JURÍDICO ARGENTINA
Doctrina
Título:El futuro de la democracia, hoy… La política en tiempos de desconfianza, los límites al crecimiento de la ciudadanía y apuntes para una teoría de las élites "recargada"
Autor:Aguas, Mariano
País:
Argentina
Publicación:Revista Federal de Derecho - Número 1 - Noviembre 2017
Fecha:08-11-2017 Cita:IJ-CDLXXXII-874
Índice Relacionados
Introducción
Primera parte
Segunda Parte
Cuestiones finales…
Bibliografía
Notas

El futuro de la democracia, hoy…

La política en tiempos de desconfianza, los límites al crecimiento de la ciudadanía y apuntes para una teoría de las élites "recargada"

Mariano Aguas

Introducción [arriba] 

En 1984, en pleno auge de la tercera ola democratizante[1] y del retorno a la democracia en varios países de América Latina, Norberto Bobbio publicaba El futuro de la Democracia. En dicho texto, el autor italiano nos invitaba a reflexionar sobre la democracia como ideal y sobre la democracia como régimen político real tal cual la vivimos en forma cotidiana, explorando eso que llamaba las “falsas promesas de la democracia”.

La discusión en torno a la cuestión democrática llevaba necesariamente a una reflexión sobre esas “áreas de vacancia” o promesas incumplidas de los regímenes democráticos reales tales como la supervivencia de poderes invisibles, la permanencia de las oligarquías, la supresión de cuerpos intermedios, los problemas en torno de la representación de los intereses, los límites de la participación ciudadana, y la falta o mala educación del ciudadano, entre otras.

En dicha obra Bobbio se interroga sobre las transformaciones de la democracia y, en particular, sobre las dificultades crecientes de su adaptación al presente. En todo caso, la ”crisis” del sistema democrático no debe ser entendida como amenaza de colapso inminente pues sus insuficiencias no lo ponen al borde de la extinción, al menos en la mayoría de los casos. En realidad, las amenazas a la democracia no son tanto externas, ya que no parece haber serios riesgos de involución autoritaria reaccionaria (a lo que cabe añadir que el derrumbamiento del «socialismo real» ha dejado sin alternativa visible a la democracia pluralista), cuanto internas, por la autonomización de ciertos aparatos del Estado (opacidad, burocratismo, restricciones del garantismo, etc.), o por la formalización de las instituciones representativas que pierden poder decisional real y capacidad de control y por el distanciamiento entre el poder y la sociedad.

Lo oportuno del trabajo del pensador italiano fue haber dejado planteadas con cierto criterio sistemático las dificultades que los regímenes democráticos occidentales empezaban a sufrir hacia fines de los años sesenta y los primeros años de la década del setenta con la crisis del estado benefactor y el surgimiento de nuevos movimientos sociales que cuestionaban el status quo político reinante.

Dichos problemas se vieron reflejados en las cuestiones del gobierno sobrecargado[2] y la crisis de legitimidad[3] como enfoques interpretativos.

A dicha época podemos considerarla como un momento singular en el desarrollo del pensamiento democrático y de los estudios sobre la democracia, ya que mientras por un lado aquellas maduras mostraban signos de fatiga respecto del optimismo político y académico de los años 50’ y 60’ sustentado principalmente por las corrientes politológicas vinculadas al enfoque pluralista que dominaba la academia anglosajona, por el otro, el ideal democrático reaparecía como nueva savia para dar vida a la tercer ola democratizadora descripta por Huntington, y teorizada de manera singular por la Teoría de la transición o “transitología” como familiarmente la llama Schmitter….[4].

Dicho impulso renovador, no fue sólo una revalorización del orden democrático por sobre los regímenes autoritarios, sino que también implicó un serio cuestionamiento por parte de la filosofía política[5] y los nuevos estudios sobre movimientos sociales en el seno de la comunidad académica[6] a la propia teoría política democrática. Ese impulso fue de tal magnitud que abrió un serio y fértil debate que todavía no se ha agotado y que se enriquece por una agenda política aún más compleja cuarenta años después.

Primera parte [arriba] 

El cuestionamiento a la democracia “real” y las “promesas incumplidas”

La inconformidad con el devenir de la democracia empírica provocó fértiles y provechosas reacciones por derecha y por izquierda.

Tanto en el campo del pensamiento liberal asociado a lo que se llamó Nueva Derecha, Neoliberalismo, o Neoconservadurismo, así como en el pensamiento crítico inspirado ya sea en el legado de Rousseau y las variantes de raíz marxiana, como de un pluralismo crítico, y con influencias anarquistas, acomunados en eso que se conoció como Nueva Izquierda.

Para la Nueva Derecha, el problema principal que representaban los regímenes democráticos estaban vinculados a la sobrecarga de demandas fruto de expectativas políticas crecientes sobre el sistema político, y a la capacidad limitada del Estado para fomentar la inversión privada que generara más riqueza.

Para la Nueva Izquierda lo que aquejaba a la democracia era un serio problema en su base de legitimación producto de la relación compleja con la burocratización de la vida moderna, los efectos inherentes a una economía capitalista y la disparidad en la redistribución de bienes materiales y simbólicos, problemas que debían ser resueltos con más participación y ampliación de la ciudadanía[7].

Norberto Bobbio, fiel a su formación y a su ambiente intelectual va a formar parte de esa discusión global, a partir de categorías analíticas clásicas (liberalismo, socialismo)[8] y de su análisis de lo que podemos llamar las promesas incumplidas de la democracia, poniendo de relieve el malestar que aquejaba el desempeño de la democracia real, respecto del ideal democrático.

A mi discreto entender, dicho elenco de problemas señalados por el pensador italiano, siguen constituyendo una prolífica hoja de ruta a través de la cual podemos todavía preguntarnos sobre la calidad y el desempeño de nuestras democracias. Pero, ¿cuáles eran las características básicas de una democracia para Bobbio?

