JURÍDICO ARGENTINA
Doctrina
Título:La democracia representativa en crisis o la crisis de la representatividad política
Autor:Salvadores de Arzuaga, Carlos I.
País:
Argentina
Publicación:Revista de Ciencia de la Legislación - Número 7 - Abril 2020
Fecha:23-04-2020 Cita:IJ-CMXV-583
Índice Citados Relacionados Ultimos Artículos
I. Introducción
II. La situación sociopolítica: La sociedad y la dirigencia política
III. La estructura institucional
IV. A modo de ponencia: La cultura, la formación política, la ética y la norma constitucional
Notas

La democracia representativa en crisis o la crisis de la representatividad política

Por Carlos I. Salvadores de Arzuaga [1]

I. Introducción [arriba] 

El tema que nos convoca nos invita a hacernos una primera reflexión y al mismo tiempo una pregunta. Tenemos por un lado a la democracia como idea y como régimen político y por el otro, la crisis de la democracia representativa. Es importante separar ambos temas al mismo tiempo que se trata de responder al siguiente interrogante: ¿está en crisis la democracia representativa o está en crisis la representación política?

A la primera pregunta podemos responder categóricamente que no. En el caso de Argentina esto lo ratifica de manera contundente la continuidad del régimen democrático durante 35 años, desde el 10 de diciembre de 1983 hasta la fecha, y los conflictos y crisis institucionales se resolvieron dentro de mecanismo constitucionales. En consecuencia no está en crisis la democracia como régimen político, tampoco sus mecanismos de resolución de conflictos en tiempo de crisis como lo demuestran los hechos del año 2001. Si podemos afirmar, a partir de las mediciones a que nos referiremos más adelante, que lo que está en crisis es la representación.

Preferimos entender la crisis como una situación de tensión, de presión que crea incertidumbre, inestabilidad. Si bien los tiempos dan nuevas luces sobre la democracia, hay que tener presente a Karl Loewenstein cuando dice:

“(…) La democracia constitucional es un sistema político bajo el que la totalidad del pueblo —organizado como electorado y movilizado para la acción política por los partidos— participa libremente en el proceso del poder. El electorado adquiere con esto la categoría de detentador supremo del poder ejerciendo un control final sobre el gobierno y el parlamento”[2].

La organización sociopolítica que denominamos democracia y que supone la soberanía popular, supuesto ideológico que es el gobierno del pueblo, importa el reconocimiento de los derechos, la libertad, la igualdad y la dignidad, ha pasado por diversas etapas que han puesto en duda su eficiencia para satisfacer las necesidades de la sociedad o de un colectivo de ella. No solo se presenta desde la insatisfacción social sino política pues el interés del gobernado se manifiesta para otro rumbo. Los excesos en el ejercicio del poder se acentúan de diversas formas. Y esto tiene gravedad, por que como dice German Bidart Campos:

“(…) En la teoría de la democracia como forma de gobierno, la de la democracia como gobierno del pueblo, respira ideológicamente la pretensión de dar legitimidad al gobierno que se supone representante del pueblo y de conferir al pueblo participación activa en la política”[3].

Más allá de la historia de la democracia en los siglos XIX y XX, es un hecho que como modelo no vive sus mejores momentos. Probablemente los síntomas se han acentuado los últimos veinte años.

La desconfianza hacia la política, los políticos, más populismos de diversa factura, actitudes antidemocráticas y la corrupción quebraron dos valores basales del “acuerdo democrático”, la buena fe y la solidaridad. La sensibilidad popular, en gran parte, duda que la democracia sea un sistema apto para conseguir el bienestar, más que todo económico.

En consecuencia la norma constitucional es desbordada incluso con el silencio complaciente y la opinión pública es el resultado de información abundante, interesada y no siempre veraz.

¿Cuál es la crisis?: El descreimiento en el sistema y la anomia consecuente.

Mediciones señalan que en el 2018 el apoyo a la democracia en Latinoamérica alcanza al 48% habiendo llegado a su punto más alto en el 2010 con el 61%.

