JURÍDICO ARGENTINA
Doctrina
Título:Introducción al Pensamiento Sistémico y su relación con el Derecho, en los Fueros Laboral y Civil
Autor:Diodati, Marcela - Méndez, Adolfo
País:
Argentina
Publicación:El Daño Psíquico Sistémico - El Daño Psíquico Sistémico
Fecha:15-12-2016 Cita:IJ-CCLI-941
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Capítulo 1

Introducción al Pensamiento Sistémico y su relación con el Derecho, en los Fueros Laboral y Civil

Lic. Marcela Diodati
Dr. Adolfo Méndez

A riesgo de repetir conceptos que algunos lectores ya dominan e incluso emplean en su metiere, nos pareció oportuno hacer un breve racconto del desarrollo histórico del llamado Pensamiento o Perspectiva Sistémica.

Casi todos ubicamos y coincidimos que es a mediados del siglo pasado donde podemos ubicar los comienzos de la corriente a describir, empero fue en la década de los 80 en la cual hubo un “estallido epistemológico” y se produjo una verdadera revolución en el pensamiento Científico, que no dejó un solo ladrillo sano en la pared de ningún paradigma.

Algunos la llamaron también como la época de la “caída de los paradigmas”, dado que en ella se afectaron los cuerpos teórico-prácticos de muchas ciencias –aún las consideradas duras– como la física, la química, las matemáticas, etc. las cuales se vieron seriamente afectadas en sus incólumes “verdades”.

Se revolucionó la neurobiología, la sociología, la antropología y hasta la economía y la política, obviamente ante tamaño sacudón de las prolijas bibliotecas, se cayeron muchos libros que hasta ese momento eran incuestionables, en esta última caída no podían quedar ausentes dos jóvenes especialidades del arte de curar como lo son la psicología y la psiquiatría que los autores representamos.

Fue por la confluencia de saberes que –representados por los hoy llamados “íconos” del nuevo pensamiento– se fue construyendo y consolidando el pensamiento que intentamos describir desde sus orígenes.

Conscientes de que el mencionar en primer lugar a alguien puede originar vanas discusiones acerca de si efectivamente fue con fulano y no zultano con quien se dio el comienzo, aclaramos que –desde nuestra visión– fue el Inglés Gregory Bateson uno de los gestores del movimiento, justamente porque desde su visión de trabajo en Interdisciplina, intersectó saberes o conocimientos que hasta antes de su intervención corrían por cuerdas separadas.

Los conocimientos de Bateson a nivel de la antropología, la lingüística y la naciente cibernética le permitieron rápidamente contactarse y confluir con el austríaco Paul Watzlawick, Psicólogo y Filósofo, creador de la hoy famosa e impuesta Teoría de la Comunicación Humana, a su vez integrante y co-creador de la corriente llamada Constructivismo Radical.

Fue precisamente Watzlawick quien dio un espaldarazo fantástico con sus aportes desde el M.R.I. de Palo Alto a la naciente Terapia Familiar desde la óptica Sistémica que aún hoy pervive como la llamada “corriente de Palo Alto”.

Nuevamente aclaramos al lector: en forma totalmente arbitraria reconocemos que fue para nosotros el estadounidense Bradford Keeney, Psicoterapeuta y audaz epistemólogo quien produjo –si se nos permite la expresión– un “rulo” y un verdadero ensamble de los conocimientos de personajes de la talla de: Heinz von Foerster, Virginia Satir, Carl Witaker, Salvador Minuchin y el dúo latinoamericano de Francisco Varela y Humberto Maturana Romesín.

Siguiendo a Keeney(1), la epistemología tuvo en los 80 dos alternativas a seguir la llamada clásica o lineal, que nosotros preferimos definir como “causalística-lineal-aristotélico-tomista”.

Esta primera opción explicativa podríamos decir que toma de lo que llamamos la realidad un segmento (en forma reduccionista) lo aísla y una vez separado del contexto establece una relación lineal –de allí su nombre– entre causa y efecto.