En primer lugar la diferencia de cualquier régimen autocrático, y sostiene que es un régimen donde las decisiones de carácter obligatorio son tomadas por un número elevado de individuos.

En una definición mínima como él mismo sostiene no puede sin embargo faltar el derecho a participar directa o indirectamente en la toma de decisiones colectivas, la existencia de reglas procesales (como la de mayoría), y la posibilidad de elección entre dos o más alternativas reales de gobierno, estando en capacidad de decidir entre unas u otras.

Para que esta última condición pueda tener entidad, es condición necesaria la existencia de algunos derechos fundamentales: libertad de opinión, de expresión de la propia opinión, de reunión, de asociación, etc. En palabras de Bobbio “…los derechos con base a los cuales nació el Estado liberal y se construyó la doctrina del Estado de Derecho, en sentido fuerte, es decir, del Estado que no sólo ejerce el poder sometido a la ley, sino que lo ejerce dentro de los límites derivados del reconocimiento constitucional de los llamados derechos <> del individuo. Cualquiera que sea el fundamento filosófico de estos derechos, ellos son el supuesto necesario del correcto funcionamiento de los mismos mecanismos fundamentalmente procesales que caracterizan un régimen democrático”[9]

Para nuestro autor, las normas constitucionales que asignan estos derechos no son en sí mismas reglas del juego: son reglas preliminares que permiten el desarrollo del juego. Sin ellas no hay juego democrático.

Siguiendo este razonamiento, el Estado liberal no solamente es el supuesto histórico sino también jurídico del Estado democrático. Para Bobbio Estado liberal y Estado democrático son interdependientes por dos razones: 1) yendo del liberalismo a la democracia, son necesarias ciertas libertades para el correcto ejercicio del poder democrático; 2) en sentido inverso, de la democracia al liberalismo, resulta indispensable el poder democrático para garantizar la existencia y la persistencia de las libertades fundamentales.

Dicho en otras palabras, es poco probable que un Estado no liberal pueda asegurar un correcto funcionamiento de la democracia, y por otra parte es poco probable que un Estado no democrático sea capaz de garantizar las libertades fundamentales.

Históricamente ha quedado demostrado que cuando sucumben, Estado liberal y Estado democrático, lo hacen juntos.

La cruda realidad y las falsas promesas (o promesas incumplidas)

1. El nacimiento de la sociedad pluralista.

A diferencia de la democracia clásica, la democracia de los modernos nació vinculada a una concepción no orgánica e individualista de la sociedad[10]. De hecho tanto en el mundo antiguo como en la Edad Media la idea según la cual el todo es anterior a las partes implicó una visión sustancialmente diferente del orden político.

En el mundo moderno en cambio, no podemos pensar dicho orden sin una sociedad entre individuos que lo constituyan con anterioridad a partir de un acto de voluntad constitutiva, el contrato.

Bobbio cita tres sucesos clave en la conformación moderna del orden político:

a) El contractualismo de los siglos XVII y XVIII que parte de la idea de individuos soberanos libres e iguales que se ponen de acuerdo para garantizar la vida, la libertad y en el caso de Locke, la propiedad.

b) El nacimiento de la economía política, y con ella esa dimensión nueva de la vida asociativa, la sociedad civil, en donde el sujeto es una vez más el individuo, ya no considerado como zoon politikón sino preferentemente como homo oeconomicus, aquel agente que persiguiendo el internes personal logra promover el bienestar general.

c) El nacimiento y posterior influencia de la filosofía utilitarista de Bentham a Mill, que propone resolver la discusión sobre el bien común en la suma de los bienes individuales, o siguiendo a Bentham, en la felicidad del mayor número.

Siguiendo esta línea de pensamiento, la doctrina democrática descansa sobre la idea de una sociedad política moderna creada mediante el acuerdo entre individuos igualmente soberanos sin la existencia de cuerpos intermedios, como aquellos que caracterizaban a la sociedad corporativa de las ciudades medievales y del Estado estamental, anteriores a la afirmación de las monarquías absolutas. Una sociedad política en la que, entre el pueblo soberano, compuesto por muchos individuos y sus representantes, no existiesen esas sociedades particulares criticadas por Rousseau.

Sin embargo cuando revisamos la teoría política (y las sociedades) contemporáneas, observamos que la acción política es cada vez con mayor frecuencia cosa y materia de la acción de grupos organizados, llegando a convertirse en los sujetos políticos más relevantes.

Grandes organizaciones de carácter privado y público, sindicatos, partidos políticos, ONG’s, etc, son los verdaderos protagonistas de la vida política contemporánea.

Como dice Bobbio, el modelo ideal de una sociedad democrática era el de una sociedad centrípeta. Nuestra realidad es el de una sociedad centrífuga, que no tiene un solo centro de poder (la voluntad general de Rousseau), sino muchos, por lo que acertadamente varios estudiosos de la política la llaman una sociedad policéntrica o poliárquica[11]. La sociedad contemporánea con un alto grado de diferenciación y complejidad representa entonces una realidad muy diferente a la pensada en términos de una soberanía popular concebida a imagen y semejanza de la soberanía del príncipe (monista). La sociedad real que subyace a los gobiernos democráticos es pluralista.

Uno podría agregar a esto que en realidad, las sociedades modernas son intrínsecamente plurales, aunque no siempre pluralistas. En todo caso el pluralismo es un objetivo y precondición al mismo tiempo del proceso democrático moderno.

2. El tema de los intereses y su reivindicación.

Si a diferencia de la democracia de los antiguos, la democracia moderna es una democracia representativa, el fenómeno de la representación debiera ser fundamentalmente político, en el sentido que el representante no puede ser sometido a un mandato obligatorio ya que fue convocado a representar los intereses de la nación, o sea del conjunto.[12]

El principio en el que se sostiene la representación política es fundamentalmente diferente al de la representación de intereses específicos, ya que apela a la responsabilidad del representante y no a la obediencia a un mandato determinado.

