Violencia doméstica y relaciones de poder
Una posible reflexión interdisciplinaria
Graciela Angeloz*
I. Desde la Antropología Filosófica [arriba]
Consideramos al sujeto humano como un ser Espiritual: Etimológicamente, el témino ‘espíritu’ deriva de la misma raíz “esp”, tal como: especular, esperanza, esperma, que remiten a diversos sentidos: la idea de mirar lo reflejado en un espejo, hálito de vida, soplo y procederían de una raíz co mún del sánscrito: - Sparshan: Contacto con el Divino (aparece ya desde la raíz originaria del lenguaje lo masculino asociado con la divinidad…).
Así, las Facultades Espirituales, Inteligencia y Voluntad son las que nos diferencian del resto de los seres vivos. La primera se dirige al conocimiento, conocer es su acto, y la segunda tiene por acto el “querer la realización del bien” conocido por la inteligencia. Esto nos lleva a considerar al acto voluntario como aquello que se realiza libremente, lo que se opone a la violencia. Sujeto humano>voluntad> acto voluntario>libertad.
La violencia es ante todo una coacción que se ejerce desde el exterior.
Lo voluntario es lo que es libre, se opone a la violencia. El aspecto fundamental del acto de la voluntad es la elección previa que se realiza gracias al conocimiento. Conocer el bien genera la tendencia hacia él.
Definiéndose la voluntad por la interioridad, la violencia que es una coacción externa, no puede nada sobre ella, nada sobre el acto de elícito. Puede sí, impedir la ejecución del acto voluntario o por el contrario forzar a realizar un acto externo que no quiere realizar. La violencia es pues un atentado a la libertad de los actos externos, no tiene poder sobre el acto de la voluntad.
Sin embargo el temor que acaso despierte, la turbación psicológica que es capaz de producir, pueden disminuir la conciencia y la libertad interior.
La Violencia, el Miedo y la Ignorancia son los tres obstáculos principales a la Libertad.
El miedo: puede cobrar tal intensidad que llega a suprimir el uso de razón y suprime la libertad ante la amenaza de sufrir un mal inminente y difícil de evitar. En este sentido, es importante, además, considerar la singularidad de cada situación.
La angustia es algo diferente del miedo o el temor. Éste parece tener uno o varios objetos determinados y causalidades. La angustia, en cambio, puede carecer de contenido a primera vista, e ir acompañada por una inquietud indeterminada que puede tomar la forma de la ansiedad. También se han referido a ella los filósofos existencialistas:
…”La angustia es esta conciencia de nuestro destino personal que a cada instante nos saca de la nada abriendo ante nosotros un porvenir en el que se decide nuestra existencia…”[1]
II. Desde la Mitología [arriba]
En los orígenes, también encontramos una invitación a pensar el lugar de la violencia.
Señala Miguel Spivacow en “Los Sufrimientos”[2], reciente publicación de Paidós, que…”La cólera humana, tanto en los consultorios como en la primera producción literaria de occidente-La Ilíada-es la gran responsable de las guerras…”canta oh diosa la perniciosa cólera de Aquiles…” así comienza Homero su relato.
Por ejemplo, la Orestíada de Esquilo nos ofrece un material interesante para pensar el lugar de la mujer y del hombre en las relaciones conyugales, filiales, la fratría, etc.
En Antígona, Sófocles nos alerta acerca de las consecuencias frente a conductas asumidas por una mujer –Antígona- pero reservadas a los hombres, donde aparecen claramente contrastados los roles femeninos tradicionales encarnados por Ismene.
Medea, una obra en donde Eurípides muestra los extremos a los que pueden llegar quienes frente a los cambios de paradigmas, de lugares, roles y funciones dentro de la familia se encuentran en situación de crisis.
Mitos fundantes de nuestra cultura, que siguen dándonos elementos para metaforizar, representar escenarios en donde sólo cambian los personajes pero sus libretos y sus intenciones parecen estar signadas por un eterno retorno.
La idea de venganza…una necesidad, un impulso irrefrenable cuando eros se convierte en thanatos…que tiñe en más o en menos la vida de cada uno.
El elemento pasional hace su entrada, predominando sobre la razón, impidiendo pensar y reflexionar, sólo vale el impulso y la acción.
La cólera, la ira, en la mitología griega, Ate, Atea o Ateo (en griego antiguo, Ἄτη: ‘ruina’, ‘insensatez’, ‘engaño’) era la diosa de la fatalidad, personificación de las acciones irreflexivas y sus consecuencias. Típicamente se hacía referencia a los errores cometidos tanto por mortales como por dioses, normalmente debido a su hibris o exceso de orgullo, que los llevaban a la perdición o la muerte.
Era una fuerza irresistible enviada por los dioses. Es interesante señalar que todavía se consideraban externas las causas de las acciones erróneas o descontroladas.