Dicha epistemología no solo tiene siglos de existencia en el conocimiento que el hombre ha acumulado de sí mismo y de la realidad que lo rodea, sino que además tiene la peculiaridad de dejar por fuera a quien utiliza este método, es decir se considera a sí misma –al decir de Maturana– con un “acceso privilegiado a lo que llamamos realidad” por el cual el observador está excluido del objeto de estudio y por ende este último, estudia, define y habla de su objeto de estudio “Objetivamente”.

La condición sine quanon para esta posición epistemológica es que el conocimiento arribado o “descubierto” es necesariamente universal, es decir el paradigma a seguir es aplicable para toda situación en la cual se apliquen los criterios de validación que el mismo investigador propone.

Por otro lado la epistemología heredera de la caída de los paradigmas es esencialmente circular, cibernética(Gl) (es decir el observador está incluido y determina en el objeto estudiado) y Multivérsica(Gl) (en clara contraposición con lo universal del otro método).

Esta última palabra resume el todo. 

Hay tantas “versiones” del objeto descrito como descriptores. Los criterios de validación científica –siguiendo nuevamente a Maturana– son convenciones o recurrencias del dominio de la praxis del vivir que son aceptadas como válidas entre dos o más descriptores que aceptan entre sí que no se tienen más que a sí mismo para realizar dicha convalidación.

Esta última hipótesis epistemológica derribó y echó por tierra el sólido edificio hasta allí construido acerca de la Objetividad y por ende de la verdad ontológicamente trascendental “última” y encerrada en lo profundo de las cosas.

El Derecho como parte del conocimiento humano fue lógicamente siguiendo los distintos paradigmas que la humanidad –léase en este último vocablo, el llamado mundo de tradición greco-judeo-cristiano– ha ido sustentando para dar apoyo a su cuerpo teórico y práctico.

La suscripción al modelo causalístico y lineal del Derecho desde sus orígenes hasta nuestros días no nos parece una casualidad.

Muy por el contrario, el Derecho dice de sí mismo ser dinámico, cambiante y que por lo tanto se va adaptando a las necesidades de la población en la cual se halla inserto. Como veremos más adelante, esto desde la posición lineal no puede ser así. 

El Derecho necesita de forma vital la estabilidad conceptual para poder operar y establecer el ideal llamado Justicia y obrar a través de sus representantes Abogados y Jueces en consecuencia con dicho ideal.

A riesgo de adentrarnos en terrenos cuasi Filosóficos, nos parece necesario hacer lo que en apariencia es una digresión respecto a la Justicia, pero que nos permitirá posicionarnos en un lugar crítico de dicho concepto que más adelante desarrollaremos con amplitud.

Cuando precedentemente decíamos que el Derecho necesita como el agua suscribir al modelo lineal, lo decíamos porque precisamente si hay algo que se halla detrás de la verdad es la objetividad.

Desde la corriente causalística lineal –y ya que estamos en el ámbito del Derecho podríamos decir sin riesgo– Kelseniana positivista, puestos a juzgar si un acto humano es justo o injusto, seguramente se utilizarán los tres pilares básicos y clásicos del derecho a saber: los usos y costumbres como fuente material y formal, la legislación vigente y la jurisprudencia.

Detrás de estos tres elementos básicos se halla “oculto”, que la descripción de ese acto jurídico, como justo o injusto lo realiza alguien, es decir es un humano (o varios) que designado/s y avalado/s con precisos criterios de validación, ese alguien tiene autoridad para ello y establece con “objetividad” dictamen.

Aquí es necesario volver al criterio cibernético antes mencionado, debemos volver a posicionarnos acerca del lugar del observador o descriptor(Gl) y si este se considera por fuera o dentro del objeto descrito.

Desde una visión Constructivista los seres humanos co-construimos con nuestro interlocutor lo que llamamos la realidad en el lenguaje, por lo tanto no hay nada afuera de cada descriptor que afirme o niegue si lo que decimos que es la realidad lo es en sí misma.

Es nuestro acuerdo en el lenguaje lo que definirá a que nos referimos y por lo tanto solo nos tenemos como referencia para ello a nosotros mismos. 

En definitiva si tenemos un acuerdo y lo queremos sostener como válido, haremos bellas explicaciones para convencer a quien nos cuestione que aquello a lo que nos referimos es no solo válido, sino que “objetivamente” lo es.