El representante de un interés, está sometido a un mandato obligatorio regulado generalmente por criterios de Derecho privado, y no público.

Para Bobbio , dado el tema del apartado anterior, o sea la existencia plural de grupos organizados que practican la política, la representación política está constantemente menospreciada por las prácticas fácticas de representación de intereses particulares, tal el caso de los grandes acuerdos de gobernabilidad a que nos tienen acostumbrados ciertos casos europeos donde se practica una especie de corporativismo sui generis, que permite que poderosas organizaciones virtualmente cogobiernen con las instituciones compuestas por representantes de la voluntad de los ciudadanos[13].

3. La persistencia de las oligarquías.

Bobbio consideraba como una falsa promesa la derrota del poder oligárquico. Desde su inicio, el principio fundamental del pensamiento democrático estuvo ligado a la idea de libertad entendida como autonomía. Rousseau lo explicó como la capacidad de legislar sobre sí mismo, eliminando la tradicional distinción entre gobernantes y gobernados para alcanzar eso que en términos actuales algunos filósofos contemporáneos llaman emancipación[14].

En este punto se juega uno de los debates centrales de la discusión teórico filosófica de la democracia, que contrasta dicho ideal con la realidad histórica.

La preocupación por el gobierno y el autogobierno están en el centro de debates también disciplinarios[15], según se quiera pensar al ser humano como un ser naturalmente bueno al que hay que “liberar” de condiciones objetivas que degradan su naturaleza para lograr ese “orden” basado en la autodeterminación o, aceptar el fenómeno de la democracia representativa como único fenómeno históricamente verificable y practicable, y a partir de eso encarar la cuestión sobre el tipo y calidad del gobierno[16].

Naturalmente la presencia de élites en el poder no borra la diferencia entre regímenes democráticos y regímenes autoritarios. Las teorías de Mosca, Pareto o Michels, o el mismo Weber nos enseñan que el fenómeno elitista está íntimamente vinculado a la sociedad de masas.

En su lúcida y descarnada descripción de la democracia contemporánea, Joseph Schumpeter captó perfectamente el sentido cuando sostuvo que la característica de un régimen y gobierno democrático no es la ausencia de élites sino la presencia de varias élites que compiten entre ellas mediante un sistema de reglas consensuadas por la conquista del voto popular.

4. El espacio limitado.

En este punto, Bobbio se pregunta sobre el tema del alcance democrático a la hora de afectar espacios donde se toman decisiones de carácter obligatorio para un completo grupo social.

A criterio del autor, luego de la conquista del sufragio universal, sería deseable una ampliación del proceso de democratización, (o de extensión de los atributos vinculados a una nueva ciudadanía) no tanto en el paso de la democracia representativa a la democracia directa, sino en el paso de la democracia política a la democracia social. En ese caso pasaríamos de preguntarnos por ¿quién vota? a preguntarnos por ¿dónde vota?

Dicho de otra manera, cuando se desea saber si se ha dado un desarrollo de la democracia en un determinado país se debería investigar si aumentó o no el número de quienes tienen derecho a participar en las decisiones que los atañen (empresa, aparato administrativo, etc.)

Partiendo de este supuesto y tal cual ya sostuviera, Bobbio considera que así como la concesión de los derechos políticos ha sido una consecuencia natural de la concesión de los derechos de libertad, sería deseable un progreso democrático en el sentido aludido porque la única garantía al respeto de los derechos de libertad está en el derecho a controlar el poder que afecta al ciudadano bajo nuevas formas de la vida en sociedad.

5. El poder invisible.

Uno de los aspectos esenciales del ideal democrático moderno está constituido por la deliberación pública que atañe a los actos de gobierno. Sin embargo, en muchos regímenes democráticos contemporáneos podemos inferir con mayor o menor frecuencia la persistencia de eso que Bobbio llamó los arcana imperii, los poderes invisibles cuyas decisiones afectan la vida ciudadana y que sin embargo escapan no sólo al control, sino también a la mirada pública.

Sabemos también que el ejercicio de la política ha contado desde siempre como una de sus herramientas con el secreto, pero dado el desarrollo de los medios e instrumentos técnicos que puede disponer quien hoy detente el poder, podría transformar dicho poder en algo ilimitado. Como en el peor escenario orwelliano la pregunta fundamental gira en torno a ¿quién controla a los controladores?

Es sugerente observar cómo ciertos poderes públicos (y gran parte de la clase política) se resisten a habilitar medios institucionales que garanticen mayor transparencia de las actividades de organismos estatales en lo que consideran una “intromisión” en los asuntos de Estado.[17]

6. El ciudadano no educado.

La democracia como régimen político presupone un sujeto activo y participativo, el ciudadano. Sin embargo la realidad en una sociedad de masas parece demostrar lo contrario.

En este punto, nuestro autor presenta in nuce una serie de temas que son de vivo interés tanto para la filosofía como para la ciencia política: la apatía política, las consecuencias de la masificación y la pérdida de interés por lo público, el voto de intercambio (clientelismo), y la “construcción” de la Opinión Pública, son todos temas relacionados.

Más que promesas incumplidas…, obstáculos

7. El gobierno de los técnicos.

Dice Bobbio “…La tecnocracia y la democracia son antitéticas: si el protagonista de la sociedad industrial es el experto, entonces quien lleva el papel principal en dicha sociedad no puede ser el ciudadano común y corriente”[18].

Ciertamente cuando la democracia fue pensada, las sociedades presentaban un nivel de complejidad infinitamente menor al actual, donde la división del trabajo social (y político), la burocratización creciente y el impacto tecnológico generan problemas y requieren conocimientos fuera del alcance del ciudadano medio. Esto ha dado origen al problema del balance entre el saber técnico, el control político y la participación ciudadana orientada a ese fin.

