuerdo por no dejar intervenir a ley estatal o por dejarla introducirse.

Cuando sucede este último caso se hace imperioso protegerse de la persecución estatal que pretende aplicar su ley y condenar a los sujetos que no están dispuestos a acatar la ley y con ello menoscabar su dignidad, su honor. La opción que adopta Morell es cambiar de nombre, Silas Buckley. Mismo camino recorre el impostor Tom Castro que va cambiando de nombre y con ello transforma su identidad. La dificultad de saber de quién es quién, está mediada por el nombre, como instrumento certero de conocimiento. El aspecto físico puede cambiar pero el nombre tiene el carácter de “esencial”, capaz de dar cuentas de quien se está hablando. En sus inicios el cuento reza:

Ese nombre le doy porque bajo ese nombre lo conocieron, (…) y es justo que lo asuma otra vez, ahora que retorna a estas tierras[67].

La Viuda Ching conserva su nombre en todo el relato pero al dejar su vida de pirata rendida frente a la fuerza imperial decide cambiarlo, situación que le va a permitir moverse nuevamente en su vida delictiva, bajo otra identidad y por ende otra persona totalmente distinta.

Dejó de ser la viuda; asumió un nombre cuya traducción española es Brillo de la Verdadera Instrucción[68].

El nombre juega un papel crucial en las historias, porque la justicia se introduce en él y lo categoriza de una determinada manera, tal como lo hace con Kotsuké No Suké:

La Torre de Takumi no Kami fue confiscada; sus capitanes desbandados, su familia arruinada y oscurecida, su nombre vinculado a la execración[69].

En todas estas situaciones hay una necesidad por cambiar la identidad. Sin embargo, otros pasajes la actitud adoptada frente al nombre variará. Es en espacio en el que irrumpe apaciblemente Francisco Real. El galpón de Julia, el lugar público que reúne a todos y muestran quien es quien. No en vanos sus primeras palabras son:

- Yo soy Francisco Real, un hombre del Norte. Yo soy Francisco Real, que le dicen el Corralero[70].

Desde su inicio se presenta desde el nombre, no solo una sino dos veces. Sin miedo alguno de que lo delaten allá afuera con la ley. Casi como si no fuera necesaria otra presentación, el mote es capaz de dar toda una radiografía de quien está hablando, contiene todo lo que representa y es capaz de constituir al sujeto. Es necesario conservarlo, reivindicarlo y eliminar otros nombres, sacarlos del mismo espacio para no ver menoscabada la propia construcción. Así que termina su frase diciendo:

Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas de cuchillero, y de malo, y que le dicen el Pagador. Quiero encontrarlo pa que me enseñe a mí, que soy naides, lo que es un hombre de coraje y de vista[71].

Queda muy chico (como se dirá en el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal) el galpón de chapas de cinc ubicado entre el camino de Gauna y el Maldonado[72] para dos hombres de nombres, solo uno debe estar y eso se mide con el coraje, en términos de violencia. Uno queda debe sobreponerse, el otro ser confinado a la infamia. Rosendo Juárez, el retado decide no hacer nada, una parsimonia lo envuelve, no se deja llevar por la mujer que lo alienta ni la muchedumbre que lo incita obligadamente al duelo al mismo tiempo que con ello exige un jefe redentor para que marque el orden, las normas y el paso de las acciones así como el ritmo musical de las cosas metafórica y literalmente (les gritó a los musicantes que le metieran tango[73]). Juárez nos hace creer que era un hombre[74]. Ese acto ensalza a uno de los protagonistas, mientras que el otro infamado debe dejar el espacio. Ya no pertenece a ese universo simbólico donde todo se mide en término de leyes autogeneradas y sostenidas desde la violencia. Ese espacio que no tiene intenciones ni ánimos de querer formar parte y emparentar con la ley oficial, cuya expresión de fuerza se dará en la policía. El nombre del guapo puede lucirse, porque nadie va decir nada. La fuerza lo instituye como tal y el nombre lo mantiene altivo hasta su próxima disputa por el honor. Disputa que no será otra cosa que la pugna por manejar la palabra. Éstas como ladrillos que irán poniéndose uno sobre otro hasta finalizar en una estructura determinada. Hablar del otro, decir algo de él, informar, denunciarlo, exponerlo y desnudarlo. Construirlo desde el relato, siempre de manera intencionada, siempre orientado a algo. Esa delación como acto de habla e implicada en el espacio del poder. Hay quienes tienen el derecho de hablar y establecer la verdad:

Era el discurso pronunciado por quien tenía el derecho y según el ritual requerido; era el discurso que decidía la justica y atribuía a cada uno su parte; era el discurso que, profetizado por su porvenir, no solo anunciaba lo que iba a pasar, sino que contribuía a su realización, arrastraba consigo la adhesión de los hombres y se engarzaba así con el destino[75].

