Reflexiones provisorias en tiempos de crisis
Lucia María Aseff*
Parafraseando a Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”, alumbrado en Londres en el año 1848, actualmente podríamos decir que un fantasma recorre el mundo - aunque por ahora lo haga más intensamente en Europa - y es, evidentemente, la pandemia del Corona Virus o Covid-19.
Y si bien interpela al mundo que conocimos ante el resurgir de un medio ambiente más saludable, la recuperación de ciertas especies y la aparición de lazos de solidaridad no siempre vistos – aunque también otros de extremo egoísmo – lo que todavía no sabemos, parafraseando la N° 11 de las “Tesis sobre Feuerbach”, es si tendrá como resultado transformar al mundo más allá de interpretarlo, en la medida que hoy entendemos como necesaria.
Muchos pensadores se han manifestado sobre este fenómeno desde las más diversas miradas y posturas, arriesgando conclusiones que aun cuando se presenten como provisorias, no dejan de ser aventuradas porque el futuro es sumamente incierto.
Y un aventajado editor, Pablo Amadeo, a través de una iniciativa a la que asigna el nombre de ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), puso a disposición en los últimos días de marzo, a través de los medios de comunicación, un link desde el que se puede acceder gratuitamente a la compilación y ordenamiento de aquello que algunos pensadores han hecho público hasta ese momento, mediante la lectura de un texto de 188 páginas que se llama “Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia”, muchos de cuyos autores he consultado en estos días y me han llevado a la conclusión – más allá de lo obvio, o sea la existencia de una crisis sin precedentes del capitalismo así como la evidencia de las debilidades de las democracias liberales - de que en este momento resulta más pertinente plantear interrogantes que respuestas, tan abiertas e impredecibles como inédito es el fenómeno que nos atraviesa.
¿Será la única opción como lo plantea Zizek, caer en la barbarie o evolucionar hacia alguna forma de comunismo reinventado (que no precisa)? Porque, dice, sería la oportunidad de liberarse de la tiranía del mercado cuando hace falta un Estado nación al servicio de los más débiles.
¿O como le responde Byuing–Chul Han – quien ha planteado con alguna dosis de candidez la recuperación del ideal platónico de vida contemplativa - el virus no vencería al capitalismo, puesto que una vez superada esta peste continuará con más pujanza, porque el virus individualiza y aísla? Por lo que propone “restringir radicalmente el capitalismo destructivo”, más sin decir cómo.
Lo que siembra la razonable duda de que estemos en presencia de un fenómeno que contribuiría a alcanzar ese estado de vida contemplativa que este pensador propone, sin dejar de tener en cuenta que se refiere a una sociedad de rendimiento y sus sobre exigencias, concepto que puede ser aplicable a países desarrollados o donde el empleo todavía se sostiene, pero no a sociedades como las nuestras con tantos pobres, indigentes y desempleados, que no están exigidos ni siempre cuentan con los recursos materiales y simbólicos para detenerse en la reflexión y la crítica.
¿Es real el peligro que denuncia Agamben sobre “la invención de una epidemia” como pretexto para extender un Estado de Excepción, donde la limitación a la libertad es impuesta y aceptada en nombre de un deseo de seguridad, “para convertir esta situación en la de un Estado normal”? Suena exagerado, ¿no les parece? Y excesivamente teorético. ¿Quién sino el Estado puede intervenir en esta situación de crisis con alguna eficacia, concentrado recursos, decisiones y asignaciones?
¿Será un virus semiótico como lo propone Franco Berardi, que no proviene de la economía pero puede traer – imagina - consecuencias impensadas como distribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo, igualdad, frugalidad abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, educación y salud? Suena tan atractivo como utópico.
¿Se trataría, como afirma el croata Secko Horvat, de una oportunidad para la humanidad de crear algo nuevo, cualquiera sea su nombre, la condición de un salto de salud mental porque la igualdad ha vuelto al centro de la escena y parece ser un nuevo punto de partida? Suena excesivo, salvo por la igualdad de todos ante la muerte.