8. El aumento del aparato.

Vinculado a lo anterior dicha complejidad y el aumento de las demandas provenientes de una sociedad de masas, implicó que el sistema político alcanzara niveles de complejidad organizativas nunca vistas.

Dicho fenómeno no es ni remotamente un problema sólo de ese ámbito, la vida moderna (y más aún la post moderna) implica desafíos organizativos a nivel de todos los sistemas que conforman la sociedad.

Lo paradojal en términos políticos, es que dos modelos aparentemente enfrentados: el Estado Burocrático, y el Estado Democrático, prácticamente se han fusionado para poder satisfacer los requerimientos políticos de la vida actual[19].

9. El escaso rendimiento.

En este punto Bobbio vuelve a preguntarse sobre el problema de la ingobernabilidad de la democracia, o mejor de los problemas de gobernabilidad de los sistemas políticos con regímenes democráticos. Puesto en perspectiva histórica, tanto el desarrollo del Estado liberal como su ampliación el Estado democrático, han favorecido un creciente proceso de emancipación de la sociedad civil y a través de dicho proceso, las sociedades democráticas se han transformado en fuentes inagotables de más y más demandas al gobierno.

La cantidad y la rapidez del crecimiento de dichas demandas son de tal magnitud que prácticamente ningún sistema político, por más alta que sea su eficiencia puede satisfacerlas en tiempo y forma no sólo por un temas de recursos materiales y simbólicos, sino principalmente por un problema central de agencia. La velocidad y mutación de demandas es mucho más alta que las capacidades burocráticas de los organismos que el sistema político emplea para satisfacerlas.

En definitiva volvemos a preguntarnos en clave democrática una de las cuestiones primeras: ¿cómo conciliamos orden con libertad?

Si bien el teórico italiano terminaba su trabajo apelando a los valores intrínsecos de la democracia, recordando su superioridad ética cuando pensamos en la conjunción de dicha díada. También nos da pié a mi criterio para abordar, al menos en forma cuasi descriptiva algunos asuntos relevantes en torno a la calidad de nuestras democracias.

Segunda Parte [arriba] 

¿Qué podemos decir hoy en día sobre nuestras democracias?

Dos elementos claves enmarcan hoy el debate en torno a la cuestión democrática:

1. su aceptación como forma preferible de organización política, frente a otras posibles en varios lugares del planeta con especial énfasis en el nuestro

2. el nunca acabado asunto de la calidad de los regímenes democráticos existentes vis a vis el ideal que los legitima.

Por una cuestión de espacio creo que a los fines de este simposio, resulte más interesante para el debate abocarnos directamente al segundo punto.

Ello no implica en absoluto que eso que podemos llamar el triunfo de la democracia, no sea tema debatible o cerrado. Es sólo que a priori juzgo de mayor provecho en un simposio de filosofía política, proponer un diálogo desde algunas cuestiones de la agenda de la ciencia política que si bien por su propio carácter construye enunciados que necesariamente remiten a la comprobación empírica para su validación, por otro lado mantiene un diálogo indispensable con la filosofía a través de las cuestiones teóricas que generan dichos enunciados[20].

La calidad de la democracia como herramienta heurística.

La cuestión de la calidad de la democracia nos abre terreno tanto para la problematización teórica, como para una agenda de investigación de campo que pueda actualizar nuestro conocimiento sobre las democracias realmente existentes.

Cuando planteo el diálogo entre las formas históricas que va adoptando “la democracia” en las democracias, no hago referencia a esa tradición muy en boga en los años sesenta y setenta, al menos en mi país[21], que oponía el ideal de democracia sustantiva (asociada a una interpretación nacional populista con toques rousseaunianos de democracia cuasi directa) al de democracia aparente, donde el término aparente era usado como adjetivo peyorativo, y al mismo tiempo como sinónimo de democracia liberal burguesa.

Para esta visión, el aspecto republicano que legara el desarrollo del Estado liberal al Estado democrático era una cáscara vacía que escondía las verdaderas “contradicciones fundamentales” que una teoría emancipatoria de la política debería resolver superando la formalidad institucional republicana. Si bien esa interpretación abre posibilidades de debate interesantes, creo que comete un grave error analítico: obturar el debate en torno a la cuestión institucional por haberla considerado superflua.

Precisamente el aspecto institucional de nuestras democracias se revela un asunto por demás interesante a la hora de discutir sobre la calidad democrática, sobre todo en América Latina.

Para aquellos que coincidimos con Angel Flisfisch[22] en eso de que “la democracia es la administración pacífica del conflicto”, hablar de los problemas de construcción institucional como una dimensión de la calidad democrática, necesariamente nos remite a dos cuestiones íntimamente ligadas a dicha calidad:

1. ¿Cómo lidiamos con el conflicto?

2. ¿Cómo logramos un orden que permita la coexistencia pacífica y a la vez respete la diversidad de intereses característicos de una sociedad moderna?

1. El conflicto como impulsor de la construcción institucional.

Hay un hecho que llama poderosamente la atención a medida que uno se adentra en los aspectos del funcionamiento político de una sociedad: la convivencia de dos tendencias que podríamos identificar como contrapuestas.

Por un lado existe esa especie de espíritu comunitario que nos lleva a hablar del “Bien Común” como fin de toda política en su carácter arquitectónico, la identidad común políticamente construida en torno de la nacionalidad, o de la idea de la identidad latinoamericana, de la europea, de la islámica, etc., etc. O sea aquello que nos remite a la pertenencia a algo que nos trasciende, que es mayor a nuestra acotada existencia, pero que por el otro lado da sentido también a nuestro propio “estar” en este mundo aquí y ahora. Y ese estar en el mundo se expresa generalmente para el ciudadano común en la idea de unidad como bien máximo, alcanzada por no se sabe bien qué arcano designio. Esta idea de unidad, de totalidad, a mi modo de entender se le presenta a la mayoría de las personas como un hecho casi natural, y donde claramente se desconoce o directamente se niega por “pernicioso” y “viciado” el rol que el conflicto y su articulación política juegan paradójicamente en su construcción.