III. Desde el psicoanálisis [arriba]
Recordemos las causas del sufrimiento según Freud[3]
Desde tres lados amenaza el sufrimiento: desde el cuerpo propio, que destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma, desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras, por fin, desde vínculos con los otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro.
IV. Desde una posición sistémica- relacional [arriba]
Destaco la dimensión relacional de la violencia: para que alguien haga hay otro que permite, por acción u omisión.
La violencia es una relación encarnada en sujetos que circularmente y no en forma lineal, desencadenan actos de violencia verbal, moral, psicológica que puede convertirse en física.
V. Las tres formas de violencia y sus consecuencias en la víctima y en el victimario: Posiciones existenciales [arriba]
Corresponderían, según Reynaldo Perrone, a las modalidades habituales de comunicación que existen entre los que participan en una relación:
Simetría, o sea, búsqueda de igualdad entre los que intercambian mensajes. Aquí la violencia toma la forma de agresión desde el enfrentamiento de posiciones igualitarias. Intercambio de gritos, insultos, amenazas y finalmente golpes: tanto uno como otro reivindican su pertenencia a un mismo status de fuerza y de poder. La escena es la de una tragedia o escándalo. Ciertas familias, generalmente marginales, albergan miembros que se detestan y que juran querer eliminar a aquel que se opone a su dominación. El caso paradigmático es el de las familias mafiosas contadas por la literatura o los films como ”El Padrino”
Complementariedad, vale decir aceptación de la diferencia entre los participantes. Toma forma de castigo en el marco de una relación desigual: uno dispone de un alto grado de agresividad y otro muestra una deficitaria capacidad para oponerse, falta de autoestima, etc. Así, este llega a la total sumisión y cautiverio, a través de torturas, negligencia, abandono, etc. Uno se arroga el derecho de castigar al otro por sentirse superior, ausencia total de culpabilidad por falta de conciencia de la violencia que ejerce; lo vive como un derecho, como un acto de justicia. Siente que debe modelar al otro para que sea “como debe ser” según su propia imagen del mundo y el otro recibe el castigo sin rebelarse. Se asumen cada uno en la diferencia.
Complementariedad Forzada, Se trata de la imposición de la diferencia por la fuerza con revuelta ulterior del que fue, durante un tiempo, sometido. Da lugar a la violencia represalia. El que recibió el castigo, lo hace con simetría latente, resiste en silencio, y se intensifica la acción reivindicativa, que va desde la venganza hasta la muerte, pasando por todo tipo de agresiones o manifestaciones de violencia.
Estas distinciones son útiles para el diagnóstico del potencial de agresividad de las personas involucradas y, constituyen una fuente riquísima de información, dado que configura tres modelos relacionales diferentes para organizar las intervenciones de los operadores que intervengan, tanto del ámbito jurídico como del psicológico.
Según el punto de vista del componente de agresividad que los anima, y el grado de internalización de la ley en el que se encuentran, se observan cinco posiciones existenciales que pueden ser la consecuencia de la posición víctima y victimario (posición a veces dinámica)
Imponerse: Equivale a Dominar y Someter: se caracteriza por el empleo de agresiones y violencia; destruyen, borran fronteras, eliminan todo lo que se interponga en su camino. Imposible toda negociación porque hay ausencia de diálogo y, si este se plantea, sólo se lo utiliza para apropiarse del otro. Acting out o pasaje al acto.
Afirmarse: Para obtener el reconocimiento del otro, la agresividad no está destinada a destruir al otro sino a la construcción de un espacio personal. Es la búsqueda de ser aceptado. Hay agresividad pero no violencia. Se verifica en rituales de pasaje de la adolescencia a la adultez aunque se trate de adultos.
Integrarse: Se utiliza la agresividad para construir con los otros. Se busca la propia identidad a partir de la similitud y la aceptación de la diferencia. Puede ocurrir que entre las partes entren en juego agresiones y violencia que, en ese caso, se transforma en imposición, rechazo, y mutua exclusión, entre otras características.
Existir: siendo éste un término que ofrece distintas acepciones, acá lo tomamos como “mínima expresión de vida”, “falta de participación”. Se trata de seres que no pueden confrontar ni oponerse, tienen gran dificultad para expresar o exteriorizar la agresividad. Se acomodan, se sobreadaptan con el alto riesgo de contraer enfermedades corporales. La timidez, la inhibición, el temor se ponen en el cuerpo por la dificultad en instrumentar la agresividad.
Algunos individuos en esta posición, sólo viven para evitar el sufrimiento, esto se convierte en su único deseo, que conlleva también la imposibilidad de disfrutar de la vida.
En su forma agravada, extrema, se pueden someter en forma de coalición a los que se encuentran en la posición de imponerse, haciendo el “trabajo sucio”
Crecer. Evoca el buen ajuste de capacidades, competencias y experiencias de vida. Hay una permanente evolución positiva de fuerzas, la agresividad es movilizada para construir un destino compartido, caracterizada por la introspección, la responsabilidad, la autocrítica y la tolerancia en las relaciones personales.