Profundizando este concepto constructivista, desde la visión Maturaniana según el marco de referencia o paradigma del descriptor, será el producto de su descripción. 

Si quien describe acepta su condicionamiento biológico, de ser un sistema neuronal cerrado en el cual no hay adentro ni afuera, acepta con ello que solo en congruencia operacional con el medio en el que biológicamente actúa, esta congruencia le permite o no conservar –sin cuestionar su organización, la cual condiciona su existir biológicamente hablando–su estructura o modificarla.

Con esta aceptación se está dando a entender que si en la mencionada congruencia operacional hablamos con un congénere, será con este con quien nos haremos cargo en nuestro lenguaje y en nuestra emoción que lo que definimos como realidad vivible, será “objetivamente” vivible solo como una definición co-construida y sin ninguna trascendencia ontológica, ni ningún otro hecho ajeno a los descriptores que la condicione.

Este hacernos cargo de que es nuestro emocionar el que nos hace definir en el lenguaje con el otro absolutamente todo lo que llamamos lo existente, comporta asumir para ello que el otro es un legítimo otro en la convivencia y por lo tanto su emocionar y su lenguaje es tan válido como el mío en cuanto a medio para definir lo que llamamos la realidad, la objetividad, lo que es lícito, ilícito y cuanto queramos definir con este método.

En resumen, aceptar que el otro es un legítimo otro como descriptor comporta aceptar el multiverso, es decir que hay tantos bellos (o no bellos) discursos descriptivos como descriptores hay, solo que según nuestro emocionar los criterios de validación serán aceptados o no, responsable o irresponsablemente.

Por el contrario si asumimos que por fuera de nuestra realidad biológica hay “un mundo” al cual –si se tiene un acceso privilegiado al mismo– puedo acceder, lo puedo penetrar, buscar ónticamente y descubrir su verdad más profunda, utilizando el método causalístico y lineal, con sus criterios de validación autoreferenciados, podré decir que hay una verdad, una objetividad que nos sirve de referencia y como descriptor la definiré como tal.

Este camino explicativo –al modo de decir nuevamente Maturaniano(2) es el que utiliza el descriptor como criterio de objetividad para obligar a su interlocutor a aceptar la misma.

Tenemos con ello, tal como le gustaba decir a Giambattista Vico(3), descripciones de lo que llamamos realidad para que las cosas se acomoden en bellas proporciones, pero que son vistas desde un solo lugar posible, es decir necesariamente son verdades universales.

Por lo definido precedentemente, la utilización coherente del camino explicativo que el descriptor utiliza, en ese camino admite una sola vía, no puede convivir en él un multiverso con un universo.

Para el primer método solo es necesario que quien describe o distingue registre un acuerdo emocional con el interlocutor, en la cual su visión o descripción es tan válida como la mía.

En el segundo método, hay un supuesto acceso a lo profundo de las cosas que en forma privilegiada algunos individuos tienen y por ende pueden describir por qué las cosas son como son.

Claro está que en este camino explicativo hay un pequeño problema cuando –lógicamente desde su emocionar básico– alguien cuestiona aquello que le están describiendo porque por alguna razón no lo percibe tal como se lo describen.

Esto pone al descriptor ante dos alternativas: En la primera, trata de convencer a su interlocutor que está equivocado porque él sí accede a “la realidad” profunda (porque su privilegio de acceso es más valioso que el de su interlocutor) y por lo tanto si no convence, no habrá acuerdo posible y cada uno seguirá con su Universo (única versión a la cual obviamente remite el vocablo).

Existe una segunda posibilidad de que –volviendo a Maturana– uno de los dos obligue al otro echando mano a la objetividad y logre imponer su criterio de validación citando a otros que describieron antes y por lo tanto ya instituyeron “verdades”.

Si estas últimas están agrupadas en “saberes”, para fundamentar sus dichos, traerá a la mano Instituciones, Academias, Facultades en las cuales descriptores calificados ya han accedido a la realidad profunda de las cosas y ya han establecido como son en realidad las mismas.