Siendo un poco temerarios, podríamos sostener que gran parte del actual discurso antipolítico de moda se sostiene en parte en esa idea: “Yo que no soy político (aunque lo sea), vengo a trabajar por el bien y la felicidad de la gente/pueblo y no en defensa de intereses y grupos…” Nótese aquí que el concepto gente (o pueblo) estaría reemplazando al de sociedad, lo cual asigna un nivel de generalidad y de falta de precisión muy funcionales al tipo de discurso ligero impulsado por el marketing político de nuestros días (por izquierda o por derecha), el cual esconde muchas veces una concepción autoritaria del orden al negar precisamente el carácter conflictivo de la articulación política de la vida social.

Por otro lado ese mismo ciudadano, sacado de ese espacio de “wishfull thinking”, y devuelto a su condición más terrenal de productor/consumidor/contribuyente, es capaz según nos enseñan las teorías utilitaristas, de cálculos de altísima racionalidad a la hora de evaluar sus acciones dentro de los escenarios/mercados en los que le toque actuar. Esto genera no pocos problemas a la concreción de esa idílica idea de Bien Común[23], buscada a través del ejercicio de cierta Voluntad General[24] expresada o travestida de opinión pública.

Dichas estas cosas, estaríamos inclinados a pensar que para poder construir algo que históricamente podamos entender como un conjunto humano que perdure en el tiempo, ya sea una sociedad nacional o una asociación entre países a nivel regional o simplemente un modo de convivir ¿deben los miembros de una sociedad moderna o las élites gobernantes compartir elementos en común, como una misma cultura política, una misma weltanschauung, y una identidad de intereses? Si, lógicamente en cierta medida eso es necesario y también deseable, aunque no excluyente. Pero entonces, ¿qué lugar le damos al conflicto, sobre todo al que nace en el seno de una sociedad nacional, o al que existe en el seno de una asociación supranacional? Sin duda uno central. Y precisamente el concepto de sociedad nos remite a la dilucidación del problema.

Una sociedad no es algo homogéneo, está signada por una cantidad importante de diferencias de todo tipo entre sus miembros que viven juntos a pesar de las mismas, y no porque todos estén en la misma situación estructural, ni porque piensen igual respecto de una infinidad de temas, ni porque practiquen la misma religión. En definitiva una sociedad existe en tanto conjunto porque ejercita la política[25], precisamente para poder procesar los incesantes conflictos que el convivir implica, no porque se haya puesto de acuerdo primero en un consenso básico para luego constituir un sistema de instituciones, que en un futuro servirán como medios de resolución de problemas futuros[26]. Dicho en otros términos, tenemos instituciones porque tenemos necesidades y negociación políticas y no por un accionar normativo que las piense en abstracto y en forma óptima[27], ni porque todos los actores involucrados piensen de la misma forma ni porque compartan los mismos valores…. ¿un argumento banal? Tal vez, pero asombra la cantidad de “especialistas” y de ingenieros constitucionales que olvidan la complejidad política del proceso de construcción institucional.

Es cierto por otro lado que no todos los conflictos son de igual naturaleza, ni tienen los mismos efectos sobre la vida en común, y que el formar parte de un conjunto humano significa compartir algún tipo de normatividad y de intersubjetividad con otros. Pero también es cierto que los conflictos han sido vistos generalmente en modo negativo, como elementos capaces de erosionar y hasta destruir el orden social, cuando muchas veces han sido precisamente los productores de delicados nexos de cohesión social y política que ayudan a mantener a las sociedades democráticas modernas. Pensemos por ejemplo en lo que representaron y representan los conflictos de clase en sociedades democráticas con economía de mercado. Para algunas ramas del pensamiento con tradición clasista eran la manifestación empírica de la contradicción fundamental del capitalismo, lo cual llevaría en forma inexorable a su crisis y derrumbe. A cierta distancia vemos que en determinados contextos han servido para la construcción de estados más democráticos y para la extensión del concepto de ciudadanía[28].

Pensando en los problemas que nos convocan, resultaría útil partir de teorías que tengan en cuenta al conflicto desde una lógica bidimensional. Por un lado atendiendo a una dimensión cualitativa (la naturaleza y el tipo de conflicto), y por el otro a una cuantitativa (la intensidad del mismo). La primera nos ayuda a comprender la naturaleza del tipo de arreglo político institucional que pueda emerger para su tratamiento, mientras que la segunda nos da pistas sobre la capacidad de los liderazgos sociopolíticos y del sistema institucional para identificar los niveles y la escala de recursos comprometidos.

2. La representación de los intereses como problema político

Cuando hablamos de intereses y su representación, caemos de lleno en un problema de larga discusión en el debate de las ciencias sociales en general, y en la ciencia política en particular.

El problema que debemos abordar es el poder explicar esa otra área de la representación de problemas políticos (o mejor dicho politizados), no resueltos por el sistema de representación individual vinculado al tema del voto ciudadano y al del sistema de partidos que surgen en sociedades complejas que deben combinar intereses privados y decisiones públicas[29].

En efecto, aun cuando al hablar de los problemas de la democracia y de los vínculos de representación hacemos referencia principalmente al tema del voto, los sistemas electorales y al funcionamiento del sistema de partidos, existe otra “dimensión” de lo político, y abusando del concepto, de la ciudadanía. Dicha dimensión está representada por ese mundo que tiene que ver con la representación de intereses específicos de la sociedad y su relación con el gobierno, el estado y la cuestión de lo público. Y cuando hago referencia a lo público creo que a esta altura del desarrollo de la construcción de entidades supranacionales como es el caso europeo, dicho concepto comienza a abarcar otras esferas distintas del estado nacional, o del sistema político de un país.