Judit Butler augura un escenario de puja distributiva y afirma que la desigualdad económica y social asegurará que el virus discrimine. Por eso piensa que hay que desmantelar el control sobre el mercado de la atención médica, y propone una salud pública y universal, sin duda necesaria, que revitalizaría un imaginario socialista.
Alain Badiou sugiere aprovechar el confinamiento para trabajar en la construcción de nuevas figuras políticas, en el proyecto de lugares y el proceso transnacional de una tercera etapa del comunismo, brillante en invención. Tampoco explica cómo.
Desde su matriz disciplinar, Luigi Ferrajoli diagnostica que hay un desajuste entre la realidad del mundo y la forma jurídica y política con la que tratamos de gobernarnos porque los problemas globales no están en las agendas nacionales, por lo que postula una Constitución de la Tierra puesto que de la solución de estos problemas depende la supervivencia de la enfermedad. Una suerte de Constitucionalismo Planetario como garantía de los DDHH en lugar de la demagógica defensa de una insensata soberanía nacional, porque la democracia no admite excepciones. Típico pensamiento eurocentrista que ignora la diversidad económica, política, social y cultural del mundo.
Para Noam Chomsky esta crisis es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado que ha dejado a los hospitales sin preparación. Nada nuevo.
Mientras que para Naomi Klein el shock es el virus en sí mismo, la amenaza de una catástrofe medioambiental. Que ya se ha producido hace tiempo, sin que los responsables se hagan cargo ni de lo que hicieron ni de remediarlo.
Y Paul Preciado, que piensa el corona virus a partir de Foucault, afirma que la gestión política de las epidemias pone en escena la utopía de la comunidad y las fantasías inmunitarias de una sociedad, externalizando sus sueños de omnipotencia (y los fracasos estrepitosos) de su soberanía política. El virus actúa a nuestra imagen y semejanza puesto que no hace más que replicar, materializar, intensificar y extender a toda la población las formas dominantes de gestión biopolítica – que es también una farmacopornográfica - y necropolítica, que ya estaban trabajando sobre el territorio nacional y sus límites. De ahí, sostiene, que cada sociedad pueda definirse por la epidemia que la amenaza y por el modo de organizarse frente a ella, alertando sobre los peligros de la biovigilancia, la telerepública y el ciberautoritarismo, frente a lo cual propone apagar los móviles y desconectar internet, para hacer el black out frente a los satélites que nos vigilan.
Con lo que – obviamente sin agotar la lista - tenemos un repertorio de análisis descriptivos y predictivos emanados de pensadores del primer mundo, siendo los primeros mera repetición de lo que leemos en los periódicos cada día, y los segundos, más bien una petición de principios de quienes los formulan que una alternativa real. Es decir, pensamientos bien intencionados pero propios de una filosofía política especulativa, que en algunos casos pueden resultar interesantes como utopía, pero carecen de una adecuada sustancia material que los relativiza en grado sumo, porque están pensados para personas de una determinada edad y franja social que sin problemas acceden a internet y a un celular, con dominio suficiente sobre su funcionamiento para explorar sus grandes posibilidades, excluyendo a los desposeídos del mundo que ni siquiera acceden a una vivienda digna, a una diaria alimentación o a un trabajo decente.
¿A quiénes se dirigen, a los que hablan su mismo idioma?
¿A qué minoría ilustrada con veladas pretensiones de universalización?
Particularmente me guardo mucho de caer en esa vistosa trampa.
Frente a estas reflexiones, he leído una entrevista esclarecedora – aunque lo que allí se dice no sea del todo novedoso – en el sentido de explicar sin ambages algunas de las causas que hacen más perniciosos los efectos del virus y qué se debería hacer para que una crisis como la actual no se repita.
La entrevistada es Silvia Ribeiro, una uruguaya que vive en México hace 30 años y es directora para América Latina del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), con estatus consultivo ante el Consejo Económico y Social de la ONU (ver Página 12 del 3 de abril de 2020).
Afirma que se debe poner en discusión el sistema agroalimentario mundial desde la forma de cultivo y procesamiento de los alimentos hasta la modalidad de consumo, que ha generado o multiplicado enfermedades como la diabetes, la obesidad, la hipertensión, los problemas cardiovasculares y los cánceres del sistema digestivo.
