Di Iorio, José P. 15-09-2016 - La Convención Matrimonial y el régimen de separación de bienes en el Nuevo Código Civil y Comercial Argentino 19-12-2012 - Desarrollo o medio ambiente, esa es la cuestión? 26-12-2012 - La ampliación de la noción de refugiado. Su redefinición y el alcance del régimen jurídico internacional ante las nuevas migraciones ambientales 19-12-2012 - La obligación de educar. Cuestiones normativas preliminares y trascendentales. Responsabilidad del Estado y la familia 20-05-2015 - Naturaleza jurídica del derecho del consumidor
Pensar hoy un escenario que permita marcar los caminos comunes que siguieron las distintas corrientes de pensamiento acerca de la relación existente entre la Educación y la Justicia es una aspiración demasiado compleja como para analizar en profundidad en un pequeño artículo. Sin embargo, la amplitud y riqueza del estudio de un pensamiento concreto a veces puede permitir de la misma forma que un faro, apareciendo y desapareciendo señalar la dirección del conocimiento permitiéndonos vislumbrar el sentido de desenvolvimiento con el cual la Educación y la Justicia marcan la continuidad en la vida de los hombres.
Con esto no me propongo un examen del relativismo jurídico, sino reflexionar sobre una constante, que “desde que el hombre comenzó a deliberar sobre los problemas sociales”(1) ha sido una utopía de tratar de alcanzar. Predecir el futuro, crear un modelo de sociedad justa ha sido desde el origen de la noción de justicia en la paideia griega una perplejidad retratada por filósofos como Platón, Aristóteles, etc, en la búsqueda de la construcción ideal de una sociedad como “resultado negativo de la injusticia y el egoísmo de los hombres”(2).
Basándose en esa tendencia natural la reflexión sobre el futuro de los hombres se ha volcado hacer visible lo invisible y mostrar a través de los medios y recursos literarios una crítica a la sociedad y a sus tendencias, ya sea contrastándola con el ideal de justicia o mostrando en forma dramatizada, el resultado negativo de la aplicación del Derecho. Rara es la ocasión en la que no nos encontramos con una manifestación de sufrimiento que venga precedida por una notoria injusticia en donde la mención de la ignorancia, hambruna, ilegalidad o “desobediencia a la normatividad jurídica”(3) no sean sinónimos de una problemática cuyo herencia radica su raíz en un problema cultural – educacional.
Al respecto, ya bien Aristóteles establecía, al preocuparse de manera especial por la educación de los más jóvenes, “No es el azar el que asegura la virtud del Estado, sino la voluntad inteligente del hombre"(4). En este sentido la justicia en Aristóteles aflora sobre el fondo de un saber cultural – educacional, el cual asienta sus cimientos sobre la base de un andamiaje conceptual.
La educación es una herramienta poderosísima de cambio social y cultural, que puede permitir desde su transmisión la exaltación del espíritu transformando a los hombres imperfectos en ciudadanos completos. Sin embargo, la carencia de medios interiores y exteriores para conseguir la satisfacción deseada, impide el desarrollo del individuo en sociedad viendo afectado de esta forma su desarrollo y violentando su espíritu.
Evidencia de ello es observable en “que ningún individuo puede llegar ni siquiera al umbral de sus posibilidades si no es a partir de los medios y mecanismos que la cultura le suministra para su desarrollo”(5). Esta observancia general que nos permite ubicar la educación en cuanto a sus relaciones con los procesos culturales, señala a la enseñanza como parte esencial de toda cultura, ocupando un espacio preeminente en el conjunto de las “interacciones entre la sociedad y los individuos”(6).
En un esquema para analizar este desarrollo de las culturas modernas nos sitúa en una problemática que reaparece incansablemente, más allá de posiciones adoptadas. En tal sentido, podríamos referirnos a ésto como una falla constitutiva de la sociedad o a un “deslizamiento constante, y nunca acabado sobre categorías que tienen como fin demarcar los límites entre la sociedad y el individuo”(7) en sus distintas escalas.
El aprendizaje personal de cada “hombre es ante todo y sobre todo un mecanismo de asimilación y adaptación a la cultura y la sociedad: desde el nacimiento hasta la muerte, los hábitos compartidos por el grupo modelan la experiencia y las conductas individuales”(8) haciendo de ello una necesidad potencial desde la primera infancia.