El lenguaje como hacedor de mundos posibles. La posibilidad de decir algo y constituirlo como tal. Cuando alguien dice algo de nosotros de un modo u otro nos está haciendo persona, un determinado modelo de persona. Claro que a veces el discurso nos puede constituir desde un lugar el cual no estamos dispuestos a soportar. Al vernos expuestos de un modo diferente a nuestra carta de presentación, al ver que la recepción no es la misma, el problema de caer en la infamia y la posibilidad de no pertenecer al mundo social. Por ello es que hay un grupo dispuesto a oponerse a formar parte de un determinado discurso. En términos jurídicos, las normas interpelan al sujeto que ellas mismas constituyen. Las leyes forman al sujeto y le da sus rasgos característicos, y en ello hay quienes participarán del relato y otros estarán excluidos.

En este sentido expone Alicia Ruiz que:

No hay sujeto como unidad indivisible, completa y subsistente, fuera de las formas sociales que lo constituyen y las ilusiones que lo sostienen; (…) los hombres toman conciencia de ser hombres, a través de toda una red de mediaciones que los condicionan, y determinan las relaciones que pueden establecer unos con otros, constituyéndolos como sujetos[76].

La formación de la persona jurídica capaz de adquirir derecho y contraer obligaciones, es una construcción, que tienen implícita o explícitamente en cuenta una determinada serie de discursos antropológicos, sociológicos, culturales, entre otros. Ello se ve en el relato de Bill Harrigan, el asesino desinteresado de Borges, el casi niño que al morir a los veintiún años debía a la justica de los hombres veintiuna muertes - “sin contar mejicanos”[77]. Esos mejicanos que para la justicia de los hombres eran algo distinto, fuera del relato positivo y concreto, que posiblemente revestían la forma natural de un humano, pero que el derecho no tiene porque hacerse eco de cuestiones ajenas a su ciencia.

Pero esa pretensión aséptica en términos normativos no deja de exponer que ese discurso se construye desde otros discursos capaces de constituirlo como único y ahistórico. La búsqueda de la verdad, el discurso hegemónico, la delación como forma de verdad, infamia y la cobardía en la que nos vemos inscriptos a causa de ese acto acusatorio, la constitución del sujeto desde la palabra y la parte importante que cumple el nombre como principal imagen de presentación y su obligación por proteger. Todas estas cuestiones son categorías pasibles de construcción desde una miríada de discursos, y el discurso jurídico no estará exento. Entre sus líneas nos habla de persona, propietario, acusado y acusador, juez o matrimonio, pena de muerte o fallo jurídico. Todo ellos cambiantes, efímeros en su significado, imposibilitados de poder establecerlos como parámetros de verdades autoevidentes e ideales. Las múltiples formas de la cultura poseen diferentes puntos de vistas respecto del modo en que van a entender y significar las entidades jurídicas. Lo que para nosotros puede ser un deshonor y un acto de cobardía sumado aquello que no nos va permitir sobrevivir en un busto en medio de una plaza pública, la infamia; para otros será un acto de total valor o de liberación como lo planteaba el mismo Séneca. Lo que para algunos es un acto aberrante sin la posibilidad de poder acceder a ciertos espacios como la negación a ser entierrado en un cementerio o la confiscación de todos sus bienes, para otros es un acto de honor y reconocimiento, como sucede en el encuentro entre incivil maestro de ceremonias Kotsuké No Suké y los oficiales que fueron en su búsqueda y le rogaron que se suicidara pero en vano propusieron ese decoro a su ánimo servil. Era varón inaccesible al honor, a la madrugada tuvieron que degollarlo[78].

El relato continúa:

La Suprema Corte emite su fallo. Es el que esperan: se les otorga el privilegio de suicidarse. Todos lo cumplen, algunos con ardiente serenidad, y reposan al lado de su señor. Hombres y niños vienen a rezar al sepulcro de esos hombres tan fieles[79].