Hay factores que posibilitan o dificultan el pasaje de una posición a otra; por ejemplo, quien se impone en general dificulta que otro se afirme, a veces la vida transcurre en afirmarse y no hay integración, todo depende de la manera de utilizar la agresividad y el sentido final que se le otorga a su instrumentación.
La situación de la víctima: generalmente el agresor justifica su accionar en los actos del otro aduciendo que se defiende o que fue provocado. Así, culpabiliza a la víctima, conciente o inconcientemente, según se trate de un funcionamiento neurótico, psicótico ó perverso/ psicopático.
De este modo, la ceguera de la propia violencia, es la aliada principal de la misma.
La salida de la posición culpable puede acarrear la asunción de la posición víctima inocente, que si no se acompaña de un profundo proceso terapéutico puede llevar a fuertes depresiones o melancolizaciones a partir de la rigidización en la autocompasión.
El proceso terapéutico en estas situaciones, aparece como instancia necesaria, encaminada a generar un autoconocimiento que otorgue herramientas para responsabilizarse de los actos propios, hacerse dueño de sí, apropiarse del sí mismo.
El trabajo reflexivo, a través del diálogo y la escucha, la epistemofilia o deseo de saber de sí, posibilitan este cambio.
VI. El diálogo como herramienta terapéutica [arriba]
El trípode terapéutico, consistirá en la facilitación de la propia interrogación en introspección .
Ante un conflicto: ¿qué pienso acerca de esto? ¿Qué siento, qué emociones despiertan en mi esto que pienso? ¿Qué quiero hacer con esto que pienso y siento?
¿Puedo? ¿De qué manera?
Esto no es nada nuevo, los estoicos (s. IV a C al s. II d. C.) establecieron que la conducta debe ser producto del razonable encuentro de la emoción con el pensamiento. Evitar el impulso, la pasión subordinada al imperio de la razón.
VII. A modo de conclusión abierta [arriba]
La violencia doméstica pertenece al dominio de lo privado, el ámbito de lo familiar:
Una posible definición de Familia hoy es la que la concibe como una estructura abierta, compleja, heterogénea y en permanente intercambio entre sí y con el afuera, como toda construcción de la cultura.
Cabe aclarar que las nuevas configuraciones familiares obligan a considerar al término familia como un término análogo que se refiere a distintas realidades que tienen algo en común.
Es así que encontramos familias nucleares tradicionales, monoparentales, después del divorcio también llamadas ensambladas, con identidad sexual diferente, etc.
El contexto sociocultural creo, afecta al hombre de hoy sumiéndolo en un estado de cierto desvalimiento.
La relativización de lo absoluto, de las certezas, la inconsistencia de las instituciones y de los vínculos actuales interpersonales y entre las personas con las instituciones, guerrean un escenario en donde podría pensarse como una de las reacciones posibles y defensivas, la hostilidad y la agresión como modalidad de relación propia de nuestros días.
Aspectos melancólicos y ansiedades paranoides afloran en momentos de extrema angustia e inseguridad, en lo afectivo, en lo jurídico, en lo económico y en lo político.
Recuerdo la expresión de un paciente en momentos de atravesar el proceso de divorcio: ”ante la pérdida de mi familia, siento que ha llegado el momento del fin del mundo ... sensación de derrumbe, caos, destrucción. ¿Y ahora? Sálvese quien pueda…”
Esto trae aparejado la necesidad de defenderse de todo. Porque todo es vivido como amenaza, acusación, denuncias mutuas, que proyectivamente, impiden al menos al principio, que el divorcio cumpla una de las funciones principales que lo justifican: ser un remedio ante una situación ”que hace imposible la vida en común”.
De este modo se hace imposible también la separación, necesaria ante ciertos casos de violencia, y se perpetúa la unión a través de la eternización de la batalla conyugal, y judicial que hace de los hijos, seres transparentes, invisibles para estos padres que ni siquiera pueden hacerse cargo de sí mismos, ahogados en odios y rencores, que pueden llegar hasta la misma muerte física o espiritual, o a la muerte del vínculo.
Notas [arriba]
* Abogada. Psicóloga. Docente de Filosofía, Filosofía del derecho y Ética (USAL). Secretaria de Redacción Revista Interdisciplinaria de Familia.
[1] Lavelle, Louis., La philosophie francaise entre les deux guerres., Paris, Aubier, 1942.
[2] Spivacow, Miguel., La pareja en conflicto. Aportes psicoanalíticos. Bs. As., Paidós, 2011., Bs. As., Paidós.
[3] Freud, Sigmund., Malestar en la Cultura, 1930, Obras completas, Volumen 21 (1927-1931)., Bs. As., Amorrortu editores, 1979.
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