Si la obligación es convincente se diluirá el desacuerdo y los dos convivirán bajo un mismo Universo hasta que el próximo emocionar disonante vuelva a separarlos.

A nuestro modo de ver fue necesario hacer este recorrido, entendiendo que al lector le podría parecer una cuasi filosófica e innecesaria digresión.

Hecha esta última aclaración, intentaremos utilizar algunos conceptos básicos de nuestra visión o perspectiva para aplicarla al Derecho.

Basándonos en algunas definiciones que hemos vertido hasta aquí, somos conscientes que a esta altura del libro, si el lector es Abogado, tendrá que ejercitar sobre sí mismo aquello que hemos denominado, la ruptura epistemológica.

Uno de los pilares del Derecho es el tener como sujeto del mismo al individuo, es decir es la persona quien desde la esfera individual plantada desde su propia entidad, reclama y percibe sus derechos.

Todo el andamiaje teórico-práctico del ejercicio del derecho ha girado siempre alrededor de la reparación de cualquier situación que comporte un daño a dicha integridad, sea esta patrimonial o extrapatrimonial.

Es por ello que no casualmente el método causalístico-lineal-positivista encaja en esta visión del individuo y el derecho. 

Es decir es el individuo quien existencialmente hablando y plantado ante la realidad, por su sola existencia comporta derechos, no determina ni co-construye con nadie descripciones individuales, vg.: que es lo justo o injusto, legal o ilegal.

En este camino explicativo a las instituciones “ad hoc”, se les han delegado la capacidad y potestad de definir –para obligar de forma obviamente universal–, acerca de aquellas descripciones o definiciones a cumplimentar.

Dichas definiciones constituyen verdaderos corpus teóricos-prácticos, llámese a los mismos: Códigos, Leyes, Constituciones, etc. que se estudiaran en Facultades y una larga lista de instituciones que corporizan el saber objetivo del Derecho.

Claro está que tal como lo vimos anteriormente cuando dos o más individuos chocan en su visión de algún derecho afectado, ambos recurren y están obligados a aceptar y delegar en alguien –que desde un acceso privilegiado a lo que llamamos realidad– interpretará y validará una sola visión de la realidad como “correcta”, objetiva y justa.

Empero lo que ya era una certeza, se cae cuando el camino explicativo que damos a lo que llamamos realidad, lo describimos desde la co-construcción en el lenguaje.

Con esto último aceptamos nuestra limitación biológica en no acceder con ningún privilegio a ninguna realidad objetiva que se halle a nivel externo de nosotros mismos.

Todo el esquema referencial descrito desde el otro camino explicativo no nos es suficiente cuando tenemos que dar cuenta del multiverso.

Aquí será necesario que el lector nuevamente nos tenga un poco más de paciencia y acepte –emocionalmente claro está– que hagamos en apariencia otra digresión que creemos que no es tal.

Ya hemos destacado hasta el cansancio que –desde nuestra perspectiva- los seres humanos no solo constituimos realidades en el lenguaje sino que –nuevamente desde Maturana- en una mezcla exacta de emoción y lenguaje (que el mencionado autor llama “lenguajeo(2)”) generamos vínculos que cuanto más tiempo y recurrencia tienen de existencia, más profundo y complejo se comporta.

Es popularmente aceptado que la familia es una célula o sistema que forma parte de un todo que es el tejido o sistema social. Es de suponer que en el ámbito de nuestra familia nuclear –donde obviamente circula una intensa emoción de aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia– es el lugar, donde justamente, cuanto más recurrente y circular sea el lenguaje, el mismo tendrá la peculiaridad de constituir “un mundo” (que contradictoriamente es co-construido colectivamente, pero que paradójicamente es definido individualmente como tal), es por ello que es popularmente aceptado decir: cada familia constituye un mundo. 

Es aquí donde el lector tendrá que incursionar en la ruptura epistemológica de la cual hablamos precedentemente. 

En un principio, el mundo que constituye el sistema familiar, es co-construido por los dos individuos fundantes, si dicha dupla tiene descendencia constituirá un lenguaje o lenguajeo familiar, que se irá construyendo en la misma en centenares de horas, días, meses y años con sus crías en una recurrencia de coordinaciones conductuales consensuales de la praxis del vivir.