Según el Informe Latinobarómetro 2018:

“(…) En nueve países de la región el apoyo a la democracia es superior o igual al 50%, liderado por Venezuela que marca 75% seguido de Costa Rica con 63%, Uruguay con 61% y Argentina con 59%, en el otro extremo se sitúan con el menor apoyo; El Salvador y Guatemala con 26%, seguidos por Brasil y Honduras, 34%”[4],

pero se debe destacar que el promedio de ciudadanos partidarios de un gobierno autoritario es del 15%. Conclusión los valores y el régimen democrático continúan siendo ampliamente mayoritarios.

Hay incertidumbre en el futuro. Y se incorporan a la democracia elementos o instituciones que la desvirtúan con el fin de presentar opciones que resolverían las carencias, reclamos, penurias por las que atraviesan distintos sectores de la comunidad. La democracia está vulnerable. No tiene barreras o frenos para que ocurran fenómenos como el populismo, o desbordes emocionales que arrebaten el poder a la ley y a las instituciones.

II. La situación sociopolítica: La sociedad y la dirigencia política [arriba] 

La sociedad en estos últimos años expone diversas características que ponen en duda la existencia o por lo menos la fortaleza del vínculo necesario de la comunidad democrática. La indiferencia por el régimen político como por las ideologías es una nota que representa aproximadamente el 28% de los ciudadanos, según el Informe mencionado anteriormente.

“(…) Hay seis países de la región donde más de un tercio de la población es indiferente al tipo de régimen: lidera El Salvador con 54%, seguido de Honduras y Brasil con 41%, luego viene México con 38% y Panamá y Guatemala con 34%”[5].

Los requerimientos próximos de necesidades insatisfechas conciben secundario el régimen político. Razón por la que se produce volatilidad en el electorado y cambios políticos que superan a los partidos políticos hasta las ideologías. La inestabilidad económica que repercute en diferentes y complejas demandas sociales más una invariable tendencia que raya en la codicia y la superficialidad ha quebrado el sentimiento de solidaridad, vínculo o ligamen que promueve la cohesión social. Prevalece una concepción individualista de vida a través de una subcultura solo relacionada por intereses materiales y poco o nulo interés en la polis.

Un tema sustantivo, definitorio marca a fuego la agenda contemporánea en nuestros países: la corrupción.

La corrupción sembró en la sociedad, entre otros males, la desconfianza entre sus integrantes, de tal manera que la buena fe se diluye, las creencias, convicciones en la honradez, probidad son desplazadas por la falta de franqueza, los prejuicios. “(…) Somos la región del mundo más desconfiada de la tierra[6] y por segundo año consecutivo tenemos el mínimo histórico de confianza interpersonal”[7].

Este sentimiento se profundiza y extrema en la relación con los gobernantes que rápidamente pierden el consenso, pues ya el sufragio es con desconfianza o las expectativas no se compadecen con la realidad.

No es atrevido sostener que en América Latina más del 50% de los ciudadanos opina que se gobierna para unos pocos o para algunos grupos.

También la sociedad está sometida a distintas presiones de los medios de comunicación y las redes sociales que pueden crear un imaginario rápidamente absorbido por estratos sociales culturalmente frágiles.

Compartimos la preocupación de Luis Miguel Gonzalez de la Garza[8] en cuanto hay personas, diría grupos,

“(…) a los que se le puede engañar siempre y que precisan por ello mecanismos institucionales eficientes para que no sean víctimas como señala Susan C. Stokes[9] de la manipulación sistemática de las creencias causales y, por lo tanto, de la preferencias inducidas lo que constituye una patología potencial del proceso democrático que debe tomarse muy en serio en los debates sobre la deliberación virtual y que es precisamente, el populismo más descarnado de líderes elocuentes y demagogos que son quienes efectúan esa manipulación sobre la credulidad y racionalidad limitada de las personas, como advirtiera Bertrand Russell[10] y que precisan por ello protección”.

La sociedad presenta diversas aristas, que no favorecen al sistema democrático mas allá que tenga simpatía o lo acepte como forma de gobierno y vida adecuada a sus proyectos. Estamos persuadidos que la sociedad no advierte que la democracia importa una forma de vida que compromete a todos sus componentes, sin importar posición o ubicación que se tenga.