Las discusiones en torno a estos temas han generado muchas páginas de interesantes discusiones durante los últimos cuarenta años, por eso creo prudente llamar la atención sobre su potencial aporte a los temas que nos hemos fijado como agenda. En especial al tema de la calidad democrática y al rol de la sociedad civil en la construcción y mejoramiento institucional por un lado, y como instrumento analítico útil al refinamiento teórico para la comprensión de nuestras realidades por el otro.

Algunos aspectos del debate y sus consecuencias analíticas

Sin temor a equivocarnos, podríamos decir junto con Bobbio que existen entre otras causas, tres importantes razones que han caracterizado la vigencia del debate sobre la representación de intereses entre las teorías pluralistas, marxistas y corporativistas[30].

La cuestión del pluralismo y de su uso como método y como cultura académica.

El suceso y auge que han tenido en el clima intelectual de los Estados Unidos y otros centros del mundo académico, las interpretaciones económicas del proceso democrático ligadas a la visión pluralista del orden político donde se presupone un actor individual y racional en términos de la teoría económica clásica que es consciente de sus intereses y conoce sus preferencias nos pone frente a un actor que es un verdadero homo oeconomicus.

Según estas teorías, dicho proceso está representado por la existencia de un mercado político paralelo al mercado económico, que se caracteriza por un incesante intercambio de bienes entre ciudadanos/electores y representantes/elegidos a través del cual los electores aportan votos y los elegidos beneficios de orden patrimonial y/o de status.

Fiel a su origen en el pensamiento liberal, a las influencias benthamianas y a las de la sociología parsoniana, el pluralismo concibe a la sociedad como un conjunto de individuos que comparten ciertos valores básicos y que se van asociando según lo dicte la defensa de sus intereses frente a otros individuos y frente al accionar del gobierno. Paralelamente dicha concepción subraya el hecho de que el poder en una sociedad de ese tipo tiende a estar atomizado y no concentrado, ya que los intereses y las coaliciones que los sostienen pueden ir cambiando en forma más o menos continua.

Esta visión optimista, liberal y plural de la sociedad democrática, se transfirió al análisis moderno de la política (fundamentalmente a partir de la segunda posguerra). La teoría de los grupos, formulada en un principio por Bentley (1908) y difundida luego por Truman (1951) y Latham (1952), pasó a formar parte del centro analítico y normativo del pluralismo. Truman señala frente al riesgo de exceso de influencia de algunos grupos la existencia de dos salvaguardas:

a) Los individuos miembros de los grupos pertenecen a diversos grupos simultáneamente (overlaping membership)

b)La existencia de grupos de interés potenciales, donde la amenaza de transformar esos grupos potenciales en organizados era suficiente garantía para que los mismos se tuvieran en cuenta.

Para ese autor la toma de decisiones públicas se caracteriza por un proceso en el que se alcanza un equilibrio entre los grupos competidores, lo que no significa que el sistema de grupos produzca siempre un equilibrio estable. La política es compromiso entre grupos, de donde el equilibrio depende de la estabilidad del compromiso.

Más adelante G.Almond y B.Powell (1966) muy influenciados por la sociología estructural-funcionalista encararían el análisis de los grupos de interés como un tipo especial de estructura que desempeña funciones esenciales del sistema político. De esta forma los grupos eran vistos como entes homogéneos, sin conflictos internos que cumplían la función de “articular” demandas, frente a los partidos políticos que las “agregaban”. El énfasis funcionalista hizo que gran parte del pensamiento pluralista desatendiera un problema anterior: ¿cómo se conforma un grupo de interés?, problema que intentaría resolver Olson en su trabajo sobre la acción colectiva[31]. Con un razonamiento construido en base a dos conceptos primordiales, bienes públicos e incentivos selectivos, Olson contribuyó a poner en tela de juicio la espontaneidad de las acciones de los individuos para asociarse a los grupos, aunque partiendo siempre de la acción racional individual del actor[32].

El uso normativo del concepto de grupo (denominando bajo este concepto nuevos entes que comparten algunas funciones, pero no su estructura), y el énfasis en profundizar el costado de la influencia más que el de la membresía, ha producido un cuerpo teórico y analítico que por un lado no logra suficiente claridad para entender la lógica de conformación de diversos tipos de organizaciones y su permanencia, y por otro lado confunde conceptualmente al análisis de la calidad democrática al preocuparse sólo del proceso de la influencia en el policy making de las políticas públicas, desatendiendo cuestiones centrales como la cultura política interna de dichas asociaciones o actores[33].

Las discusiones en torno a la teoría del intercambio político entre actores que representan clases.

La influencia y el estímulo que representó el enfoque pluralista produjeron réplicas y discusiones, fundamentalmente en la Europa de los años 70 y 80. En este caso me permito traer a colación las teorías sugeridas por A.Pizzorno y C.Crouch[34] en torno a los componentes políticos de la acción colectiva en la representación de intereses y en lo que los especialistas llaman la lógica de la influencia.

Dicha teoría sostiene que en una sociedad industrial avanzada, muchos de los conflictos que surgen en su seno no se resuelven a través de los mecanismos previstos por el sistema de representación política tradicional, sino a través de negociaciones directas entre grandes organizaciones, sobre todo en lo que respecta al mercado de trabajo. En este aspecto, como sostiene Bobbio resulta evidente que el intercambio es político no por los actores involucrados sino por el objeto de dicho proceso, que no es un bien económico sino el poder (entendido como la capacidad de determinar el comportamiento ajeno), que en un régimen democrático debe sustentarse en una relación donde la legitimidad de ejercicio entendida como consenso sea clara[35].