Justamente por la operación de la recurrencia –repetición que las valida en el tiempo– constituyen a su vez coordinaciones consensuales de coordinaciones consensuales que forman “el mundo” en el cual conviven en un delicado equilibrio de acuerdos y desacuerdos en el emocionar (léase si se quiere en el amor).

Es de suponer que el sistema familiar así constituido sobre la base de un emocionar positivo y congruente con el otro genera operacionalmente una “dependencia” del otro para que lo que ese sistema llama su realidad familiar esté completo o definido como tal. 

Es decir, la interacción amorosa y fáctica del día a día familiar se conforma de tal manera en la cual una acción u omisión de uno de los componentes del sistema afecta la “realidad” individual y colectiva del mismo y condiciona per se la existencia del sistema.

En el siguiente genograma se grafican las interacciones comunicacionales y vivenciales típicas del sistema familiar sus componentes y sus mutuas interinfluencias.

Con la lógica dificultad para atrapar en un dibujo algo tan dinámico como lo son los vínculos humanos, hemos intentado destacar la diferente intensidad vincular en las líneas o flechas que va y viene hacia cada individuo, algunas más gruesas que otras queriendo mostrar con ello que en algunos casos la intensidad vincular va y viene en la misma proporción y otros solo va para un lado y lo que regresa es de intensidad mínima.

¡En fin, con ello se muestra que no siempre nos quieren como sentimos que queremos y viceversa!

Como se puede apreciar en el dibujo, si ya la descripción de lo que dos individuos llaman “su realidad” resultaba compleja de entender –desde la óptica lineal obviamente– cuando de dos individuos pasamos a 3 o más componentes del sistema, hay más complejidad en la definición de lo que se quiera definir.

Aquí hemos llegado a uno de los ejes de nuestra posición que da título a nuestro libro. 

Para ello traeremos en principio a nuestras manos no solo la experiencia que ambos tenemos en el ámbito forense como Peritos, sino nuestra experiencia clínica acumulada en los últimos 35 años en el ejercicio de nuestras profesiones de Psicóloga y Psiquiatra, tanto en el Hospital J. T. Borda como en nuestra práctica privada, tratando parejas y familias disfuncionales desde la perspectiva sistémica.

En nuestro trabajo, sobre todo a nivel Hospitalario, es una ventaja operativa el trabajar con el recurso técnico que nos da el uso de la Cámara Gesell.

Sabemos que los Abogados que trabajan en el fuero Civil y más precisamente en Familia, conocen este recurso y seguramente lo han podido vivenciar como observadores desde el lugar destinado para ello.

Para aquellos que no conocen este recurso técnico haremos una breve descripción. 

La Cámara Gesell clásica (que es la que usamos en el Hospital) consiste en dos habitaciones contiguas que están separadas entre sí por un vidrio de efecto de luz unidireccional.

Es un vidrio que por diferencia de estímulo lumínico, en la habitación más iluminada el vidrio responde a la luz comportándose como un espejo y por lo tanto cerrando toda posibilidad de observación hacia la otra habitación.

Por el contrario, del otro lado, en un cuarto que se oscurece adrede, se puede observar lo que ocurre en el primero, obviamente con un equipo de audio se puede oír lo que la familia o pareja asistida dicen o hacen.

Una característica que desde muchos años tienen nuestros equipos asistenciales es la de trabajar siempre –en la parte visible para los consultantes– en forma de co-terapia.

En una propuesta consciente y técnicamente preparada para ello, la pareja co-terapéutica siempre proponemos que sea heterosexual, es decir invariablemente en el campo hay una mujer y un hombre que representan lo que nosotros llamamos “el subsistema consultado”.

Del otro lado en la sala oscura o lugar de observación se halla el resto de los componentes del mencionado subsistema consultado, el cual colabora y participa con sus colegas cuando les parece pertinente. 

En ambos espacios hay un teléfono o intercomunicador que permite conectar a los dos sistemas, por lo general se utiliza para hacer alguna observación o contribución quienes están en el lugar de observación como co-terapeutas y en algunos casos para hacer alguna intervención con algún integrante del sistema consultante.