Esta reflexión supone desde nuestro lugar, un examen sobre el conjunto de conceptos, experiencias o principios que aplicamos como referencia para entender la realidad y para intervenir en ella.
No es necesario indagar con gran profundidad para alcanzar la correspondencia que estas carencias tienen como marco racional las falencias de nuestra enseñanza tradicional. Es decir, la no profundización de conceptos, hábitos culturales, valoraciones morales.
Mediante la educación, la sociedad imprime en sus miembros la cultura, como el conjunto de dogmas, valoraciones o percepciones, que son aprendidas e internalizadas desde el origen del nacimiento, para luego ser expresadas en forma de hábitos, costumbres o actitudes. “La cultura influye nuestras acciones o interpretaciones que realizamos de las situaciones que vivimos y reflejan nuestros valores”(9) convirtiéndose en fuente de inspiración de todo pensamiento y conducta.
Estos aspectos importan para poder comprender la verdadera índole de la educación la cual desde la antigua Grecia ha sido siempre ligada a la construcción de un proceso de integración que dura toda la vida del hombre y que abarca todas sus actividades. La especialización de la enseñanza, nunca hizo perder la perspectiva a los griegos que la verdadera educadora debía ser la ciudad (polis) quienes además de reglamentar la vida de los hombres también debía ocuparse de capacitar al ciudadano.
III.- El papel de la Educación en la Antigua Atenas y Esparta [arriba]
“Las leyes de Licurgo, en Esparta, estaban destinadas a la creación del ciudadano ideal”(10). La educación del ateniense se impartía principalmente en las esferas de reunión: en las disputas de la plaza pública, en el gimnasio, en las asambleas políticas, en el teatro, en los festivales religiosos. Estimando que bastante más de la mitad de la población masculina “sabía leer y escribir”(11).
Gracias a ella los ciudadanos podían “ejercer la virtud, o sea, extraer de sus almas, de su naturaleza lo mejor”(12) y donde el libre intercambio de ideas predominaba con un propósito específico: brindar un sentido de pertenencia social tanto para la clase enriquecida como para los de menores ingresos (artesanos), ambos utilizaban sus conocimientos para una gran variedad de acciones, desde "componer poesía hasta maldecir enemigos, desde dictar leyes hasta emitir el voto"(13), etc.
En este afán tan noble por cultivar el espíritu, los aspectos eolíticos encarnados en la cultura homérica fundamentalmente en la justicia, adquieren una nueva dimensión. Era trascendental el conocimiento de la obra de Homero y de la creación lírica existente. Las Elegiás de Solón personificaban la sabiduría para el pueblo ateniense fundamentalmente en la moral y la justicia social, como elementos importantes para la unidad de la patria.
El papel de los atenienses de este modo fue distinguido, transformándose en servidores de la ciudad. Sin embargo, el peligro de levantamiento de los pueblos sometidos (los ilotas) influyó en el espiritu guerrero de los espartanos, así como en la forma de vida y, en consecuencia, en su educación.
Los espartanos distinguidos por acogio del arte y la belleza eran un pueblo de constante estado de lucha en donde toda su vida pública y privada hallaba su pleno sentido en la más consumada preparación para la guerra. Diferenciando de esta manera el propósito de sus enseñanzas según el cual ya no se trata de una educación de aristócrata al estilo homérico sino de una formación de soldado, que ha evolucionado con la historia. “Todo lo demás; el derecho, la familia, la economía, la religión, la música y formación en todos sus aspectos, se subordina intelectualmente, como simple medio, al mayor rendimiento en el servicio militar”(14) conduciendo tras la segunda guerra mesiánica (660-640) a convertirse en un estado sin contactos, aislado. Su atención se centró “únicamente en la preparación militar de sus ciudadanos abandonando el cultivo de las artes y del deporte de competición”(15). Esta situación y su dimisión a la creación artística condujeron a Esparta a su estancamiento y empobrecimiento. Pasando la educación a manos del estado, quien la instituyó en función de las necesidades de la patria, quedando el individuo absolutamente absorbido ya desde su nacimiento.