Existe una tendencia en la sociedad a tolerar conductas públicas o privadas que son éticamente objetables, buscando justificativos de todo tipo o estilo. No se difunden valores, se concibe a la Constitución y al ordenamiento normativo consecuente como si fueran éticamente neutros.

Si nos situamos en el ámbito de la dirigencia política seguimos a Francisco José Paoli Bolio en cuanto refiere la complejidad de la representación.

“(…) De acuerdo con Giovanni Sartori hay tres tipos de representación de un ente colectivo: jurídica, sociológica y política.

En la primera, los actos del representante son imputados a la comunidad, sector o grupo que representa.

La sociológica hace referencia a la identidad, porque el grupo está vinculado a una región, a una profesión, clase social o religión, o bien comparte una ideología en la que se mezclan elementos de varios tipos (regional y religioso, por ejemplo).

En la política, el representante es elegido y debe actuar de conformidad con los intereses y valoraciones de la ciudadanía que lo sostiene, para mantener su confianza.

En los sistemas representativos de la actualidad hay una mezcla de los tres tipos de representación”[11].

Es determinante tener claro la complejidad donde reposa la representación para entender o comprender que la dirigencia política tiene distinta factura o construcción.

En estos días la dirigencia política acompaña en el descrédito de la democracia. Por una parte, quienes podían ser considerados “políticos profesionales”, surgían o provenían de partidos políticos que estaban estructurados sobre un ideario o composición ideológica.

Pero con la desaparición de los partidos con esta característica o por lo menos la flexibilización del componente ideológico, superado por alianzas electorales o acuerdos llamados programáticos, los políticos de esta clase fueron perdiendo presencia en el escenario.

Cabe señalar que los partidos políticos en América se encuentran tan devaluados que el índice de confianza promedio es del 13%.

No podemos obviar que la representación en un principio se estructuró a través de los partidos políticos o por los menos es su principal instrumento, de allí su constitucionalización. Por ello el descredito de los partidos políticos afecta directamente a la democracia representativa.

En el contexto señalado aparecen políticos con un perfil joven, extraños al ámbito político tradicional, provenientes de diversos sectores, sean empresariales, organizaciones sociales, o que la sociedad los identifica como exitosos, con escasa experiencia en el sector público aunque universitariamente calificados.

El discurso contra la “vieja política”, sinónimo de prebendaría, incluso corrupta y las urgencias en seguridad, trabajo, educación, salud, acarrea el surgimiento de nuevas figuras que componen un panorama diverso de dirigentes. En este panorama se observan dos conductas o actitudes: la esquiva a la ley por un lado y por el otro el relativismo ético, aunque basadas en el discurso simplista y épico.

Se muestra el fin propuesto u objetivo, planteando caminos cuya rectitud por lo menos es dudosa.

Es complejo contener en un solo plano a la dirigencia política que impiden crear categorías por las diversas vertientes de donde surgen, que no son tanto ideológicas. Aunque si se puede coincidir que hay una marcada distancia tanto con el gobernado, como con la realidad.

Aunque hay medios para conocer la sensibilidad social, ellos no proveen la previsibilidad, prudencia y experiencia que requiere el gobernar.

Es indispensable estudiar si los sistemas electorales contribuyen para que se produzca esa distancia y en algún caso divorcio, entre gobernante y gobernado, electores y elegidos. Y, que es un rasgo distintivo de la representación política o de la democracia representativa.

III. La estructura institucional [arriba] 

Las instituciones políticas, tanto nacionales como locales, parecen ser insuficientes para interpretar y satisfacer las necesidades sociales. A partir de reconocer la soberanía popular, se estructura la organización del poder, promoviendo medios o procedimientos que intentan su limitación y evitan perpetuarse en el ejercicio del gobierno.

La relación entre órganos controlantes y controlados se desvirtúa ante la ruptura del principio de no identidad por un lado y se frustra con la falta de medios para hacer efectivo el control por el otro. Los mandatos limitados y las no reelecciones se esquivan ante interpretativismos que contrarían la alternancia democrática y crea mesianismos, caudillismos o populismos demagógicos. La complejidad y hasta la sofisticación en la creación de órganos y el establecimiento de procedimientos para organizar y limitar el poder en las constituciones no siempre es conocido acabadamente por toda la sociedad.