Obviamente la modernidad y los nuevos sistemas de video, han posibilitado que en algunas instituciones en vez de vidrio espejado, se utilice un circuito cerrado de televisión. 

En estas últimas se hace uso de una cámara de video –que por lo general está fija– lo cual en algunos casos a distancia (vía Skype, etc) les permite a quienes están en el sitio de observación cumplir con su misión para con los consultantes o pareja co-terapéutica.

Un lector perspicaz habrá notado que hemos definido al sistema con la palabra consultante y no hemos usado el popular término “paciente”.

Este vocablo es muy usado en Medicina y obviamente en Salud Mental para definir a quien se asiste.

En coherencia con nuestro posicionamiento constructivista maturaniano no es gratuito como se dice lo que se dice y mucho menos quién lo dice.

En una coherencia epistemológica que no hace más que representar la cultura en la cual están insertos, nuestros consultantes no se autodefinen a sí mismos como tales.

Muy por el contrario llegan definidos desde ellos mismos como pacientes, y si ellos no se definen como tales, las “instituciones” ya se ocuparán de ubicarlos en el lugar que les corresponde.

Solamente ubicados en ese lugar o rol (de paciente/s), es esperable que el Médico Psiquiatra o el Psicólogo definido como el que sabe y el paciente en el lugar del que no sabe (nuevamente la objetividad como argumento para obligar del que antes habláramos) ambos “jueguen” un siniestro juego en el que todo se haya predeterminado.

En nuestra experiencia, el promedio de quienes conocemos como sufrientes o consultantes, expresa en su lenguaje y en sus acciones lo que el promedio de su cultura les ha enseñado que deben hacer. 

Cuando son citados para una entrevista familiar quienes asisten como familiares del señalado como “paciente”, se posicionan y ven a sí mismos invariablemente en el lugar de los “sanos” de la familia.

Sienten que vienen a la consulta solo porque son llamados y cuando mucho concurren para aportar datos sobre su familiar enfermo.

Le recordamos al lector que el Borda es un Hospital con régimen de Internación, cuando un asistido es internado por lo general ocurre luego de una grave crisis de “su” cuadro psicopatológico y por lo tanto quien es internado es sin dudas “el paciente”.

Para la Medicina en general (y en la mayoría de sus especialidades) también hubo un “anillo” que científicamente hablando “encajó en su dedo” durante miles de años. 

Las propuestas explicativas de las enfermedades humanas han tenido siempre una coherencia operacional en el estudio de las mismas.

La utilización del método causalístico y lineal ha desempeñado un rol importantísimo como construcción argumental científica operativa en diversos saberes o especialidades médicas, más no es nuestro objetivo en este libro cuestionar esos “saberes” en especialidades ajenas a las nuestras.

Empero, donde sí nos interesa discutir los caminos explicativos y su incidencia en las personas sufrientes es en el ámbito de la Salud Mental.

Decíamos antes que nuestros consultantes sin duda reflejan el medio cultural en el cual están insertos y si durante toda su vida han visto que ha sido operativo ante una consulta médica el ubicarse como pacientes, ¿por qué extraña razón habrían de hacerlo en otro posicionamiento en una consulta psico-psiquiátrica?

Por otra parte los componentes de un sistema disfuncional invariablemente cuando llegan a una Consulta que es abordada desde nuestra óptica, hace uso y abuso de ese posicionamiento cultural descrito (el cual paradójicamente le hace el juego a la disfuncionalidad y al malestar que todo el sistema padece) como modalidad resistencial al cambio.

Nos parece importante explicar o señalar desde nuestra posición por qué decimos que los consultantes vivencian una situación paradojal.

Es frecuente que en el rol docente expliquemos a nuestros discípulos y alumnos que en las primeras entrevistas con los consultantes, en este primer acercamiento a la problemática, se dirime una lucha epistemológica y de paradigmas.

La familia consultante, expresada en forma individual o colectiva –permítasenos la metáfora– lucha denodadamente por mantener su lugar de sanos y por ubicar en el lugar de paciente al integrante que todos han señalado como el “enfermo”. 