En este primer período de vida el niño espartano no tiene lugar a la educación propiamente dicha. Se trata únicamente de la crianza, la cual quedaba en manos de las mujeres espartanas quienes eran particularmente hábiles. A los 7 siete años se separaba al niño de esta primera formación en el ámbito del hogar, porque como diría Platón en las leyes: “Son menos de sus padres que del estado y éstos no deben quedar libres de enviarles o no a los maestros elegidos por la ciudad. Comenzando de este modo la educación pública obligatoria en las escuelas”(16).
Esta intervención del estado en el proceso educativo es muestra de la importancia universal que los griegos, sentían por la educación con el fin de “convertir al ser humano en un buen ciudadano”(17).
IV.- Las claves aristotélicas para la educación [arriba]
Sin embargo, no basta con el acercamiento del hombre con sus iguales a través de una educación sistemática; sino que hace falta conjuntamente, como afirmaba Aristóteles, que el individuo nazca con ciertas estructuras mentales suficientemente desenvueltas, que progrese y se desarrolle en un ambiente propicio entendiendo a éste como todas aquellas actuaciones que animen o dificulten el proceder propio del ser vivo y que su camino por la vida no sea muy breve.
De darse esto así, sería permisible que el individuo obtenga, según Frankena ciertas “excelencias”(18), que llama “hábitos”(19), que le permitirán desarrollar acciones honradas de forma racional, reflexiva y consciente. Esto supone “pensamiento, invención e iniciativa para aplicar las capacidades a las nuevas aspiraciones”(20), en oposición a la rutina, como una marcada detención del crecimiento.
Es así, que a través de la educación vemos la forma en que se logra inculcar buenos hábitos que permitan el buen proceder de los individuos en la sociedad, crear cultura ciudadana que a su vez desarrolle cultura política. Esta “no es más, como afirmaba Aristóteles, que la ciencia que busca el bien supremo. Es la educación la llamada a jugar este rol en la sociedad, ya que educar tiene como motivo la causa de dirigir”(21).
El conocimiento que obtenemos por medio de la educación nos permite mejorar nuestros hábitos, sin embargo èstos no se derivan de la teoría. “Conocemos las propiedades de la suma”(22), pero nuestro desempeño en la suma no progresa hasta que ese discernimiento lo transportamos a la ejercitación. En palabras de Bruner "el conocimiento sólo ayuda cuando desciende a los hábitos"(23).
En este sentido Aristóteles matiza la condición práctica en la educación al enfatizar que se “aprende a ser bueno siéndolo, se aprende a ser virtuoso ejercitándose en estos hábitos, se aprende a ser amigo teniendo amigos, se aprende a buscar el bien común practicando el operar por ese bien”(24). El educador facilita este paso, situando, orientando y acompañando. En otras palabras descubrimos que el punto de partida para el crecimiento y formación de un individuo está en la educación.
Por ello, toda la polis se vuelca en la tarea de la enseñanza, porque lo esencial de las relaciones en la ciudad no es la subsistencia sino las actividades prácticas que suponen siempre un crecimiento interior hacia la finalidad propia de cada ciudadano, hacia una vida buena en la que se es mejor. Lo mismo vale para la educación moral: “Nos convertimos en justos practicando las acciones justas, en moderados practicando las acciones moderadas y valientes practicando las acciones valerosas”(25).
“Esto nos hace pensar en la necesidad de determinar cuáles serían los hábitos”(26) a inculcar en los estudiantes, en las diferentes etapas del sistema educativo, que quedarán profundamente marcadas para el resto de la vida. “Entre los 7 y 9 años sería recomendable que el niño internalizara hábitos de expresión (fundamentos del hablar, léxico); hábitos de buenos modales (saludar con educación, respetar normas, etc.) y hábitos matemáticos (operaciones básicas)”(27), etc. Entre los 10 y 13 años se le debería inculcar al niño hábitos de buen agrado, apreciación estética y hábitos de estudio y de 14 a 16 años hábitos de trabajo.
Ahora bien los hábitos, es decir, la propensión a repetir un acto, pueden transformarse en virtudes o vicios. Los vicios son hábitos que no tienen un fin positivo para el individuo, los vicios deterioran la personalidad y, tarde o temprano, tienen una influencia negativa en la vida social, en contraposición a la virtud que tiene un fin de perfeccionar al individuo y por lo tanto es un acto positivo. El desarrollo de las virtudes “realimenta el entendimiento y la voluntad”(28).