Los enfrentamientos textuales en Borges a través de sus personajes son un espacio indeterminado en el que, el fin de sus motivaciones racionales da lugar a los impulsos pasionales, tal como lo ha expresado hacia el siglo XVII el dramaturgo francés Jean Racien en su incontenible Freda. El corte es tajante. Sabemos que va haber duelo, persecución, palabras adustas, muerte, un cobarde y un valiente, la justicia, varias o ninguna. Extremos en los que se debate la identidad, forma de forjar un sujeto capaz de diferenciarse y hacerse nombre en medio de la sociedad[80].

Los cuentos se inician con sus nombres como un índice que nos indica a qué atenernos. Casi que son innecesarios los adjetivos calificativos posteriores, el solo nombre nos permite saber con qué personas vamos a tratar. Borges interesantemente conjuga el título general en su última palabra “infamia”, con los nombres propios que marcan los posteriores cuentos. El nombre expresa un poder que se debe mantener constantemente. No solo con el cuerpo sino también con el lenguaje. En términos físicos, la violencia se ejerce sobre el cuerpo, a costas de la vida misma, en términos lingüísticos. La vida o la muerte se debaten en términos lingüísticos. No se imprime sobre el cuerpo como representación física sino como formación discursiva[81].

Esta narratividad que se imprime en el sujeto, parece deslizar en determinados pasajes borgeanos una eximición de la culpa. Esta arbitrariedad que el lenguaje permite, lleva a Borges en más de una ocasión a proponer diferentes propuestas de acción de una misma persona. Quizá esa falta de esencialismo en el individuo permita entenderlo como un espacio abierto. Su cuento Tres versiones de Judas será un claro ejemplo de ello, en mismo sentido su ensayo El verdugo piadoso, el autor argentino relata la culpa de Francesca en el Infierno y los intentos de justificación, estableciendo cuatro conjeturas posibles sobre un acto que quizá es “urgido por una historia pretérita y quizá por la historia del universo”. Situación que tendrá incidencia en otro espacio que Borges trama de manera constante, la ley entre lo metafísico y lo humano, como en Historia de los dos que soñaron; Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Tres versiones de judas, La secta del fénix, Emma Zunz, La escritura de dios, Los dos reyes y los dos laberintos, La espera, La secta de los treinta. Poemas como Casi juicio final, In memorian A.R., Del infierno y del cielo, Una mañana de 1649, Juan, I, 14; Fragmentos de un evangelio apócrifo, Tamerlán (1336-1405), El forastero, Cristo en la cruz, Milonga del muerto, 1983; Los conjurados. O en sus ensayos como el prólogo de Nueve ensayos dantescos o el texto que lo integra El último viaje de Ulises.

Por ello es que el contexto en las producciones borgeanas es trascendental sobre las personas implicadas por el relato. No solo como recurso lingüístico que ambienta el relato sino como condicionante. Las ideas de culpa, justicia, norma cobran un pluralismo difícil de rebatir. Eso que Borges en El tango llama la inocencia del coraje. En esta misma línea irán El puñal, Los compadritos muertos y El condenado.

Junto a estas perspectivas, las ideas de la infamia y la traición serán directrices en Borges[82], hay quienes han visto en ello una fuerte incidencia biográfica[83]. Capaz de cruzar transversalmente gran parte de su obra, dichos conceptos permiten dar cuenta de cómo las subjetividades revisten una estructura mucho más compleja que el simple nominalismo. La idea de sujeto se va nutrir de otras perspectivas que irán imprimiendo su desarrollo de una determinada manera, lo que implica en simultáneo el rechazo de otras concepciones. Este espacio arbitrario y fascinante en el que nos inserta lo literario, también es compartido por el espacio jurídico. El derecho no aparece después del sujeto sino que viene a constituirlo, a ponerlo en situación, a contextualizarlo en un determinado orden, en definitiva sujeta al sujeto a un entramado particular. La ley las nombra, resignifica y les da su lugar correspondiente en el entramado social. Primero la ley y luego el matrimonio, primero la ley y luego soy propietario, primero la ley y luego soy persona, primero la ley y luego existo, en definitiva…lex, ergo sum.

La tensión del sujeto jurídico no siempre es posterior sino desde su formación. La norma no responde dilemas que ya no son con los otros como se piensa en términos de su función primordial, sino con nosotros mismos. Ese mismo problema del que aducía Johannes Dahlmann[84] en su viaje al sur. La encrucijada de verse como sujeto del derecho pero al mismo tiempo ubicarse en un terreno donde el derecho no tiene nada que explicar ni juzgar. Espacios como el de la subjetividad que no se cuestionan ni se piensan, sino que se defienden sin ánimos de cuestionarse cómo se usa ni para qué, como el cuchillo que no sabrá manejar, y sale a llanura a enfrentar a ese que ha ofendido su honor y no ha respetado su propia construcción, aunque con ello se le vaya la vida.