El capitalismo, dice, ha creado graves problemas como el cambio climático, la contaminación de las aguas y los mares, la cría industrial de animales, el monocultivo y la deforestación, entre los principales, que producen calamidades como la que se ha cernido sobre el mundo, y crisis de salud en los humanos que al sistema no le interesa rescatar. Entonces hemos vuelto a una forma de selección natural de la especie que no tiene nada de natural y se lleva, preferentemente, a aquellos que consumen sin producir: los viejos y los pobres. Incrementando negocios como la industria farmacéutica y la informática en forma exponencial, porque esta cultura dominada por el mercado y el lucro enferma a toda la humanidad, a la naturaleza, a los ecosistemas y al planeta, sin que podamos tener esperanzas ciertas de que lo que acontece servirá de suficiente escarmiento para el futuro.
Sin contar la fenomenal crisis económica que se proyectará sobre lo social e, inevitablemente, sobre el mundo del trabajo, donde se reproduce, acentuada, la notoria desigualdad entre las partes que dio origen a nuestra disciplina, advirtiéndose conductas altamente insolidarias de quienes más tienen, porque no parecen entender el momento que se vive ni están decididos a contribuir siquiera a la subsistencia de sus trabajadores.
Tanto es así que en nuestro país tuvo que salir el gobierno a protegerlos en la medida de sus posibilidades, con el dictado de normas destinadas a que no quedaran a la intemperie, generando la activación de los conocidos trolls, destinada a desgastar la positiva imagen creciente del presidente, como si eso fuese lo importante en estos momentos.
Cuando, como dice mi amigo economista Sergio Arelovich, se ha demostrado la centralidad del trabajo como creador y distribuidor de riqueza, tanto el remunerado como el que no lo es, el del hogar y los cuidados que más que nadie hacen las mujeres.
Y porque ha quedado claro que el dinero no sirve para comprar salud, se trate del bolsillo que sea; que la muerte es inevitable, pero no obliga a que lo sea de una determinada manera y que la destrucción de la diversidad de la vida fruto de la codicia y el ansia de acumulación, es una parte importante de la explicación de esta pandemia
Porque si bien – aparentemente – estarían dadas mayoritariamente las condiciones subjetivas para parir un nuevo Estado de bienestar, no estarían dadas las condiciones objetivas en un mundo donde quienes tienen mayor poder invierten sus recursos en armamentos, tecnología e información para consolidar su dominio, y carecen de toda ética social.
Por eso desconfío de este lugar común que circula y se repite como un mantra que afirma que después de esta catástrofe el mundo no será el mismo y que incluso puede ser mejor. Porque aun en el peor momento de las crisis no desaparecen ni las luchas de intereses ni las ambiciones - a veces desmedidas - de algunos, ni los acomodamientos estratégicos u oportunistas de otros, para quedar situados de la mejor manera posible cuando esto pase.
Ni tampoco las predicciones meramente especulativas, alentadoras o pesimistas, que llenan las páginas de los diarios y de las redes.
El cambio puede advenir, cómo no, porque es cierto que la rueda de la historia nunca se detiene, tanto como que no nos bañamos dos veces en el mismo río (Heráclito). Pero para tratar de que sea para mejor hay que construirlo, con el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, acudiendo a Gramsci.
Con análisis serios sobre la coyuntura y sobre las estructuras vigentes, con propuestas realizables, con el rescate del Estado Social y Democrático de Derecho como el gran organizador que puede impedir los desvíos hacia las excepciones, los autoritarismos y todo otro riesgo propio de las crisis.
Diría que ese es hoy el desafío, no solo para poder afrontar esta desgracia mundial de la mejor manera posible, sino también para aprovechar esta oportunidad que muestra cruda y cruelmente adonde nos lleva el mercado cuando prevalece sobre una auténtica filosofía humanista.
Ojalá podamos hacerlo.
* Jueza Cámara Laboral Rosario. Profesora de Filosofía del Derecho y Derecho del Trabajo UNR.
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