Es decir, reafirman a la persona en lo que está haciendo, crea una capacidad de obrar bien con más facilidad porque los actos aislados se han incorporado a la misma persona, a su modo de pensar y obrar. Por lo tanto, el hombre deja libre el entendimiento y la voluntad para profundizar más, para conseguir una mayor eficacia. Sin pensar tanto, sin esforzarse la persona decide, reacciona y actúa positivamente. En otras palabras, la virtud permite a la persona conocer la felicidad; obrar a gusto, con satisfacción.
De acuerdo con esto, el aprendizaje del hombre no se restringe al ejercicio de operaciones intelectuales o actos voluntarios, sino que aprende por distintas vías y de todos los medios que le rodean. En la medida que se creen ámbitos determinados por virtudes, el aprendizaje y la aprehensión de hábitos se facilitará y no decaerá en un vicio.
Esto llevó a Aristóteles a afirmar que podemos aprender las virtudes por incorporación paulatina, por acercamientos sucesivos, gracias a los estímulos que incorporamos del ambiente. Es a partir de allí, que la educación deja de ser una mera técnica con la que cada integrante se podría beneficiar individualmente, para ser parte de un proceso de perfeccionamiento y aprendizaje colectivo.
V.- La educación como enseñanza de la virtud [arriba]
Sócrates, sin embargo, en oposición a la tradición Aristotélica en su diálogo Menón describe que no es posible enseñar la virtud. A pesar de considerar como conocimiento a la misma. Diseña siguiendo un método hipotético como estructura lógica que si la virtud es conocimiento entonces podría enseñarse. Si podría enseñarse, entonces debería haber maestros de la virtud. Esto nos pone frente a una paradoja donde la conclusión lógica inevitable sería que el conocimiento no puede enseñarse ya que no existen maestros de la virtud.
Sin embargo, Sócrates hacia el final de su diálogo adelanta dos proposiciones: la primera dice que podría ser que la virtud fuese un don divino y en la segunda, la más interesante y que es la tesis propiamente de Platón, afirma, que “la virtud se podría enseñar si hay un modelo real de virtud tal que pudiera enseñárnosla”(29).
La virtud no se daría entonces por naturaleza, sino que sería un don divino, sin aquellos que lo reciban, lo sepan, a menos claro que entre los políticos, hubiese uno capaz de hacer políticos a los demás. Y si entonces lo hubiese, de él casi se podría decir que es, “entre los vivos, como Homero afirma que era Tiresias entre los muertos, al decir que era capaz de percibir en el Hades, mientras los demás eran únicamente como sombras. Y éste, aquí arriba, seria precisamente, con respecto a la virtud, como realidad entre las sombras.”(30)
Los exegetas, y en especial Werner Jaeger, nos expresan que sin duda alguna Platón está esbozando en verdad que su maestro Sócrates es el modelo existente de virtud real que puede enseñarse. Esta conclusión es en el contexto la que Platón indagaba, con lo cual no nos deja en el escepticismo que se había planteado a lo largo del diálogo de Menón según la cual la virtud no se puede enseñar.
La virtud según Platón “puede enseñarse si hay un modelo de virtud que pueda comunicarla a los demás”(31). Es en este sentido que Platón siguiendo las líneas socráticas del método mayéutica, considera que la verdad, la ciencia y el verdadero conocimiento están dentro de uno mismo y para aprenderlo hay que buscarlo, sacarlo, reconocerlo, recordarlo. La búsqueda de la virtud es, una actividad práctica en cuanto que procura hacer hombres virtuosos, pero también actividad teórica porque requiere un discernimiento de lo que es fundamental a aquello que llamamos virtud y que enuncia la excelencia del ser humano.
La eugenesia de esta escuela defendida por Platón, que expone en la República, pretende desarrollar una sociedad sana, donde la transformación de esa sociedad sin valores, sin orden, sin respeto, se encuentre. Para esto, el camino que propone Platón es la educación, pero no como un proceso aparente en el cual se le den cosas al educado, sino el proceso donde el alma se centre en lo que tiene valor y es real, mostrándole al educado hacia dónde debe mirar.