Obviamente nuestro equipo tratante no participa voluntariamente en esa lucha con presupuestos explicativos que le hagan “entender” nuestra visión de lo que les pasa, sino por el contrario se manifiesta desconocedor de lo que les pasa y por qué y para qué les pasa lo que ellos dicen que les pasa.

Es decir, huimos como a la peste definir nosotros como sub-sistema consultado quién o quiénes son los pacientes o sufrientes y mucho menos el motivo de consulta.

No gratuitamente utilizamos en las sesiones una y otra vez el vocablo consultante/s, cuando la familia deja de luchar, se empieza a ver sí misma en un plano plural y por ende toma su producción como un todo y producido por todos.

Solo cuando el sistema consultante hace propia esta óptica entra en el plano emocional, deja voluntariamente el paradigma causalístico-lineal y co-acuerda con el sistema consultado que necesita ayuda técnica y establecen ahí sí su motivo de consulta.

Dicha ayuda técnica es utilizada para desandar el camino que los llevó a co-construir una praxis del vivir incompatible con la estructura del sistema a tal punto que a veces llegan a la consulta con daños irreparables en la organización que los define como sistema.

Cuando se produce ese quiebre emotivo, el sistema se apropia de la consulta sale del lugar ineficaz del “paciente”, vocablo este último que inevitablemente remite al que espera en posición asimétrica que otro que sabe lo ayude.

Recién cuando los consultantes salen de esa posición pasan a ser protagonistas responsables de lo que con sus acciones y emociones provoca sobre los otros componentes del sistema, que se muestra en un área como disfuncional.

Justamente si hay algo que muestra la Clínica de Familia o de Pareja vista desde esta perspectiva es como la vieja frase que fuera tomada de la Gestalt por nuestros primeros maestros tiene plena aplicación, cuando se dice: “el todo es más que la suma de las partes”.

Dicha frase o expresión cobra total y profunda dimensión cuando los consultantes se aceptan como parte de un todo.

Allí la ruptura epistemológica opera terapéuticamente per se. Ello ocurre cuando cada integrante del sistema rompe el individualismo y abandona el acceso privilegiado a lo que llamaba realidad.

Desde ese momento ya nada lo puede constituir y definir desde la posición lineal, por lo tanto del “yo defino” necesariamente tiene que pasar al “nosotros definimos”, que implica obviamente asumir responsablemente que sus acciones u omisiones afectan a los demás integrantes de su sistema familiar y obviamente a sí mismo.

En ese momento crucial la familia deja de proyectar el saber en el afuera de su sistema (Médicos, Psicólogos, Jueces y un largo etcétera) y se apropia del saber que les dice que: todo lo que les pasa, lo bueno y lo malo, asintomático o sintomático, es expresivo de la disfunción que los lleva a pedir ayuda.

Con la utilización de técnicas que devienen de la teoría de la comunicación, de la cibernética del 2do y 3er orden, del psicodrama se comienza a trabajar con los obstáculos que la familia o pareja conoce que los lleva a repetir una y otra vez los síntomas no deseados que los llevó a la crisis y a la consulta.

Para nuestra visión la “admisión temporaria” del sistema consultante para con el subsistema consultado, como parte de “su sistema” es una condición fundamental.

Consideramos que solo es posible comenzar a trabajar terapéuticamente cuando se instala una empatía básica (comienzo del leguajeo) con la pareja co-terapéutica visible y/o con todo el equipo que se halla detrás en la cámara.

Únicamente cuando se instala ese clima afectivo decimos que los consultantes dejan de “luchar” y defenderse y se produce la reparación de los vínculos básicos dañados (de la pareja parental entre sí, de la relación parento-filial, etc.) cuando el otro o los otros que eran sutil o alevosamente negados comienza a ser visto como ese legítimo otro del que habláramos precedentemente.

Pues bien, nos pareció importante dar esta fundamentación desde la práctica de nuestro abordaje clínico, para ahora sí adentrarnos plenamente en el ámbito donde se intersectan el saber acumulado del Derecho, de la Psicología y la Psiquiatría Forense y por lo tanto invitamos al lector al segundo capítulo.