Diversos criterios de organización de los intereses y el rol del Estado. Las teorías neo-corporativistas.

Dichas teorías surgen a principios de los años setenta por varias razones. Intelectualmente hablando, la disconformidad respecto del alcance explicativo de las teorías pluralistas clásicas respecto a casos en los cuales la organización de los intereses y su relación con las agencias estatales no correspondían con el manual propuesto por la teoría de grupos formulada por el pluralismo, jugó un rol esencial. Algunos de estos casos eran países (fundamentalmente europeos, y algunos latinoamericanos) cuyos sistemas políticos estaban fuertemente influidos por partidos defensores de un modelo muy fuerte de estado del bienestar, y que ante la crisis de los primeros años 70 diseñaron y profundizaron un complejo sistema de acuerdos que garantizaron la estabilidad política y la gobernabilidad de la economía.

Tanto en este enfoque como en el del intercambio, lo que observamos es un cambio en la relación estado/gobierno y asociaciones de intereses las cuales se van a ir desplazando desde una lógica vertical hacia un más horizontal, y a la exploración de estrategias de corresponsabilidad en el manejo de situaciones conflictivas. De esa forma las asociaciones no sólo ejercen influencia en el gobierno, sino que a su vez sirven como instituciones garantes de los acuerdos a través de su capacidad para “ordenar” a sus representados. Desde esta óptica el problema de la acción colectiva y el mantenimiento de la organización (lógica de la membresía) devienen un problema central, teóricamente tan importante como el de la influencia.

El debate de las teorías neo-corporativas ha sido amplio y fecundo durante más de una década y media, y a pesar de su actual eclipse debemos reconocerle el mérito de haber estimulado una discusión que proveyó a la teoría política de mejores herramientas para comprender diversas formas de gobierno democrático en diversos tipos de capitalismo. Académicos de la talla de P.Schmitter, G.Lehmbruch, C.Offe, A.Cawson, A.Cox, P.Williamson y otros sin duda representan muy bien y a pesar de sus diferencias los matices y riquezas de este enfoque.

A modo de glosa podríamos decir que en términos generales la cuestión corporativa se refería a tres cuestiones relacionadas pero diferentes entre sí:

a) Formas no competitivas ni voluntarias de representación de intereses, a través de asociaciones, con reprocesado y disciplinamiento.

b) Formas de participación en la política pública por las asociaciones

c) Formas tripartitas de concertación o un sistema de “relaciones industriales” sui generis.

Cuestiones finales… [arriba] 

A esta altura del artículo, el paciente lector se preguntará por qué esta especie de circunnavegación por discusiones teóricas de otro momento si los problemas a los cuales intentamos dar respuesta tienen que ver con un contexto que ha cambiado tanto en tantos aspectos.

Podría ensayar varias respuestas, y la primera que me viene a la mente es el límite impuesto por mi propia ignorancia…pero por una cuestión de autoestima me inclino a desecharla y prefiero pensar (invitando a los lectores a reflexionar juntos), que los problemas de legitimación en el funcionamiento de la arena política que atraviesan todas nuestras sociedades (aún en grados diferentes) nos urgen a tomar en forma ecléctica lo que décadas de fructífera discusión han aportado al bagaje teórico. “Es lo que tenemos” como nos gusta decir a los argentinos (especialistas en caos….), pero además lo que tenemos no es poco, sobre todo si pensamos cuán poco se han estudiado los recientes procesos de democratización bajo la óptica de las teorías propuestas, al menos en el campo de la ciencia política.

Por otro lado la discusión entre diversos enfoques no ha quedado congelada a los años 70 y 80, sino que en cierta medida ha progresado sobre todo a través del refinamiento del análisis en la gran matriz del pluralismo[36].

Tanto la tan comentada crisis de representación asociada a la apatía ciudadana, o los altos grados de desconfianza hacia la élites políticas y la búsqueda muchas veces apresurada de nuevos liderazgos por fuera de la política, pueden ser analizados desde mi punto de vista por esa otra cuestión que es la representación de lo que los partidos no representan. Y siendo un tanto irónicos podríamos decir entonces que prácticamente nos queda en las manos “el tema” de la representación dada la crisis de los partidos… Pensemos cómo desde los años 90 se han multiplicado el número y la influencia de actores sui generis como las ONG´s y las agencias supranacionales. Resultará de gran ayuda para conocer las nuevas relaciones entre la sociedad civil y el sistema político (o el estado según prefieran) conocer cuál es la lógica de la organización de su membresía en esas instituciones, o cómo se da la lógica de la influencia sobre los decisores que no siempre es tan nítida. O dicho de otro modo ¿cuán democráticamente organizadas están muchas organizaciones que “velan” por la accountability y el control de nuestras estructuras políticas?, o ¿cómo impactó en el sistema de asociaciones de intereses la decisión de algunos países de construir bloques regionales?, ¿qué nuevo rol les depara estos nuevos escenarios? ¿Cómo clasificamos en términos de la influencia y la representación de intereses la acción que empresas trasnacionales o grupos económicos locales tienen en la agenda pública? ¿Cómo impactan estos temas en la calidad de nuestras democracias?

A mi modesto entender creo que estas reflexiones pueden aportar algo para dilucidar un tema poco estudiado sobre todo en América Latina, y que está ligado a la crisis profunda de los años 80 y 90 y a sus actuales consecuencias respecto de qué tipo de democratización seremos capaces de consolidar con cuál forma de economía capitalista.