Por lo tanto, la educación consiste en orientar bien, dirigir bien desde adentro para orientarlo hacia el fin, o idea de bien. Ya nos ha dicho en la teoría del conocimiento que todo lo tenemos dentro de nosotros mismos porque el alma ya ha vivido en el mundo de las ideas y ha conocido directamente ese mundo o el objeto verdadero, pero al caer de ese mundo se ha olvidado. Por ello, Sócrates nos dirá que conocer consiste en recordar. Recordamos en este sentido el diálogo el Menón, donde el esclavo, que nunca ha estudiado, y nadie le ha enseñado o instruido, sin embargo sabe y conoce o distingue que el todo es mayor que las partes, etc…con lo cual el conocimiento lo tenemos nosotros por dentro y solamente requerimos de encontrarlo.
Evidentemente, la consecución de este objetivo no resulta fácil y exige que el proceso educativo no sólo se oriente a la asimilación de conocimientos teóricos, “sino también de hábitos y costumbres que permitan a las personas participar de la virtud (en la medida en que su naturaleza lo haga posible); es decir, que permitan a las personas someterse a la razón, a la parte racional de su alma y, de esta manera, lograr un desarrollo más autónomo”(32). La estrecha relación que Platón establece entre la orientación del conocimiento del ciudadano y la del buen hombre se suaviza, sin embargo, en Aristóteles para quien ambas virtudes no van necesariamente de la mano.
VI.- La Justicia como construcción social [arriba]
Lo dicho puede ser discutible. No obstante y siguiendo el pensamiento de Aristóteles sabemos que ésta es una educación que demanda de experiencias, de realidades en las que el principiante se haya visto confrontado a juzgar los méritos y los bienes acordes con el caso. No se puede aprender qué es lo razonable, y en general qué es lo bueno y qué lo mejor, sin práctica alguna, en abstracto.
Más precisamente, “para saber qué es lo justo frente a una realidad se demanda ser, ya de por sí, justo, gozar ya la virtud de la justicia”(33). Como el principiante al emprender su educación ciudadana no dispone de esta virtud, entonces es preciso que se confine a respetar unas reglas de distribución aplicables a unos ciertos casos específicos, sin que él pueda evidenciar lógicamente por qué es justa esa repartición predeterminada. Será luego de experiencias de este tipo cuando el principiante conseguirá acostumbrarse a actuar según un principio de justicia por mérito.
Satisfecho este estado tendrá ahora sí un terreno donde cultivar en su conducta esa práctica hacia la vida justa, buena y humana que es dikaiosuné, la virtud de la justicia. Y en esa medida en que su proceder sea orientado por dikaiosuné estará facultado para dar cuenta racionalmente de qué es lo justo en una situación determinada.
La consecución de este objetivo no resulta fácil y requiere que el proceso pedagógico no sólo se oriente a la asimilación, aprovechamiento de conocimientos teóricos, sino también de hábitos y costumbres que consientan a las personas participar de la virtud; es decir, que consientan a “someterse a la razón, a la parte racional de su alma y, de esta manera, lograr un desarrollo más autónomo”.(34)
En un mundo próximo a lo real, es ésto mismo lo que piensa Aristóteles. El sentido penetrante que el tenía del papel de los hábitos en la vida moral lo inclinaba a poner de relieve la importancia, en la educación de los valores habituales y de la ley que los enuncia: si la ley, en efecto debe su fuerza al hábito, puede decirse que contrariamente ella instituye los hábitos que, poco a poco, forman a los hombres.
La siguiente afirmación de Pierre Hadot citado por Jorge Dávila, sobre la misión de la universidad, sintetiza ese significado griego que toman las virtudes en el decir de los socráticos: “Cuando Sócrates decía que la virtud es un saber, no entendía por saber el puro conocimiento abstracto del bien, sino un conocimiento que elige y que quiere el bien, es decir, una disposición interior en la que pensamiento, voluntad y deseo no son más que uno”(35).
Es así que la acción de educar busca, a través de sus más diversos métodos, el desarrollo de todas las aptitudes individuales para formar una personalidad armoniosa y fecunda, digna de vivir en una sociedad que tenga por ideal el respeto y la justicia.