Ojalá me maten. Es lo mejor que puede pasarme[85].

 

 

Notas

[1] Trabajo ganador del Primer Premio, Categoría Docentes, Concurso FICCIÓN Y DERECHO 2017.
[2] Docente de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
[3] CÁRCOVA, C. M.; Cine, ficciones y derecho. Revista asociación de abogados de Buenos Aires, Asociación de abogados de Buenos Aires. http://www.saij.gob .ar/doctri naprint/dacf0 10069- carcova-cine_ficci ones_derech o.htm (visto 15/05/2017).
[4] Borges, J. L., (2012) Cuentos completos, Libro Ficciones. El jardín de senderos que se bifurcan, cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, pág. 75, Buenos Aires, Argentina, Editorial Sudamericana.
[5] Véase: cuento El otro; poema El otro, el mismo. España, Anthropos Editorial del hombre.
[5] DERRIDA, J., (2012) De la Gramatología, DF, México, Siglo XXI.
[6] DERRIDA, J.; (1989) La escritura y la diferencia, Barcelona, España, Anthropos Editorial del hombre.
[7] DERRIDA, J., (2012) De la Gramatología, DF, México, Siglo XXI editores.
[8] AUGÉ, M.; (2009) Los "no lugares". Espacios del anonimato, Barcelona, España, Gedisa.
[9] BORGES, J. L., (2012) op. cit., cuento El inmortal, pág. 189.
[10] SILVA, V. & GUTIERREZ, J.; La construcción de la identidad y la alteridad en Jorge Luis Borges y Nathaniel Hawthorne, Universidad Complutense de Madrid, Revista de estudios literarios, nº 17. https://pendient edemigra cion.ucm.e s/info/especu lo/numero 17/borg_ha w.html (visto 15/05/2017).
[11] BORGES, J. L. & GUERRERO; (1999) El Martín Fierro, Madrid, España, Editorial Alianza.
[12] Ib.
[13] Véase: “Emma Zunz” de Jorge Luis Borges: el concepto de justicia de Rosa Vila; Emma Zunz, punishment and sentiments de Malamud Goti.
[14] CORBATTA, J.; (2014) Borges y los otros, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, Corregidor, pág. 96.
[15] Ib., pág. 95.
[16] BORGES, J. L., (2012) op. cit., cuento El muerto, pág. 202.
[17] BORGES, J. L., (2012) op. cit., cuento El duelo, pág. 324.
[18] KARAM DE CHUEIRI, V.; (2014) Kafka, identidad(es) y autoridad(es): ejercicios de Filosofía, Derecho y Literatura en Los derechos fundamentales en la constitución: interpretación y lenguaje, Número especial, Coordinador Carlos M. Cárcova, Fascículo 9, Buenos Aires, Argentina, Abeledo Perrot, ISBN, pág. 43.
[19] Ib., págs. 44-45.
[20] BORGES, J. L., (2012) op. cit., cuento El muerto, pág. 285.
[21] BERGER, P. y LUCKMANN, T.; (1993), La construcción social de la realidad, Buenos Aires, Amorrortu.
[22] Principio físico atribuido al matemático griego Arquímedes (287-212 a. C.).
[23] BELVEDRESI, R.; (1997), Collinwood y el constructivismo histórico, Revista de filosofía, ISSN 0034-8244, Nº 17, págs. 187-206.
[24] BERGER, P. y LUCKMANN, T.; op. cit.
[25] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El tintorero enmascarado Hákim De Merv, pág. 47.
[26] DÍAZ DEL CASTILLO, B., op. cit.
[27] Teólogo español (1490-1573).
[28] Teólogo español (1474-1566).
[29] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El atroz redentor Lazarus Morell, pág. 15.
[30] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento Ulrica, pág. 360.
[31] Véase Nuestro pobre individualismo (Otras inquisiciones) de Jorge Luis Borges.
[32] Es interesante el modo como se ha construido la “verdad” en torno de la muerte de Moctezuma. La versión más conocida indica que fue por causa de las pedradas que recibió del pueblo mexica al sentirse traicionados por su emperador. Sin embargo, otras versiones van desde la traición de los españoles que le dan muerte hasta el suicidio.
[33] Cuauhtémoc es uno de los personajes más reconocidos actualmente por los mexicanos, considerado como héroe nacional.
[34] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El impostor inverosímil Tom Castro, pág. 26.
[35] Véase: Razones, justificación y significado: Emma y Otto zur Linde (de los cuentos de J. L. Borges, Emma Zunz y Deutsches Requiem) por Malamud Goti; Traición, Heroísmo y el sentido de la existencia: Pensando en Borges y el mal por Malamud Goti.