Por ello, coincidimos en que:

“(…) La organización de los Estados se ha hecho muy compleja y la ciudadanía ignora en gran medida cómo operan sus órganos, cómo se llevan a cabo intrincados procedimientos y quiénes son los funcionarios o empleados que toman las decisiones. Esta complejidad se presta a que los burócratas realicen actos de corrupción, cohecho y hasta extorsión de los ciudadanos. Este fenómeno ha impulsado una desconfianza creciente en los sistemas representativos, que con frecuencia favorecen o refuerzan los intereses de los privilegiados”[12].

Por otro lado las promesas de bienestar a través de derechos enumerados en las constituciones se convierten en promesas de difícil cumplimiento, tanto por carencia de medios como por ineptitud del gobernante. Y las promesas incumplidas siembran el descreimiento no solo en quien gobierna sino en Ley Fundamental que las enuncia.

IV. A modo de ponencia: La cultura, la formación política, la ética y la norma constitucional [arriba] 

A esta altura podemos advertir que la democracia como sistema de gobierno no está en crisis. La crisis es el factor humano de la representación y que no puede endilgarse a instituciones jurídicas equivocadas, sino a los diversos componentes que se expusieron y confluyen en empantanar al sistema sin solucionar los reclamos sociales ni promover la cultura democrática.

En el mundo de la política, el gobierno de los actos por los principios morales evita la desvirtuar el sistema político. Formalmente, cuando el gobernante se aparta o desobedece a la ley, la conducta será ilegal, pero esencialmente encierra una conducta inmoral que refleja un profundo descreimiento en el sistema, al sujetar la ley a su voluntad, de manera tal que la invocación a la democracia constituye una actitud hipócrita, obviamente vaciada de principios éticos.

De allí que la violación de la ley por el gobernante importa una conducta inmoral, que traiciona el sistema que debe preservar. No es extraño por lo tanto, que en este tipo de conductas o mentalidades se presuman inclinaciones antidemocráticas por la vocación que tienen en desbordar los límites legales, que en algunos casos en América han conducido a regímenes autoritarios y totalitarios.

Desde otro aspecto, socialmente descuidamos que cada conducta deba ser un ejemplo, un modelo para nuestro prójimo fruto de la libre elección y consecuente con los valores que propugnamos. Se debe volver a creer en la fuerza de la ley, en el trato igualitario, en la honestidad del dirigente, en la capacidad del gobernante.

Terminar con la desvinculación entre el discurso y los actos, la condena a otros y la auto absolución, la responsabilidad ajena y la inocencia propia.

Hace años que nuestro país como otros de América Latina vienen resbalando por un camino en el que las referencias o señales son la frivolidad, lo superficial, lo individual y lógicamente cualquier relación o indicación a los valores que hacen a la cohesión social han ido desapareciendo, entre ellos respetar la Constitución. Y muchas veces recurriendo a alambicadas interpretaciones plagadas de sofismas en las argumentaciones que siembran confusión en la ciudadanía. Es evidente que la corrupción es uno de los principales problemas para América y en particular socava al sistema cultural, social y político, a pesar ello está en cuarto lugar en las preocupaciones de los ciudadanos de la región. En algunos países los porcentajes son relevantes.

Ante cual es el problema más importante en el país, las encuestas recientes dan los siguientes porcentajes sobre la corrupción, en Colombia el 20%, Perú 19%, Brasil 16%, México 14%, Paraguay 13%, República Dominicana 12%, Bolivia 10%, Guatemala 10%, Ecuador 8%, Panamá 7%, Costa Rica 6%, Honduras 6%, Chile 5%, Argentina 3%, El Salvador 3%, Nicaragua 2%, Venezuela 1% y Uruguay 1%[13].

Sin perjuicio de estos datos, la percepción del aumento de la corrupción existe.

“(…) Más de seis de cada diez personas que viven en América Latina y el Caribe creen que el nivel de corrupción aumentó (62%).

Solamente una de cada diez piensa que disminuyó (el 10%), mientras que otra cuarta parte no percibe cambios (25%)”[14].