¿Qué nos enseña el pensamiento académico de la antigüedad clásica? ¿Por qué es imperioso conocer los tipos de virtudes que se pueden alcanzar? ¿Cómo y por qué se afectan entre sí? Habrá quienes consideren, “que los griegos como prodigio histórico fueron únicos e irrepetibles y que lo que a ellos importaba ha perdido vigencia”(36); que la sociedad griega se identificó por una retórica en ningún tiempo después observada. Sin embargo, esta búsqueda constante del conocimiento nos invita, a una exploración esforzada, a una critica reflexiva de nuestros valores, del tipo de educación que brindamos en la actualidad y de cómo alcanzar aquellos principios que hicieron alguna vez de la sociedad griega una de las grandes.
Marchamos hacia sociedades en su conjunto cada vez más ininteligibles en equivalencias de identidades, intereses, hábitos, demandas, pericias y distinciones. En estas sociedades, la relación social dependerá cada vez más de la capacidad de aprendizaje para alcanzar los tipos de virtudes que se puedan adquirir. En efecto, este proceso consistirá en la adquisición y práctica de las virtudes morales a través del desarrollo en todos los espacios que constituyen al hombre; espacios que se influyen correspondientemente y se manifiestan en la complejidad y conjunto de los actos humanos.
“El pluralismo cultural debe ser una práctica de aprendizaje colectivo”(37). Estas capacidades no se aprenden en el recorrido de la educación cívica exclusivamente sino también en las prácticas habituales de la escuela, en las formas en que el currículo representa en procesos de socialización escolar. “La educación es un terreno muy sensible, crucial en la dinámica social, con muchos protagonistas interviniendo en ella. Por todo eso, es acuciante la necesidad de conseguir un consenso básico sobre como”(38) y sobre qué fundamentos, con qué medios y tras qué finalidad orientar la educación.
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Notas:
(1) Del Carril, Enrique V. Chayer, Héctor M. “Escenarios futuros para la justicia Argentina”, La Ley, Sup. Act 03/06/2004, 1 (2) Del Carril, Enrique V. Chayer, Héctor M. “Escenarios futuros para la justicia Argentina”, La Ley, Sup. Act 03/06/2004, 1 (3) Vázquez, Rafael Sanchez. “Hacia un paradigma de la Justicia para transformar a las sociedad en humanas en realidades menos asimétricas” Rev de la Facultad de Derecho de México, Nº. 245, 2006, pag. 277 (4) Aristóteles. “De las cualidades que los ciudadanos deben tener en la república perfecta”, La Política, Libro Cuarto, Cap: XII, Vol 3, Madrid, 1874, pag. 149 (5) Levoratti, Armando. “Cultura y Educación en la Antigua Grecia”, Rev Bíblica nº 34,1972, pag. 296 (6) Levoratti, Armando. “Cultura y Educación en la Antigua Grecia”, Rev Bíblica nº 34,1972, pag. 296 (7) Wilkis Ariel - Berger Matias. “La relación Individuo-Sociedad: una aproximación desde la sociología de Georg Simmel, Rev Atenea Digital nº 7, 2005, pag 78 (8) Levoratti, Armando. “Cultura y Educación en la Antigua Grecia”, Rev Bíblica nº 34,1972, pag. 296 (9) Levoratti, Armando. “Cultura y Educación en la Antigua Grecia”, Rev Bíblica nº 34,1972, pag. 296 (10) Levoratti, Armando. “Cultura y Educación en la Antigua Grecia”, Rev Bíblica nº 34,1972, pag. 296 (11) Melonakos, Katheleen. “Aprendiendo de la Antigua Grecia”, Fundación Atlas para una Sociedad Libre, Edición Digital: http://www.atlas.org.ar/educacion/pdf/melonakos.pdf (12) Anónimo. “La educación en la Republica”, Edición digital, http://ies.car.edu/ Departaments_archivos/ Filosofia/EducacionEnPlaton.pdf (13) Melonakos, Katheleen. “Aprendiendo de la Antigua Grecia”, Fundación Atlas para una Sociedad Libre, Edición Digital: http://www.atlas.org.ar/educacion/pdf/melonakos.pdf (14) Padilla Segura, José Antonio. “Universidad: Génesis y Evolución”, México, Univ. 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