[36] BORGES, J. L.; (2013) op. cit., poema Quince moneda (El espía), pág. 402.
[37] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., Historia universal de la infamia.
[38] Temática tratada en la novela Respiración Artificial de Ricardo Piglia, sobre la obra de Borges.
[39] GOTI, M.; Emma, Otto, la traición, el heroísmo y la vergüenza, pág. 11.
[40] Personajes característicos de los cuentos en Historia universal de la infamia.
[41] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El hombre de la esquina rosada, pág. 54.
[42] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El hombre de la esquina rosada, pág. 36.
[43] BORGES, J. L.; (1952) libro Otras Inquisiciones, texto Nuestro pobre individualismo, pág. 21.
[44] Código Penal de la República Argentina.
[45] Código Penal de España.
[46] Artículo publicado en 1890 por Samuel Warren y Louis Brandeis en Estados Unidos, que expone en torno a la defensa del derecho a la privacidad.
[47] Declaración Universal de los Derecho Humanos.
[48] FOUCAULT, M.; (2003) La verdad y las formas jurídicas, Buenos Aires, Octaedro.
[49] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El atroz redentor Lazarus Morell, pág. 19.
[50] FOUCAULT, M.; (2003), op. cit., pág. 61.
[51] FOUCAULT, M.; (2003), op. cit., pág. 61.
[52] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El impostor inverosímil Tom Castro, pág. 26.
[53] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El asesino desinteresado Bill Harrigan, pág. 37.
[54] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El espejo de tinta, pág. 66.
[55] FOUCAULT, M.; (2003) op. cit., pág.48.
[56] FOUCAULT, M.; (2003) op. cit., pág.52.
[57] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El proveedor de iniquidades Monk Eastman, pág. 36.
[58] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento Hombre de la esquina rosada, pág. 56.
[59] ZIZEK, S.; (2003) Ideología. Un mapa de la cuestión, Buenos Aires, Argentina, Editorial Fondo de Cultura Económica, pág. 32.
[60] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento Historia de Rosendo Juárez, pág. 305.
[61] ZIZEK, S.; (2003) op. cit., pág. 176.
[62] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento Hombre de la esquina rosada, pág. 53.
[63] Ib., pág. 57.
[64] Ib., pág. 55.
[65] Ib.
[66] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El proveedor de iniquidades Monk Eastman, pág. 33.
[67] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El impostor inverosímil Tom Castro, pág. 22.
[68] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento La viuda Ching, pirata, pág. 22.
[69] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El incivil maestro de ceremonias Kotsuké No Suké, pág. 42.
[70] Op. cit. nota nº 65.
[71] Ib., pág. 53.
[72] Ib., pág.52.
[73] Ib., pág. 54.
[74] Ib.
[75] FOUCAULT, M.; (1996) El Orden del Discurso, Madrid, La Piqueta.
[76] RUIZ, A.; (2001) Idas y vueltas por una teoría crítica del derecho, Buenos Aires, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2001.
[77] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., Cuento el asesino desinteresado Bill Harrigan, pág. 37.
[78] Borges, Jorge Luis, (2012), op. cit., Cuento El incivil maestro de ceremonias Kotsuké No Suké, pág. 44.
[79] Ib.
[80] Esta temática estará presente en numerosos en cuentos de Jorge Luis Borges.
[81] Determinados personajes de Borges deciden cambiar su nombre.
[82] Véase: cuentos La forma de la espada, La rosa de Paracelso, Tema del traidor y del héroe, La otra muerte, El indigno, Tres versiones de judas.
[83] BORGES, J. L. & DI GIOVANNI, N. T.; (1999) Autobiografía, Buenos Aires, Argentina, El Ateneo, pág. 30-31.
[84] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El Sur, pág. 180.
[85] BORGES, J. L.; (2012) op. cit., cuento El indigno, pág. 304.