Aquí vemos como un problema medular es desplazado por otros como la situación económica, en especial el desempleo y la pobreza. Concebimos a la corrupción como una subcultura formada en desvalores y en el relativismo y su erradicación va más allá de un asunto policial.

Es indispensable tomar conciencia, que el corrupto no es un delincuente mas o si se quiere un delincuente común.

Bergoglio (SJ) dice:

“(…) En el corrupto existe una suficiencia básica, que comienza por ser inconsciente y luego es asumida como la más natural (…) El corrupto procura mantener siempre la apariencia (…) El corrupto cultivará, hasta la exquisitez, sus ‘buenos modales’ (…) para de esta manera esconder sus ‘malas costumbres’”[15].

La auto justificación es el medio diabólico para difundir “(…) la bondad de su conducta”. Esto ocurre porque por un lado hará “(…) referencia a situaciones extremas o exageradas o que en sí son malas”.

Se compara una apariencia con una realidad.

Desde otro aspecto caricaturiza “(…) con ‘interpretaciones’ de hechos parecidos, aparentemente reales, o reales pero aplicados inadecuadamente”.

El corrupto pasa a ser la medida del comportamiento moral[16].

No podemos en el marco de este trabajo obviar la importancia trascendental de la educación y la cultura.

El descuido en la enseñanza, en la difusión de los valores y el paulatino abandono que se hace de nuestras tradiciones políticas y jurídicas han ido endureciendo la sensibilidad social.

Desde aquí es donde lo jurídico necesita de la cultura, de la educación, para que el sistema se perfeccione y perdure. La cultura cívica importa difundir la obediencia a las normas y la conveniencia de hacerlo.

Asumir las responsabilidades por los incumplimientos y no transferir responsabilidades a otras personas o a acontecimientos imprevisibles.

Ser consecuente con los discursos, dando ejemplo que lo que se dice se hace. Ejercer con lealtad las funciones en el ámbito familiar, laboral, social.

No ser cómplice de la intolerancia, ni sumarse a la corrupción. Difundir los valores de nuestra cultura y no perder la sensibilidad hacia lo bueno.

Es insuficiente educar cívicamente en la Universidad, en los ámbitos académicos.

Los medios y recursos deben ponerse en la educación primaria y secundaria y difundirse en la familia. En las escuelas y colegios con profesionales de la educación que entiendan y puedan divulgar los beneficios de la libertad y las responsabilidades que ello implica.

La mera exposición o declamación de derechos sin la correspondiente incidencia en el medio social, solo forma individualidades que no se integran a la sociedad, salvo para obtener beneficios.

La explicación de conceptos solo instruye o informa, no educa y mucho menos forma voluntades.

Es indispensable generar diálogo sobre las conductas individuales y su consecuencia en la sociedad y difundir la participación en actividades comunitarias[17].

Estamos persuadidos que para que la representatividad revalorice la democracia no se necesitan ambiciosas reformas constitucionales, la técnica constitucional en nuestra región es muy rica y ha producido sistemas de gobiernos adecuados. Es evidente que el principal desafío que enfrentamos en Latinoamérica es recuperar los valores que le dan cohesión a la sociedad y sentido al Estado.

Concebir soluciones, hasta para los problemas cotidianos de la vida jurídica, sin referirnos a valores, frivolizan el Derecho; frustran su existencia y consecuentemente pervierten la organización del Estado.

Como afirmara San Juan Pablo II: “(…) Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”[18].

Enfrentar entonces este desafío, supera lo meramente jurídico para conjugarse con lo moral y lo político.

La actividad humana es gobernada o debiera ser gobernada por un sistema normativo que tenga una unidad fundamental, de manera tal que le de coherencia. Este sistema normativo presupone la existencia de un principio ético.

La democracia necesita de un mínimo indispensable de ética para que sea tal. Lo que no importa conductas santas o utópicas sino la necesidad de que la política curse o camine a través de un sendero moral indispensable para que el régimen no se extinga.

Y ello es evidente pues el primer principio en este sentido es haz el bien y evita el mal. La simpleza de la expresión sin duda avergüenza ante los hechos cotidianos que nos abofetean diariamente. Parafraseando a Ismael Quiles (SJ) diría que las cosas de la vida son simples, somos nosotros quienes las complicamos.