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Notas [arriba] 

[1] Huntington, Samuel. 1994. La tercera ola: la democratización a finales del siglo XX. Buenos Aires. Paidós
[2] Crozier, Michel, Huntington.Samuel, Watanucki, Joji. 1975. The crisis of democracy: Report on the governability of democracies to the Trilateral Commission. New York New York University Press.
[3] Habermas, Jürgen. 1975. Problemas de legitimación en el capitalismo tardío. Buenos Aires: Amorrortu editores. Offe, Claus. 1990. Contradicciones en el Estado del bienestar. Mexico D.F: Alianza editorial,.
[4] O’Donnel, Guillermo, Schmitter, Philippe, Whitehead, Laurence. 1989. Transiciones desde un gobierno autoritario. Bs.As: Paidós,
[5] Rawls, John. 1971. A Theory of Justice. Oxford: Clarendon Press
[6] Pateman, Carole.1970. Participation and Democratic Theory. Cambridge: Cambridge University Press
[7] Mcpherson, C.B. 1981. La democracia liberal y su época. Madrid: Alianza Editorial.
[8] Bobbio, Norberto. 1985. La crisis de la democracia y la lección de los clásicos. En Crisis de la democracia, eds. Norberto Bobbio,. Giuliano Pontara, y Salvatore Veca, 5-25. Barcelona: Ariel.
[9] Bobbio, Norberto. 1986. El futuro de la democracia. México: FCE, Pags.15 y 16
[10] Carlo Galli. El malestar de la democracia. Buenos Aires, 2013, FCE. Pág.33
[11] Dahl, Robert.,1971. Polyarchy: Participation and Opposition. New Haven: Yale University Press
[12] Burke, Edmund. 1834. The Works. London: Holdsworth and Ball. Vol.I
[13] Cawson, Alan. 1986. Corporatism and Political Theory, Oxford,:Basil Blackwell Ltd.
[14] Abensour, Miguel.. La democracia contra el Estado. Bs.As: Colihue. 1998
[15] Esta es una vieja discusión entre enfoques sobre la teoría política.
[16] Esta suele ser la perspectiva más prolífica que orienta a la mayoría de los trabajos politológicos.
[17] En el caso argentino, ONG’s como Poder Ciudadano y CIPPEC han tratado de impulsar leyes que aumenten la transparencia de las decisiones públicas, y han encontrado feroz resistencia ya sea burocrática como ideológica.
[18] Bobbio, Norberto. 1986. El futuro de la democracia. México: FCE, pag.26
[19] Pensemos por ejemplo en el desarrollo del Estado Benefactor.
[20] Me vienen a la mente las enseñanzas de Sheldon Wolin, Alessandro Pizzorno, Giovanni Sartori, entre otros…
[21] La República Argentina
[22] Flisfisch, Angel. Notas acerca del reforzamiento de la sociedad civil. En Crítica y Utopía N.6.
[23] Un autor que explicó con meridiana claridad desde ese enfoque que presupone al ciudadano común como un ser racional que conoce sus intereses y preferencias fue Mancur Olson (The Logic of Collective Action, 1965). El mismo sostiene que individuos de estas características no serán precisamente muy propensos a la colaboración y la acción colectiva a menos que se les incentive en forma selectiva con algún tipo de bien que precisamente no sea un bien público, y por lo tanto no divisible. Dicho de otro modo, a menos que los líderes no “paguen” por el apoyo al grupo, los potenciales miembros no estarán dispuestos a asumir el costo de la participación política.
[24] Downs, Anthony. 1992. Teoría económica de la acción política en una democracia, en Diez Textos Básicos de Ciencia Política. Ariel, Barcelona. Nótese por otro lado la clara influencia schumpeteriana en este análisis. J.Schumpeter fue un serio crítico del concepto roussouniano de voluntad general, sobre la cual sostenía que era una construcción social que tiene poco, o casi ningún fundamento independiente o racional. Para él la volonté générale de la democracia clásica es hoy en día de hecho, “el producto y no el poder motor del proceso político”, proceso dirigido por las élites con poder de dirección y manipulación sobre masas carentes de información compleja sobre los asuntos de la política. Véase su Capitalism, Socialism and Democracy.Londres, Allen &Unwin, 1976.
[25] Como sostiene Hannah Arendt en el Fragmento 1 de su ¿Qué es la política? : “…La política trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos. Los hombres se organizan políticamente según determinadas comunidades esenciales en un caos absoluto, o a partir de un caos absoluto de las diferencias… La política nace en el Entre-los-hombres, por lo tanto completamente fuera del hombre. De ahí que no haya ninguna substancia propiamente política. La política surge en el entre y se establece como relación….”. Barcelona, Paidós, 1997. Págs. 45 y 46.
[26] Crick, Bernard. 2001. En Defensa de la Política. Barcelona: Tusquets editores…
[27] Al respecto ver Tsebelis,George.1990. Nested Games. Berkeley: University of California Press. Las instituciones desde un punto de vista político son siempre soluciones suboptimales, debido a que hay que conformar a un número generalmente considerable de actores con poder de veto.
[28] Hirschman, Albert. I conflitti come pilastri della società democratica a economia di mercato. En Stato E Mercato N.41, agosto 1994.
[29] Este problema ya fue tempranamente observado por Madison en el ensayo número 10 de The Federalist Papers.
[30] Bobbio, Norberto., & Bovero, Michelangelo. (a cura di). 1990..Teoria generale della politica. Torino: Giulio Einaudi. Pág.410.
[31] Olson, Mancur. 1965. The Logic of Collective Action.
[32] Para un visión aún más profunda véase Moe, Terry. 1980. The Organizations of Interests. Incentives and the Internal Dynamics of Political Interest Groups. Chicago: The University of Chicago Press.
[33] Ver Grant, J. Halpin, D. & Maloney, W. Defining Interests: Disambiguation an the Need for New Distinctions? Political Studies, 2004, Vol 6., 195-212
[34] Crouch,, Colin (a cura di). 1977. Conflitti in Europa. Milano: Etas libri,
[35] Pizzorno, Alessandro. 1993. Le radici della politica assoluta. Milano: Feltrinelli.
[36] Pienso en autores como Theda Skocpol o Peter Evans y su esfuerzo por “bringing the state back in”.