No es difícil ser bueno. Como tampoco lo es admirar lo bello.

Esto es un resultado de que no hay pueblo en el mundo conocido que no pueda distinguir entre el bien y el mal, entre la virtud y el vicio.

El abandono de los valores morales en el mundo de la política, lleva a la equivocación del destino social-jurídico de la sociedad. Se produce la frustración de los ideales, lo que ocurre fundamentalmente con la deslealtad, la deshonestidad, la mentira, el engaño o la corrupción.

Se traicionan los valores referenciales que son los presupuestos del sistema de organización social. Hasta podría decir que se degrada el animus societatis y se entra al mundo del individualismo voraz, necio y egoísta.

La ética no es solo una exigencia para el gobernante, sino también constituye un presupuesto social para la supervivencia y perfeccionamiento del sistema político. Poca vida tiene un sistema político si la sociedad vive ajustada a niveles éticos diferentes a los de sus gobernantes.

La falta de proporcionalidad entre ellos, arrastra a tensiones que conducen a consecuencias insospechadas, aun existiendo soluciones normativas efectivas para la emergencia pues no está en juego la estructura institucional sino el espíritu que le da vida a la existencia del sistema.

El sistema democrático, sin perjuicio, que se asienta sobre un conjunto de principios técnicos que tienen por objeto limitar el ejercicio del poder y morigerar eventualmente efectos negativos sobre la sociedad, importa una conducta virtuosa del gobernante, lo que no exige beatitud sino simplemente que tenga la habilidad, talento o capacidad de proteger el orden jurídico, promover la prosperidad del pueblo y fomentar la moralidad pública.

Entonces el gobernante no puede ser un hombre común sino uno que lo destaque o diferencie de los demás. Aparte de ello es lo que la sociedad pretende, más allá que lo manifieste o no.

El delincuente o el proxeneta no quiere que lo gobierne un igual. Lo que posiblemente más afecta a la credibilidad pública del sistema es la ausencia de virtud en el funcionario, al que se le exige y con razón una conducta ejemplar, pues desde el más limitado de los ciudadanos sabe o percibe que quien gobierna debe mantener unida o cohesionada a la sociedad pues en ello descansa la paz y permite el goce o disfrute de los derechos, el fomento de la iniciativa individual para promover la prosperidad y la moralidad pública para que la sociedad adquiera dignidad.

Su Santidad señala que

“(…) Falta también el recambio de nuevas generaciones políticas. Por eso los pueblos miran de lejos y critican a los políticos y los ven como corporación de profesionales que tienen sus propios intereses o los denuncian airados, a veces sin las necesarias distinciones, como teñidos de corrupción.

Esto nada tiene que ver con la necesaria y positiva participación de los pueblos, apasionados por su propia vida y destino, que tendría que animar la escena política de las naciones.

Lo que es claro que se necesitan dirigentes políticos que vivan con pasión su servicio al pueblo y vibren con la firme íntima de su ethos y cultura, solidarios con sus sufrimientos y esperanzas; políticos que antepongan el bien común a sus intereses privados, que no se dejen amedrentar por los grandes poderes financieros y mediáticos, que sean competentes y eficientes ante problemas complejos, que estén abiertos a escuchar y aprender en el diálogo democrático, que combinen la búsqueda de la justicia con la misericordia y la resignación”[19].

No solo estamos ante un problema del hacer sino incluso del decir. Es inmoral que a través del discurso se irrite, crispe o exaspere a una parte de la sociedad contra la otra o se beneficie con prebendas en busca del voto o favor del sufragio Latinoamérica si no entiende que política y moral es un matrimonio indisoluble no se realizaran como naciones democráticas.

 

 

Notas [arriba] 

[1] Abogado, graduado en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad del Salvador. Master Post Laurea en Scienza della Legislazione, graduado en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Pisa —Italia— Profesor Titular de “Actividad Legislativa y Poderes del Estado” en la Maestría en Ciencia de la Legislación y de “Teoría de la Constitución” en la Especialización en Derecho Constitucional de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad del Salvador: Profesor Titular Ordinario de “Historia y Derecho Constitucional” y de “Derecho Constitucional” en la carrera franco-argentina de abogacía de doble titulación Universidad del Salvador — Université París I Panteón Sorbonne; Profesor invitado y visitante en universidades argentinas y extranjeras en posgrado.
[2] LOEWENSTEIN, Karl Teoría de. “la Constitución”, traducción de Alfredo Gallego Anabitarte, Ed. Ariel, Barcelona, 1982, pág. 326.
[3] BIDART CAMPOS, Germán: “Lecciones Elementales de Política”, Ediar, Bs. As. 1987, pág. 253.
[4]Informe Latinobarómetro 2018 http://www.latinob arometro.o rg/latNewsSh owMore.jsp?ev YEAR=2018&ev MONTH=-
[5] Informe Latinobarómetro 2018 http://www .latinobaro metro.org/ latNewsSh owMore.jsp ?evYEAR=2018 &evMONTH= -
[6] Comparada con los resultados de la misma pregunta en Asia, África, el Mundo Árabe, de los barómetros regionales reunidos en el Global barómetro. www.globalbarometer.net Lo mismo se obtiene de los resultados del Estudio Mundial de Valores en su última ola. www.wvs.org
[7] Informe Latino barómetro 2018 http://www.latino barometr o.org/latNe wsShowMor e.jsp?evYEA R=2018 &evMO NTH=-1
[8] GONZALEZ DE LA GARZA, Luis Miguel: “La Crisis de la Democracia Representativa. Nuevas relaciones políticas entre democracia, populismo virtual, poderes privados y tecnocracia en la era de la propaganda electoral cognitiva virtual, el microtargeting y el big data”, Revista de Derecho Político, N° 103, UNED, septiembre-diciembre 2018, págs. 257 y ss. http://revist as.uned.es/i ndex.php/der echopolitico/art icle/view/232 03
[9] STOKES, Susan C.: Patología de la deliberación, en Jon Elster (Comp.) “La Democracia Deliberativa”, Gedisa, Barcelona, 2001, págs. 161-168.
[10] RUSSELL, Bertrand: Pensamiento libre y propaganda oficial, en “Viaja a la Revolución”, Ariel, Madrid, 2017, pág. 186.
[11] 10 Francisco José, PAOLI BOLIO, “Crisis de la Democracia Representativa”, https://www.reda lyc.org/art iculo.oa?id=2 9322 2977009
[12] Francisco José, PAOLI BOLIO, “Crisis de la Democracia Representativa”, https://www.red alyc.org/artic ulo.oa?i d=2932229 77009
[13] Informe Latino barómetro 2018 http://www.latinoba rometro.org/l atNewsShowMo re.jsp?evY EAR=2018& evMONTH=-1
Ver igualmente la Consultora Synopsis, el caso de Argentina file:///C:/Users/ Carlos/Dow nloads/SYN OPSIS%20- %20E NCUESTA%20DIC IEMBRE%20 2018.pdf
[14] Informe Global de Corrupción de Transparency International, publicado el 9 octubre de 2017. file:///C:/Use rs/Carlos /Downlo ads/2017 _GCB_AM E_ES%20(1).pdf
[15] BERGOGLIO (SJ), Jorge Mario: “Reflexiones en esperanza”, Universidad del Salvador, Buenos Aires, 1992, págs. 180 y ss.
[16] BERGOGLIO (SJ), Jorge Mario: “Reflexiones en esperanza”, Universidad del Salvador, Buenos Aires, 1992, págs. 180 y ss.
[17] SALVADORES DE ARZUAGA, Carlos I.: Recuperar la cultura cívica desafío para democratizar la sociedad y consolidar la república, Revista Aequitas, ISSN 1851-5517, Vol. 2, Nº. 2, 2008, págs. 221-239 – /p3.usal.edu.a r/index.p hp/aequitas/ article/view/150 6/1933.
[18] Juan Pablo II, Centésimas Annus.
[19] GALLO, Marco (com): “El pensamiento político y social de Bergoglio y el Papa Francisco”, Salta, EDUCSA (Edición Universidad Católica de Salta), 2018, pág. 443.